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Y el acto sexual. Los centenares de miles de transacciones copulatorias que tienen lugar a su alrededor. Pierde su virginidad, y la arrebata al mismo tiempo; se entrega a hombres, mujeres, muchachos, chicas; es agresor y agredido; entra en éxtasis, ofrece placer, recibe placer, solicita placer, niega placer.

Su mente es como un vertiginoso ascensor. ¡Subiendo, subiendo! 501, 502, 503, 504, ¡505!, ¡600!, ¡700!, ¡800!, ¡900! Está ahora en el área de aterrizaje en la cima de la monurb, mirando a la noche. Torres a su alrededor, las monadas vecinas, la 115, 117, 118, todo el conjunto de ellas. Ocasionalmente se ha preguntado cómo será la vida en los restantes edificios que forman la constelación Chipitts. Ahora ya no le importa. Hay tantas maravillas en la 116. Más de 800.000 vidas entrecruzándose. Ha oído algunos de sus amigos decir, en San Francisco, que fue un crimen cambiar así el mundo, apilar de ese modo miles de personas en un único edificio colosal, crear esa vida de colmena. ¡Pero qué equivocados están esos maledicientes! Si tomaran tan sólo un multiplexer y vieran la auténtica perspectiva. Si paladearan la rica complejidad de nuestra existencia vertical. ¡Y ahora abajo! 480, 479, 476, ¡475! Ciudad bajo ciudad. Cada planta albergando un millar de acertijos de pura felicidad. Hola, soy Dillon Chrimes, ¿puedo estar un momento con vosotros? ¿Y con vosotros? ¿Y con vosotros? ¿Y con vosotros? ¿Sois felices? ¿No? ¿Habéis visto ese espléndido mundo en que vivís?

¿Qué? ¿Querríais una estancia mayor? ¿Querríais viajar? ¿No queréis a vuestro hijos? ¿No os gusta vuestro trabajo? ¿Experimentáis un vago e impreciso descontento? Esto es estúpido. Venid conmigo, volad de planta en planta, ¡ved! Deleitaos con ello. Amadlo.

—¿Es realmente tan bueno? —pregunta Alma—.¡Tus ojos están brillando!

—No puedo describirlo —murmura Dillon, planeando, deslizándose por la columna de servicios hasta los niveles más bajos de Reykjavik, remontándose luego de nuevo hasta Louisville, e intersectando simultáneamente cada punto entre la base y la cúspide. Un océano de cálidas mentes. Un crepitar de zumbantes identidades. Se pregunta qué hora debe ser. Se supone que su viaje debe durar cinco horas. Su cuerpo sigue acoplado al de Alma, lo cual le hace suponer que no han transcurrido más de diez o quince minutos, pero puede que haga más tiempo. Las cosas están empezando a hacerse más tangibles ahora. Mientras planea a través del edificio empieza a tocar paredes, suelos, pantallas, rostros, telas. Sospecha que está descendiendo. Pero no. No. Sigue subiendo. La simultaneidad se acrecienta. Se siente inundado por las percepciones. Gente moviéndose, hablando, durmiendo, bailando, copulando, inclinándose, tocando, comiendo, leyendo. Soy todos vosotros. Todos vosotros sois parte de mí. Puede concentrarse agudamente en identidades individuales. Aquí está Electra, aquí está Nat el domador espectral, aquí está Mamelón Kluver, aquí está un inquieto sociocomputador llamado Charles Mattern, aquí está un administrador de Louisville, aquí está. Aquí está. Aquí está. Aquí estoy yo. Todo el bendito edificio.

Oh, qué hermoso lugar. Oh, cómo lo amo. Oh, esta es la realidad. ¡Oh!

Cuando aterriza de nuevo, ve a una mujer de cabello oscuro acurrucada en un rincón de la plataforma de descanso, durmiendo. No puede recordar su nombre. Toca su muslo y ella se despierta, parpadeando.

—Hola —dice—. Buen regreso.

—¿Cuál es tu nombre?

—Alma. Clune. Tus ojos están completamente rojos.

Él asiente. Siente el peso de todo el edificio sobre éclass="underline" 500 plantas apoyadas sobre su cabeza, 499 plantas presionando bajo sus pies. Ambas fuerzas se unen en un lugar muy preciso cerca de su páncreas. Si no se mueve rápidamente, seguramente sus órganos internos estallarán. Sólo quedan jirones de su viaje. Hilachas dispersas de impresiones oscurecen su mente. Vagamente, recuerda columnas de hormigas emigrando ante sus ojos de nivel en nivel.

Alma se le acerca. Le conforta. Él se desprende de su abrazo y se precipita hacia sus ropas. Un cono de silencio lo aísla. Correrá hacia Electra, piensa, e intentará explicarle dónde ha estado y lo que le ha ocurrido, y entonces quizá pueda llorar y se sienta mejor. Deja a Alma sin siquiera darle las gracias por su hospitalidad y busca un descensor. Sin embargo toma un ascensor y, pretendiendo que es un accidente, se remonta a la planta 530. Se dirige al centro sónico de Roma. Está oscuro. Los instrumentos siguen en el escenario. Calmadamente, se dirige hacia el vibrastar. Lo conecta. Sus ojos están húmedos. Intenta buscar en él algunas imágenes fantasmales de su viaje. Los rostros, las mil plantas. El éxtasis. Oh, qué lugar maravilloso. Oh, cómo lo amo. Oh, ésta es la realidad. ¡Oh! Seguramente ha sentido todo esto. Pero ya no está. Sólo queda un ligero sedimento de duda. Se pregunta a sí mismo. ¿Es así como fue? ¿Es así como debe ser? ¿Es esto lo mejor? Este edificio. Esta enorme colmena. Las manos de Dillon acarician los proyectrones, vibrantes y cálidos; los pulsa al azar y un áspero flujo de colores surge del instrumento. Conecta el audio, y los sonidos le hacen pensar en el crujir de viejos huesos bajo blandas carnes. ¿Qué ha ido mal? Hubiera debido esperar algo así. Uno sube y sube, y luego ha de bajar en picado. ¿Pero por qué hay que bajar en picado? Ya no siente deseos de tocar. A los diez minutos desconecta el vibrastar y sale. Irá andando hasta San Francisco. 160 plantas hacia abajo. No son demasiadas plantas; estará allí antes del amanecer.

CAPÍTULO CUARTO

Jasón Quevedo vive en Shanghai, si bien en su extremo: su apartamento se halla en la planta 761, y si viviera tan sólo una planta más abajo estaría en Chicago, que no es lugar para un intelectual. Su esposa Micaela le dice que su bajo status en Shanghai está en relación directa con su trabajo. Micaela es el tipo de esposa que repite con frecuencia esa clase de cosas a su esposo.

Jasón pasa la mayor parte de su tiempo de trabajo abajo en Pittsburgh, donde se hallan los archivos. Es historiador y necesita consultar los documentos, los informes de todo lo ocurrido a través del tiempo. Realiza sus investigaciones en un pequeño, húmedo y frío cubículo en la planta 185 de la monurb, casi en el centro de Pittsburgh. En realidad no necesita trabajar allí, ya que cualquier dato de los archivos podría ser fácilmente transmitido al terminal de datos de su propio apartamento. Pero considera que es asunto de dignidad profesional el poseer una oficina propia donde uno pueda registrar, estudiar y analizar las fuentes de material. Eso fue lo que dijo cuando hizo la petición de que le fuera asignada una oficina personaclass="underline"