Memnon se mueve y vibra al son de su creciente importancia. Está esperando con impaciencia la hora en que llegue el traslado.
—Vamos a ser gente realmente importante —le dice exultante a Áurea—. Y en diez o quince años seremos figuras legendarias en la 158. Los primeros pobladores. Los fundadores, los pioneros. En otro siglo o así, se escribirán baladas sobre nosotros.
—Y yo no queriendo ir —dice suavemente Áurea—. ¡Qué extraño me resulta ahora pensar en mí misma actuando de ese modo!
—Es un error reaccionar por el miedo antes de que uno perciba la realidad de las cosas —responde Memnon—. Los antiguos pensaban que sería una calamidad el que existieran más de 5.000.000.000 de almas en el mundo. ¡Hoy somos más de quince veces esa cantidad, y fíjate en lo felices que somos!
—Sí. Muy felices. Y siempre seremos felices, Memnon.
Finalmente llega la señal. Las máquinas aguardan en la puerta para recogerlos. Memnon señala la caja que contiene sus escasas pertenencias. Áurea está radiante. Da una última mirada al dormitorio, dándose cuenta por primera vez con asombro de lo atiborrado que está, el hacinamiento de tantas parejas en tan poco espacio. Tendremos nuestro propio hogar privado en la 158, se recuerda a sí misma.
Los miembros del dormitorio que no se marchan forman una hilera y ofrecen a Memnon y Áurea su última despedida.
Memnon sigue a las máquinas hacia afuera, y Áurea sigue a Memnon. Suben hasta el área de aterrizaje en la planta mil. Hace ya más de una hora que ha amanecido, y el brillante sol de verano hace destellar con explosiones de cegadora luz las inmensas torres de Chipitts. La operación de traslado ya ha comenzado: naves rápidas capaces de transportar cada una de ellas cien pasajeros pasarán todo el día haciendo viajes constantes entre las Monurbs 116 y 158.
—Vamos a dejar este lugar —dice Memnon—. Empezamos una nueva vida. ¡Dios bendiga!
—¡Dios bendiga! —grita Áurea.
Entran en la nave y ésta despega inmediatamente. Los pioneros de la Monurb 158 contienen el aliento a medida que van viendo, por primera vez, cómo es realmente su mundo visto desde arriba. Las torres son realmente hermosas, piensa Áurea. Resplandecen. Se extienden, lejos y más lejos, cincuenta y una de ellas, como una corona de erguidas lanzas clavadas en un inmenso prado verde. Se siente realmente feliz. Memnon une sus manos con las de ella. Áurea se pregunta cómo ha podido llegar a tener miedo de un día como éste. Desearía poder pedirle perdón a todo el universo por su locura.
Suelta una de sus manos y la apoya en la ligera curva que empieza a tomar su vientre. Una vida nueva eclosionará muy pronto de ella. A cada momento las células se dividen y crecen. Fue concebida la noche en que el consultor le dio el alta definitiva. Realmente, los conflictos esterilizan. Ahora el veneno de la actitud negativa ha sido extirpado de ella; está preparada para cumplir con su verdadero destino de mujer.
—Va a ser tan diferente —le dice a Memnon— el vivir en un edificio vacío. ¡Tan sólo 250.000 personas! ¿Cuánto tiempo necesitaremos para llenarlo?
—Doce o trece años —responde él—. Tendremos pocas defunciones, puesto que todos nosotros somos jóvenes. Y cantidad de nacimientos.
Ella se echa a reír.
—Estupendo. No me gusta una casa vacía.
—Estamos girando ahora hacia el sudeste —dice la voz de la nave—, y para aquellos que deseen verla, ésta es la última oportunidad de echarle una ojeada a la Monurb 116.
Algunos pasajeros se giran para mirar. Áurea no se molesta en hacerlo. La Monurb 116 ha dejado de concernirle.
CAPÍTULO TERCERO
Esta noche tocan en Roma, en el nuevo centro sónico en el 530° nivel. Dillon Chrimes hace semanas que no ha subido tan alto en el edificio. Últimamente, él y su grupo han estado en las partes bajas: Reykjavik, Praga, Varsovia, abajo entre los mugros. Bueno, ellos tienen también derecho a un poco de diversión. Dillon vive en San Francisco, no demasiado reluciente tampoco: la planta 370, el corazón del ghetto cultural. Pero eso no le preocupa. No se siente desprovisto de variedad. No deja de viajar en todo el año, desde lo más profundo hasta la mismísima cima, y es tan sólo una anomalía estadística el que últimamente no hayan subido más arriba. Es probable que el próximo mes vayan a Shanghai, Chicago, Edimburgo. Con todos aquellos sofisticados encantos aguardándoles tras el espectáculo.
Dillon tiene diecisiete años. Es más bajo que la media, con sedosos cabellos rubios que le llegan hasta los hombros. Un pedacito del viejo Orfeo tradicional. Tiene ojos azules. Le gusta mirárselos en el círculo de poliespejos, viendo intersectarse las glaciales esferas. Marido feliz, con tres dichosos hijos, dios bendiga. El nombre de su esposa es Electra. Pinta tapices psicodélicos. Algunas veces le acompaña cuando se halla de gira con el grupo, pero no a menudo. No ahora. Sólo ha conocido a otra mujer que le guste tanto. En el refinado Shanghai, la esposa de un cabezagrande a las mismas puertas de Louisville. Su nombre es Mamelón Kluver. Las otras chicas de la monurb son tan sólo para pasar el rato, pero Mamelón conecta. Nunca le ha hablado de ella a Electra. Los celos esterilizan.
Toca el vibrastar en un grupo cósmico. Esto lo valora personalmente. «Soy único, como una escultura fluida», se vanagloria a veces. Actualmente hay otro hombre que toca el vibrastar en el edificio. Pero ser uno de un total de dos es un decente logro. Hay sólo dos grupos cósmicos en la Monurb 116; el edificio no puede permitirse realmente tener muchas redundancias en sus diversiones. Dillon no tiene en muy alto concepto al grupo rival, aunque su opinión está basada en prejuicios más que objetividad… tan sólo ha tenido oportunidad de oírlos en tres ocasiones. Se ha hablado algunas veces de que ambos grupos podrían tocar juntos en un superconcierto maratoniano, quizá en Louisville, pero nadie se lo ha tomado nunca muy en serio. De todos modos, ambos grupos tienen sus propias actuaciones programadas, ascendiendo y descendiendo a través de la monurb según los dictados de las corrientes espirituales. El contrato habitual es de cinco noches en una ciudad. Esto permite que todos los aficionados de dicha ciudad, Bombay por ejemplo, puedan acudir a oírles dentro de la misma semana, dando así ocasión de discutir entre ellos sobre el tema y contrastar impresiones. A este ritmo, y teniendo en cuenta las noches de descanso, teóricamente pueden hacer una gira por todo el edificio en unos seis meses. Pero a veces los contratos son prorrogados. Los niveles inferiores necesitan un incremento de pan y circo, así que el grupo tiene que quedarse catorce noches en Varsovia. Los niveles superiores, por su parte, necesitan igualmente un laxante psíquico del mismo tipo: doce noches en Chicago, quizá. O el propio grupo es quien necesita un poco de descanso, o sus instrumentos un reglaje y ajuste general… una pausa de dos o más semanas. Todos estos factores son los que hacen que existan dos grupos recorriendo la monurb, si es que cada ciudad quiere tener al menos una vez al año la oportunidad de presenciar un show cósmico. En la actualidad, piensa Dillon, el otro grupo se halla actuando en Boston por tercera semana consecutiva. Debe haber por allí algún tipo de problema en las relaciones sexuales o algo parecido.
Se despierta al mediodía. Electra se halla lealmente acostada a su lado; los chicos están ya en la escuela, excepto el más pequeño, que se agita y balbucea en su alvéolo de mantenimiento. Los artistas y los músicos pueden escoger sus propios horarios. Los labios de Electra se posan en los suyos. Una cascada de llameantes cabellos cae sobre su rostro. Las manos de ella recorren su espalda, errantes, acariciadoras. Las yemas de sus dedos cosquillean su piel.