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Cansado, satisfecho de lo que ha establecido, abandona su oficina una hora antes de lo habitual. Cuando regresa a su apartamento, Micaela no está.

Eso le sorprende. A aquella hora ella siempre está allí. Los niños están solos, jugando con sus juguetes. Claro que él ha llegado antes de lo acostumbrado, aunque no demasiado. ¿Habrá salido a charlar con alguien? No lo entiende. No ha dejado ningún mensaje.

—¿Dónde está mami? —pregunta a su hijo mayor.

—Ha salido.

—¿Dónde?

Un encogimiento de hombros.

—De visita.

—¿Hace mucho rato?

—Una hora. Quizá dos.

Es una ayuda. Nervioso, alterado, Jasón llama a un par de mujeres de la misma planta, amigas de Micaela. No la han visto. El chico mira a su padre y dice resueltamente.—Ha ido a visitar a un hombre.

Jasón le mira con el ceño fruncido.

—¿Un hombre? ¿Eso es lo que ha dicho? ¿Qué hombre?

Pero el chico ha agotado toda su información. Temeroso de que haya ido a verse con Michael, duda sin llamar a Edimburgo. Sólo para saber si ella está allí. Se debate interiormente. Furiosas imágenes cruzan su cabeza. Micaela y Michael estrechamente unidos, indistinguibles, inflamados. Confundidos en un incestuosa pasión. Como quizá todas las tardes. ¿Cuánto tiempo hace que esto dura? Y luego viene de nuevo a mí para la cena, cada noche, caliente y húmeda de él. Llama a Edimburgo, y Stacion aparece en la pantalla. Calmada en su protuberancia.

—¿Micaela? No, claro que no está aquí. ¿Se supone que tenía que haber venido?

—Creí que quizá… tal vez había pasado por ahí…

—No hemos sabido de ella desde que nos vimos en vuestra casa.

Jasón duda. Sólo se decide cuando ve que ella va a cortar la comunicación.

—¿Tienes idea de dónde puede estar Michael en este momento?

—¿Michael? Trabajando. Equipo Interfacial Nueve.

—¿Estás segura?

Stacion le mira con visible sorpresa.

—Por supuesto que estoy segura. ¿Dónde podría estar si no? Su equipo termina a las 1730. —Sonríe—. ¿Estás sugiriendo que Michael… que Micaela…?

—Por supuesto que no. ¿Qué clase de idiota crees que soy? Sólo pensaba que… quizá… si… —no sabe cómo continuar—. Olvídalo, Stacion. Dale un abrazo de mi parte a Michael cuando vuelva a casa. — Jasón corta la comunicación. Su cabeza zumba, sus ojos están llenos de indeseadas visiones. Los largos dedos de Michael acariciando a su hermana, dos imágenes frente a frente como el reflejo de un espejo. Las bocas uniéndose. No. ¿Dónde está Micaela, pues? Se siente tentado a intentar la comunicación con el Equipo Interfacial Nueve. Saber si Michael está realmente allí. O quizá en algún oscuro cubículo tomando a su hermana. Jasón se echa de bruces en la plataforma de descanso para considerar su posición. Se dice a sí mismo que no tiene la menor importancia que Micaela se deje tomar por su hermano. En absoluto. No va a dejarse atrapar en una primitiva actitud moral propia del siglo XX. Por otro lado, es una considerable violación de costumbres para Micaela salir a media tarde con tales propósitos. Si desea a Michael, piensa Jasón, que le deje acudir decentemente después de medianoche, como un rondador nocturno. Que se deje de esas simulaciones y fingimientos. ¿Piensa realmente que me sentiré escandalizado de saber que es su amante? ¿Debe ocultarse de mí de esta manera? Hace cien años que ya no debe ocultar uno esas cosas. Hacerlo introduce una nota de decepción. El adulterio a la antigua; la cita secreta.

¡Qué vergüenza! Tengo ganas de decirle…

La puerta se abre y entra Micaela. Está desnuda bajo su ligera y translúcida ropa, y se la ve alterada, con el rostro enrojecido. Le sonríe a Jasón. Él percibe la aversión bajo aquella sonrisa.

—¿Y bien? —pregunta.

—¿Y bien?

—Me he sorprendido al no encontrarte en casa cuando he vuelto.

Micaela se desviste fríamente. Se mete bajo la ducha. El modo como frota su cuerpo no deja ninguna duda acerca de lo que ha estado haciendo. Tras unos instantes, dice:

—Me he retrasado un poco, ¿no? Lo siento.

—¿De dónde vienes?

—Siegmund Kluver.

Jasón se siente sorprendido y aliviado al mismo tiempo. ¿Pero qué significa eso? ¿Una ronda diurna? ¿Y una mujer tomando la iniciativa? Pero de todos modos no se trata de Michael. No se trata de Michael. Si es que puede creer en sus palabras.

—¿Siegmund? —dice—. ¿Qué quieres decir con Siegmund?

—He ido a visitarle. ¿No te lo han dicho los chicos? El tenía un poco de tiempo libre hoy, y he subido a verle. Algo glorificante, debo reconocerlo. Un experto en la materia. No es la primera vez con él, por supuesto, pero desde luego la mejor de todas.

Sale de la ducha, toma a dos de los niños, los desnuda y los mete bajo el chorro de partículas para su baño de la noche. Sin prestarle a Jasón la menor atención. El contempla con desánimo su esbelto y desnudo cuerpo. Siente deseos de echarle un sermón sobre ética sexual monurbana, pero se muerde los labios, frustrado y ansioso al mismo tiempo. Habiéndose ajustado trabajosamente a aceptar la inaceptable noción de su incestuoso amor, ahora le resulta difícil cambiar los términos hacia el otro asunto de Siegmund. Correr tras él. Una ronda diurna. Una ronda diurna. ¿Acaso no tiene el menor pudor? ¿Por qué lo ha hecho? Tan sólo por despecho, se dice a sí mismo. Para burlarse de mí. Para irritarme. Para demostrarme lo poco que le importo. Usando el sexo como un arma contra mí. Pavoneándose de su ilícita hora pasada con Siegmund. Pero Siegmund tendría que tener un poco más de buen sentido. ¿Un hombre con sus ambiciones, violando las costumbres? Quizá Micaela le ha abrumado de tal modo que no ha podido resistirla. Puede hacerlo. Incluso con Siegmund. ¡La perra! ¡La muy perra! Se da cuenta de que ella le está mirando, con los ojos brillantes, la boca curvada en una sonrisa hostil. Intentando provocarle. Intentando crearle problemas. No, Micaela, no voy a seguir tu juego. Mientras ella baña a los niños, pregunta con voz serena:

—¿Qué piensas programar para la cena de esta noche?

En su trabajo, al día siguiente, decubica un film de 1969, ostensiblemente una comedia, imagina, con dos parejas californianas que deciden intercambiar compañeras por una noche, pero que terminan descubriendo que no tienen el suficiente valor como para llegar hasta el final. Jasón se siente sumergido en el film, arrastrado no sólo por las escenas en interiores y el aire libre sino por la absoluta alienación de la psicología de los personajes… sus obvias fanfarronadas, su intensa angustia sobre algo tan trivial como quién va a tomar a quién, su última cobardía. Le es más fácil comprender la nerviosa hilaridad que les sacude cuando experimentan lo que supone debe ser cannabis, puesto que el film, después de todo, data de los inicios de la era psicodélica. Pero sus actitudes sexuales son prodigiosamente grotescas. Visiona el film dos veces, tomando copiosas notas. ¿Por qué es esa gente tan tímida? ¿Por qué temen tanto un embarazo no deseado? ¿Una enfermedad vergonzosa? No, el film es posterior a la época venérea. ¿Es al placer en sí mismo a lo que tienen miedo? ¿Al castigo tribal por la violación del monopolista concepto del matrimonio en el siglo XX? ¿Incluso si la violación es cometida en el más absoluto secreto? Debe ser esto, concluye Jasón. Temen las leyes contra las relaciones extramatrimoniales. El potro y las empulgueras, el palo y la silla de zambullida, según lo que dicen. Ojos ocultos espiando. La vergonzosa verdad descubierta indefectiblemente. Y así hacen marcha atrás; y así se encierran en las células de sus matrimonios individuales.

Estudiando a sus antepasados, ve repentinamente a Micaela en el contexto de la moralidad burguesa del siglo XX. No una tonta tímida como las cuatro personas del film, por supuesto. Cínica, desafiante… pavoneándose de su visita a Siegmund, usando el sexo como un medio para rebajar a su marido. Una actitud auténticamente siglo XX, en el lado opuesto a la fácil aceptación característica del mundo monurbano. Sólo alguien que considere el sexo como un medio para conseguir otras cosas puede actuar como lo ha hecho Micaela. ¡Ha reinventado el adulterio en una sociedad donde tal concepto carece de significado! Su irritación aumenta. Entre las 800.000 personas de la Monada Urbana 116, ¿por qué ha tenido que casarse con una morbosa así? Flirteando con su hermano porque sabe que esto me molesta y no porque esté realmente interesada en él. Yendo a Siegmund en lugar de esperar a que Siegmund venga a ella. ¡La bárbara insaciable! Pero le demostraré quién soy yo. ¡Va a saber lo que es jugar a su pequeño juego sádico!