Casas y calles. Un mundo horizontal. Unidades individuales de refugios familiares: esta es mi casa, este es mi castillo. ¡Fantástico! Tres personas viviendo sobre casi mil metros cuadrados de superficie. Calles. El concepto de calle, difícil de comprender para nosotros. Como un corredor yendo lejos y más lejos. Vehículos privados. ¿Hacia dónde están yendo? ¿Por qué tan aprisa? ¿Por qué no se quedan en sus casas? ¡Crash! Sangre. Una cabeza surgiendo a través del cristal. ¡Crash de nuevo! En la parte de atrás. Oscuro combustible líquido fluyendo en la calle. Mediodía, primavera, una gran ciudad. Una escena callejera. ¿Qué ciudad? Chicago, Nueva York, Estambul, El Cairo. Gente andando AL AIRE LIBRE. Calles pavimentadas. Aquí los peatones, aquí los conductores. Suciedad. Estimación de densidad: 10.000 peatones tan sólo en este sector, en una franja de ocho metros de ancho por ochenta de largo. ¿Es correcta esta apreciación? Verificarlo. Codo contra codo. ¿ Y pensaban que nuestro mundo estaba superpoblado? Al menos nosotros no nos tropezamos los unos contra los otros de esa forma. Hemos aprendido a mantener nuestras distancias dentro del conjunto de la estructura de nuestra vida monurbana. Vehículos moviéndose en medio de la calle. El buen viejo caos. Actividad principaclass="underline" la búsqueda de bienes. Consumo personal. Cubo 11Ab8 muestra interior vectorial de una tienda. Intercambio de dinero por mercancías. No muy diferente de ahora excepto por la naturaleza circunstancial de la transacción. ¿Necesitan realmente lo que compran? ¿Dónde lo PONEN?
El cubo no le muestra nada nuevo. Jasón ha visto ya escenas ciudadanas parecidas en muchas otras ocasiones. Pero la fascinación es siempre nueva. Está tenso, transpira, intenta comprender un mundo en el que todos pueden vivir donde les place, donde la gente se desplaza a pie o en vehículo al aire libre, donde nada está planeado, donde no hay orden, donde no hay restricciones. Necesita realizar un doble acto de imaginación: necesita ver aquel mundo desaparecido como si viviera en él, y debe intentar ver la sociedad monurbana con los ojos de un hombre del siglo XX. La magnitud de su tarea le abruma. Sabe aproximadamente cuáles serían los sentimientos de un antiguo habitante de las ciudades con respecto a la Monurb 116: un lugar diabólico, diría, donde la gente vive horriblemente confinada una vida brutal, donde toda filosofía civilizada es desviada en sus cabezas, donde los nacimientos incontrolados son oscuramente animados para servir a algún increíble concepto de una deidad exigiendo eternamente más adoradores, donde la disidencia es formalmente atajada y los disidentes perentoriamente destruidos. Jasón conoce las frases exactas, el tipo de palabras que un inteligente americano liberal de, digamos, 1958, usaría. Pero en su fuero interno no puede aceptarlas. Intenta ver su propio mundo como una especie de infierno, y fracasa. Para él no es infernal. El es un hombre lógico; sabe que la sociedad vertical es una evolución lógica de la horizontal, y el motivo por el que es obligado eliminar —preferentemente antes de que tengan edad de reproducirse— a todos aquellos que no se adapten o no puedan adaptarse al esquema de la sociedad. ¿Cómo es posible permitir que los causantes de problemas permanezcan en el interior de una estructura tan ajustada, tan sutil, tan cuidadosamente equilibrada como la de una monurb? Sabe que el resultado probable de arrojar a los neuros a las tolvas durante un par de siglos ha sido el de la creación de un nuevo estilo de hombre a través de la adaptación selectiva. ¿Es éste el Homo Urbmonensis, plácido, ajustado, satisfecho? Esos son tópicos que ha de explorar intensamente cuando escriba su libro. ¡Pero es tan difícil, tan absurdamente difícil, ver todo esto desde el punto de vista de un hombre antiguo!
Jasón lucha por intentar comprender el miedo a la superpoblación existente en el mundo antiguo. Ha descubierto en los archivos montañas de ensayos que versaban sobre la demografía incontrolada… rabiosas polémicas escritas cuando tan sólo 4.000.000.000 de personas habitaban el mundo. No ignora por supuesto que los seres humanos amenazaban con asfixiar rápidamente todo el planeta extendiéndose horizontalmente como lo hacían; ¿pero por qué temían tanto al futuro? ¡Era imposible que no previeran ya las bellezas de la sociedad vertical!
No. No. Este es precisamente el punto, se dice tristemente a sí mismo. Ellos no querían prever absolutamente nada. En lugar de ello, hablaban del control de la natalidad, impuesto por las autoridades gubernamentales si era necesario. Jasón se estremece.
—¿No veis —pregunta a sus cubos— que sólo un régimen totalitario puede hacer respetar tales límites? Decís que nosotros somos una sociedad represiva. ¿Pero qué clase de sociedad habríais edificado vosotros, si las monurbs no se hubieran desarrollado?
—Prefiero que se limiten los nacimientos —responde la voz del hombre antiguo— y respetar completamente las libertades en los demás campos. Vosotros habéis aceptado la libertad de multiplicaros, pero a costa de todas vuestras demás libertades. No veis…
—Sois vosotros los que no veis —corta bruscamente Jasón—. Una sociedad que no puede mantener su ímpetu más que explotando la fertilidad que dios le ha dado. Hemos logrado un medio de conseguir espacio para todo el mundo en la Tierra de modo que pueda sustentar a una población diez o veinte veces mayor de la que vosotros imaginabais que era el máximo absoluto. Vosotros veis en ello represión y autoritarismo. ¿Pero qué hay acerca de los miles de millones de vidas que nunca hubieran existido bajo vuestro sistema? ¿No es esto acaso la peor de las supresiones… el prohibir a los seres humanos existir?
—¿Pero qué tiene de bueno el permitir que existan, si lo mejor que se les puede ofrecer es una caja dentro de otra caja dentro de otra caja? ¿Qué hay acerca de la calidad de la vida?
—No veo defectos en la calidad de nuestra vida. Nos realizamos en el libre juego de las interrelaciones humanas. ¿Por qué necesito ir a China o a África por placer, cuando puedo encontrar lo mismo en el interior de un solo edificio? ¿No es un signo de trastorno interno el sentirse compelido a vagar por todo el mundo? En vuestros días todo el mundo viajaba, lo sé, mientras que en los míos nadie lo hace. ¿Cuál es la sociedad más estable? ¿Cuál es la más feliz?
—¿Cuál es la más humana? ¿Cuál explota mejor el potencial humano? ¿No está en nuestra naturaleza el aspirar, el esforzarse, el intentar alcanzar…?
—¿Y qué hay acerca de la búsqueda en uno mismo? ¿La exploración de la vida interior?
—¿Pero no ves que…?
—¿Pero no ves que…?
—Si tan sólo quisieras escuchar,…
—Si tan sólo quisieras escuchar…
Jasón no quiere ver. El hombre antiguo no quiere ver. Ninguno de los dos quiere escuchar. No hay comunicación. Jasón pasa otro deprimente día luchando con su intratable material. Sólo cuando ya está a punto de irse recuerda el memorándum de la noche anterior. Estudiará las antiguas costumbres sexuales en un nuevo intento de penetrar más profundamente en aquella sociedad desaparecida. Teclea su petición. Los cubos estarán en su escritorio cuando vuelve mañana a la oficina.
Regresa a su casa en Shanghai, a su casa y a Micaela.
Aquella noche los Quevedo tienen invitados a cenar: Michael, el hermano gemelo de Micaela, y su esposa Stacion. Michael es un analocomputador; él y Stacion viven en Edimburgo, en la planta 704. Jasón aprecia su vital y tonificante compañía, aunque el parecido físico entre su cuñado y su esposa, que antes le divertía, ahora le alarma y le turba. Michael lleva el cabello largo hasta los hombros, y es tan sólo un centímetro más alto que su alta y esbelta hermana. Tan sólo son, por supuesto, hermanos gemelos, pero sus rasgos faciales son virtualmente idénticos. Y la identidad es aún mayor cuando hacen muecas, sonríen o fruncen el entrecejo. Incluso el propio Jasón tiene dificultad en distinguirlos, a menos que estén juntos lado a lado; sus posturas son idénticas, los brazos en jarras, las cabezas erguidas. Y como Micaela tiene senos pequeños, la posibilidad de confusión existe también de perfil, y a veces, mirando de frente a uno de ellos, Jasón se ha sentido momentáneamente confuso, sin saber si era Michael o Micaela. ¡Si tan sólo Michael se dejara crecer la barba! Pero sus mejillas son lampiñas.