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—¿No has pensado en trabajar en colaboración con un genético?

—Quizá lo haga más tarde. Cuando haya establecido los parámetros de mi investigación. Ya sabes que aún no estoy preparado para defender esta tesis. Tan sólo estoy reuniendo datos para descubrir si puede ser defendida. El método científico. No quiero elaborar primero hipótesis y luego mirar a mi alrededor en busca de pruebas; primero examino las pruebas y luego…

—Sí, sí, entiendo. Sin embargo, entre nosotros, crees que esto es lo que ocurrió realmente, ¿no? Una nueva especie monurbana.

—Lo creo, sí. Dos siglos de adaptación selectiva drásticamente ejercida. Y todos nosotros nos hemos ajustado perfectamente a este modo de vida.

—Ah. Sí. Todos nosotros perfectamente ajustados.

—Con algunas excepciones —dice Jasón, echándose un poco hacia atrás. Él y Michael intercambian miradas circunspectas. Jasón se pregunta qué pensamientos se ocultan tras los fríos ojos de su cuñado—. Pero una aceptación general, de todos modos. ¿Dónde ha ido a parar la vieja filosofía expansionista occidental? Yo digo: ha sido extirpada de la raza. ¿El instinto del poder? ¿El ansia de nuevos espacios y bienes? Extirpados. Extirpados. Extirpados. Pienso que ha sido un proceso de condicionamiento. Sospecho que se ha despojado a la raza de algunos genes que la conducían a…

—La cena, profesor —llama Micaela.

Una espléndida comida. Filetes de proteínas, ensalada de raíces, budín, sazones, sopa de pescado. Nada reconstituido y casi nada sintético. Durante las dos próximas semanas Micaela y él tendrán que disminuir sus raciones para nivelar el déficit de su cuota de lujo. Oculta su irritación. Michael es siempre recibido cuando viene de visita con gran boato gastronómico; Jasón se pregunta por qué, teniendo en cuenta que Micaela no tiene por costumbre mostrarse tan pródiga con sus otros siete hermanos y hermanas. Tan sólo ha invitado a dos o tres, y muy raramente. Pero Michael viene al menos cinco veces al año, y cada vez es recibido con un festín. Las sospechas de Jasón renacen. ¿Existe todavía algo inconfesable entre ellos dos? ¿Las pasiones infantiles siguen aún encendidas? Quizá sea algo encantador el que dos gemelos de doce años copulen, ¿pero sigue siéndolo a los veintitrés años y ambos casados? ¿Michael un rondador nocturno en mi plataforma de descanso? Jasón se siente molesto consigo mismo. No basta con tener que luchar contra aquella estúpida fijación homosexual hacia Michael; ahora tiene que atormentarse a sí mismo con el miedo a un asunto de incesto a sus espaldas. Envenenando sus horas de relajación. ¿Pero y si fuera cierto? No hay nada socialmente objetable en ello. Tomad vuestro placer allá donde queráis. En el cuerpo de vuestra hermana si éste es vuestro deseo. ¿Todos los hombres de la Monada Urbana 116 tienen acceso a Micaela Quevedo, salvo el infortunado Michael? ¿Puede su condición de haber compartido el mismo seno materno excluirle? Sé realista, se dice a sí mismo Jasón. Los tabúes incestuosos sólo tienen sentido cuando se mezcla con ellos la procreación. Por otro lado, probablemente quizá no lo hayan cometido, quizá no lo cometan nunca. Se pregunta cómo su cerebro ha podido imaginar tal bajeza. Es culpa de las fricciones de mi vida con Micaela, decide. Su frialdad está empujándome hacia todo tipo de actitudes impías, la muy zorra. Si no pone término a esto voy a…

¿A qué? ¿A seducir a Michael para quitárselo? Se sonríe ante lo tortuoso de sus planteamientos.

—¿Qué es tan divertido? —pregunta Micaela—. Cuéntanoslo, Jasón.

Él levanta los ojos, desconcertado. ¿Qué puede decir?

—Una tontería —improvisa—. Respecto a ti y a Michael, y a lo mucho que os parecéis. Estaba pensando en la posibilidad de que quizá alguna noche tú y él cambiarais de habitaciones, y entonces algún rondador nocturno podría llegar hasta aquí buscándote, meterse bajo las sábanas esperando encontrarte, y descubrir entonces que estaba en la cama con un hombre y que… que… —Jasón se da cuenta de que no puede continuar, y murmura algunas inconexidades antes de apagarse en un mustio silencio.

—Vaya extravagencia —dice Micaela.

—Y de todos modos, ¿qué hay con ello? —pregunta Stacion—. No veo por ningún lado qué tiene la situación de divertida.

—Déjalo correr —gruñe Jasón—. Ya os he dicho que era algo idiota. Micaela ha insistido en saber lo que pasaba por mi cabeza, y se lo he dicho, pero yo no soy responsable si es algo que no tiene el menor sentido, ¿no? ¿No? —Toma bruscamente la botella de vino y se echa en su copa casi todo el que queda—. Es bueno —murmura.

Tras la cena, comparten un expansivo, todos menos Stacion. Flotan silenciosamente durante un par de horas. Poco antes de medianoche, Michael y Stacion se van. Jasón prefiere no observar como su esposa y su hermano se despiden con un fuerte abrazo. Tan pronto como sus huéspedes se han marchado, Micaela se despoja de su sarong y le mira con una ardiente y feroz mirada, como desafiándole a tomarla esta noche. Pero aunque Jasón sabe lo poco amable que es ignorar su muda invitación, se siente tan deprimido por la experiencia interior que ha vivido que prefiere huir.

—Lo siento —dice—. Estoy inquieto.

La expresión de ella cambia: el deseo se esfuma y es reemplazado por la perplejidad, y luego por la rabia. Pero él no espera. Se marcha apresuradamente, precipitándose hacia un descensor y sumergiéndose hasta la planta 59. Varsovia. Entra en un apartamento y halla a una mujer de unos treinta años, de rizado cabello rubio y blando y carnoso cuerpo, durmiendo sola en una revuelta plataforma de descanso. A su alrededor, ocho niños duermen en sus camitas en los rincones. La despierta.

—Jasón Quevedo —dice—. De Shanghai.

Ella parpadea. Parece como si le costara enfocar su mirada.

—¿Shanghai? ¿Qué se supone que estás haciendo aquí?

—¿Quién dice que no puedo estar?

Ella pondera la pregunta.

—Nadie lo dice. Pero los de Shanghai nunca vienen hasta aquí. ¿Eres realmente de Shanghai? ¿Tú?

—¿Tengo que mostrarte mi placa de identidad? —pregunta él rudamente.

Las educadas inflexiones de su voz derriban la resistencia de la mujer. Empieza a acicalarse, arreglándose el cabello, buscando un spray de cosmético para vaporizar su rostro, mientras él se desviste. Jasón sube a la plataforma. Ella dobla sus rodillas hasta su pecho, ofreciéndose. Crudamente, impacientemente, Jasón se abalanza sobre ella. Michael, piensa. Micaela. Michael. Micaela. Gruñendo, la inunda con su fluido.

Por la mañana, en su oficina, inicia su nueva línea de investigación, estudiando los datos acerca de las costumbres sexuales de los tiempos antiguos. Como es habitual, se concentra en el siglo XX, que considera el apogeo de la edad antigua, y por ello el más significativo, revelando todo un conjunto de actitudes y respuestas que se fueron acumulando en la era industrial premonurbana. El siglo XXI es menos utilizable para sus propósitos, ya que es un período de transición, esencialmente caótico y confuso, y el siglo XXII forma ya parte de los tiempos modernos, con el inicio de la era monurbana. Así que el siglo XX es su área preferida de estudio. Semillas del desastre, portentos del destino, lo recorren de extremo a extremo, como los hilos multicolores de un tapiz psicodélico.

Jasón está atento a no caer víctima de la trampa de los historiadores, la falsa perspectiva. Puesto que el siglo XX, visto a tal distancia, parece ana entidad simple y sabe que esto es un error de evaluación causado por una excesiva esquematización; de acuerdo en que existen unos esquemas aparentes que trazan una curva continua a través de las diez décadas, pero hay que tener en cuenta que existen también una serie de cambios cualitativos en la sociedad que engendran discontinuidades históricas de orden mayor entre década y década. La liberación de la energía atómica creó una de estas discontinuidades. El desarrollo de los transportes intercontinentales rápidos formó otra. En la esfera moral, la posibilidad de obtener rápidos y sencillos contraceptivos originó un cambio fundamental en las actitudes sexuales, una revolución que no puede ser adscrita a la simple insubordinación. La llegada de la era psicodélica, con sus especiales problemas y alegrías, marcó otro nuevo gran vértice, dividiendo todo ello el siglo en apartados señalados con un antes y un después. Así 1910 y 1930 y 1950 y 1970 y 1990 forman cúspides individuales dentro del siglo a las que Jasón puede referirse particularmente.