Выбрать главу

Se tiende al lado de su esposa.

Duerme.

Sueña que Micaela ha sido sentenciada a las tolvas por conducta antisocial.

¡Y es arrojada! Mamelón Kluver acude a darle el pésame.

—Pobre Jasón —murmura. Su pálida piel, le hace estremecerse. Su almizcleña fragancia. La elegancia de sus rasgos. La impresión de total autodominio. Aún no tiene diecisiete años; y cuan imperiosamente completa puede llegar a ser—. Ayúdame a librarme de Siegmund, y seremos el uno para el otro —dice Mamelón. Sus ojos brillan maquiavélicamente, invitándole a ser su criatura—. Jasón —susurra—. Jasón, Jasón, Jasón. —Su tono es una caricia. Su mano se posa en su hombro. Se despierta, tembloroso, empapado, aterrado, al borde del éxtasis. Se sienta y practica uno de los antiguos métodos para alejar los malos pensamientos. Dios bendiga, piensa, dios bendiga, dios bendiga, dios bendiga. No quería pensar en esas cosas. Ha sido mi mente. Mi mente monstruosa liberada de sus cadenas. Completa el ejercicio espiritual y se tiende de nuevo.

Vuelve a dormirse, y esta vez sus sueños son más inofensivos.

Por la mañana, los niños corren tumultuosamente a la escuela y Jasón se prepara para ir a su oficina. Micaela dice de pronto:

—¿No te has parado nunca a pensar que tú desciendes 600 plantas para ir a tu trabajo, mientras que Siegmund Kluver sube hasta la cima, hasta Louisville?

—Dios bendiga, ¿qué quieres decir con eso?

—Veo algo simbólico en ello.

—Nada de simbólico. Siegmund trabaja en la administración urbana; va arriba donde están los administradores. Yo soy historiador; voy abajo, donde está la historia. ¿Comprendido?

—¿No te gustaría vivir algún día en Louisville?

—No.

—¿Acaso no tienes ninguna ambición?

—¿Es tu vida tan miserable aquí? —pregunta él, haciendo un esfuerzo por controlarse.

—¿Por qué Siegmund ha alcanzado el lugar que ocupa a los catorce o quince años, mientras que tú que tienes veintitrés sigues siendo un aprieta botones?

—Siegmund es ambicioso —responde Jasón suavemente—, mientras que yo soy más bien contemporizador. No lo niego. Quizá sea algo genético. Siegmund es feliz luchando y abriéndose camino constantemente. Otros hombres no pueden. El luchar esteriliza, Micaela. El luchar es primitivo. Dios bendiga, ¿qué hay de malo en mi carrera? ¿Qué hay de malo en vivir en Shanghai?—Una planta más abajo y viviríamos en…

—…Chicago —dice él—. Lo sé. Pero no estamos allí. Y ahora, ¿puedo irme a mi oficina?

Se marcha. Por el camino va pensando si no es tiempo de enviar a Micaela al consultor para un reajuste a la realidad. Su umbral de aceptación ha descendido alarmantemente, mientras que su nivel de aspiración ha subido de una forma turbadora. Jasón es consciente de que hay que tratar esas cosas antes de que empiecen a ser incontrolables y arrastren a una conducta antisocial y a las tolvas. Probablemente Micaela necesita los servicios de los ingenieros morales. Pero abandona la idea de llamar al consultor. No me gusta la idea de que alguien hurgue en la mente de mi esposa, se dice compasivamente, y otra voz interior le dice burlonamente que se resiste a actuar con la secreta esperanza de que su falta de acción lleve a Micaela a cometer actos antisociales y que por lo tanto termine en las tolvas.

Entra en el descensor y programa la planta 185. Desciende hacia Pittsburgh. Sintiendo la ligereza de la inercia, pasa a través de las ciudades que forman la Monurb 116. Pasa a través de Chicago, a través de Edimburgo, a través de Nairobi, a través de Colombo.

Mientras desciende, siente la confortable solidez del edificio a su alrededor. La monurb es su mundo. Nunca ha salido de ella. ¿Para qué habría de salir? Sus amigos, su familia, toda su vida está aquí. Su monurb está adecuadamente provista de teatros, terrenos de juego, escuelas, hospitales, casas de culto. Su terminal de datos le da acceso a cualquier obra de arte considerada como bendecida por el consumo humano. Nadie que conozca ha salido nunca del edificio, excepto los que fueron elegidos por sorteos para habitar la recientemente abierta Monurb 158 unos meses antes, y esos, por supuesto, no volverán jamás. Se rumorea que los administradores urbanos viajan de vez en cuando de edificio a edificio por asuntos de negocios, pero Jasón no está seguro de que esto sea cierto, y no acaba de comprender que ese tipo de viajes puedan ser necesarios o deseables. ¿Acaso no hay sistemas de comunicación instantánea entre las monurbs, capaces de transmitir cualquier dato necesario?

Es un espléndido sistema. Como historiador, privilegiado para explorar los documentos del mundo premonurbano, se da cuenta de una forma mucho más intensa que los demás de su espléndida perfección. Conoce el alucinante caos del pasado. Las terribles libertades; la atroz necesidad de tener que elegir constantemente. La inseguridad. La confusión. La falta de planificación. Lo amorfo de los contextos. Llega a la planta 185. Sigue su camino a lo largo de los soñolientos corredores de Pittsburgh hasta su oficina. Una estancia modesta, pero que es de su agrado. Paredes espejeantes. Un fresco mural en el techo. Los imprescindibles terminales y pantallas.

Sobre su escritorio hay cinco pequeños cubos brillantes. Cada uno de ellos equivale al contenido de varias bibliotecas. Lleva trabajando con estos cubos desde hace dos años. Su tema es: La Monada Urbana como Evolución Sociaclass="underline" Parámetros del Espíritu Definidos por la Estructura Comunitaria. Espera demostrar que la transición a una sociedad monurbana ha traído emparejada una transformación fundamental del alma humana. Del alma de los hombres occidentales, como mínimo. Una orientalización de Occidente, que ha conseguido que este agresivo pueblo acepte el yugo de su nuevo medio ambiente. Formas de respuestas más doblegadas, más aquiescentes a los acontecimientos, un giro diametral a partir de la antigua filosofía expansionista-individualista, definida por una ambición territorial, una mentalidad de conquistador y un modo de actuar como pioneros, en beneficio de una expansión comunal centrada en un ordenado e ilimitado crecimiento de la raza humana. En definitiva, una especie de evolución psíquica, una aceptación total del nuevo modo de vida. Los descontentos fueron extirpados del sistema hace muchas generaciones. Los que no hemos merecido las tolvas aceptamos las inexorabilidades. Sí. Sí. Jasón está convencido de que es un tema enormemente significativo. Aunque Micaela no fue de la misma opinión cuando se lo anunció:

—¿Quieres decir que vas a escribir un libro para demostrar que las gentes que viven en distintas partes de las ciudades son distintas entre sí? ¿Que la gente de las monurbs muestra una actitud completamente distinta a la gente de la jungla? Es algo que cae por su propio peso. Puedo probar lo mismo con seis frases.

Tampoco encontró mucho entusiasmo hacia su idea cuando la propuso al consejo de administración, aunque consiguió obtener luz verde para su proyecto. Su técnica de investigación consiste en sumergirse en las imágenes del pasado, para volverse él mismo, tanto como sea posible, en ciudadano de la sociedad premonurbana. Confía en conseguir así el necesario paralelismo, la perspectiva sobre su propia sociedad que necesita para empezar a escribir su estudio. Espera poder comenzar la redacción dentro de dos a tres años.

Consulta un memorándum, elige un cubo, lo inserta en la ranura de un reproductor. Su pantalla se ilumina.

Una especie de éxtasis le invade cuando las primeras escenas del mundo antiguo se materializan. Conecta el micrófono de entrada y empieza a dictar. Frenéticamente, furiosamente, Jasón Quevedo empieza a transmitir a la máquina las notas que luego deberá usar.