De nuevo en el corredor. Es aún pronto. El objetivo de su excursión se perderá si vuelve a casa a la hora. Toma el descensor hasta su oficina y consume allí fútilmente dos horas. A pesar de ello sigue siendo aún demasiado pronto. Regresa a Shanghai poco después de las 1800, entra en el Centro de Realización Somática y se sumerge en un baño de imágenes; las cálidas corrientes ondulatorias son sedantes, pero él responde negativamente a las vibraciones psicodélicas inferiores, y su mente se llena de visiones de destrozadas y renegridas monurbs, yacentes bloques de retorcido hormigón. Cuando sale son las 1920, y la pantalla de los vestuarios, captando sus emanaciones, dice:
—Jasón Quevedo, su esposa le busca.
Estupendo. Ya es tarde para la cena. Dejemos que se retuerza un poco. Asiente con la cabeza en dirección a la pantalla y sale. Tras pasear por los corredores durante una hora, empezando en la planta 770 y terminando en la 792, se dirige a su propio nivel en dirección a su casa. Una pantalla en el corredor capta su presencia y le recuerda que le están buscando.
—Ya voy, ya voy —murmura irritado.
—¿Dónde estabas? —pregunta Micaela apenas le ve aparecer. Parece inquieta.
—Oh, por ahí. Por ahí.
—No has trabajado hasta tarde. Te he llamado allí. He puesto rastreadores tras de ti.
—Como si fuera un chico que se hubiera perdido.
—Tú no sueles hacer esas cosas. Tú no acostumbras a desaparecer repentinamente a media tarde.
—¿Has cenado ya?
—Te estaba esperando —dice ella amargamente.
—Cenemos entonces. Estoy hambriento.
—¿No tienes que darme ninguna explicación?
—Más tarde —su expresión es de calculado misterio. Apenas se da cuenta de lo que come. Tras la cena, dedica el tiempo acostumbrado a los chicos. Luego los envía a dormir. Se repite una y otra vez lo que le dirá a Micaela, disponiendo las palabras según distintos esquemas. Ensaya también una sonrisa de autosatisfacción. Por una vez él será el agresor. Por una vez él será quien la hiera a ella.
Micaela parece absorta en la pantalla. La primera ansiedad por su desaparición parece haberse desvanecido. Finalmente, se ve obligado a decir:
—¿Quieres que hablemos de lo que he hecho hoy?
Ella gira la vista hacia él.
—¿Lo que has hecho? Oh, ¿esta tarde quieres decir? —Parece como si se burlara—. ¿Y bien?
—He estado con Mamelón Kluver.
—¿Una ronda diurna? ¿Tú?
—Yo.
—¿Ha valido la pena?
—Ha sido soberbio —dice él, sorprendido por el aire de indiferencia de Micaela—. Ha sido como siempre imaginé que sería.
Micaela se echa a reír.
—¿Es esto divertido? —pregunta él.
—No. Tú lo eres.
—Explícame lo que quieres decir.
—Durante todos estos años te has prohibido a ti mismo las rondas nocturnas por Shanghai, y has preferido ir con los mugros. Y ahora, por la razón más estúpida posible, te ofreces finalmente el lujo de Mamelón…
—¿Cómo sabes que nunca he practicado la ronda nocturna aquí?
—Las mujeres hablan. He preguntado a mis amigas. Tú nunca has tomado a ninguna de ellas. Así que he empezado a hacerme preguntas. He hecho algunas verificaciones. Varsovia, Praga. ¿Por qué has ido allí tan abajo, Jasón?
—Eso ya no tiene ninguna importancia.
—¿Qué es lo que la tiene, ahora?
—Que he pasado la tarde en la plataforma de descanso de Mamelón Kluver.
—Idiota.
—Puta.
—Fracasado.
—¡Esterilizadora!
—¡Mugro!—Espera —dice él—. Espera. ¿Por qué fuiste con Siegmund?
—Para fastidiarte —admite ella—. Porque él es un hombre con futuro, y tú no. Quería excitarte. Obligarte a que te movieras.
—Y así has violado todas las costumbres y rondado agresivamente de día hacia el hombre al que habías elegido. Esto no está bien, Micaela. No es en absoluto femenino, me atrevería a añadir.
—Entonces formamos una pareja ideal. Un marido femenino y una esposa masculina.
—Eres rápida con los insultos, ¿en?
—¿Por qué has ido con Mamelón?
—Para ponerte furiosa. Para pagarte por lo de Siegmund. No porque me importe que te hayas dejado tomar por él. Hemos superado este tipo de inhibiciones, creo. Pero tus motivos. Usando el sexo como un arma. Jugando deliberadamente el papel equivocado. Intentando incitarme. Ha sido repugnante, Micaela.
—¿Y tus motivos? ¿El sexo como venganza? Se supone que las rondas nocturnas reducen las tensiones, no las crean. Y sin tener en cuenta el momento del día en que lo hacías. Deseabas a Mamelón, de acuerdo: es una chica encantadora. Pero entrar aquí y jactarte de ello, como si realmente te importara el excavar esa hendidura…
—No seas obscena, Micaela.
—¡Escuchadle! ¡Escuchadle! ¡Puritano! ¡Moralista!
Los chicos empiezan a llorar. Nunca antes han oído semejantes gritos. Micaela hace un gesto apaciguador para que se callen.
—Al menos yo tengo una cierta moralidad —dice él—. ¿Pero qué tienes que decirme de ti y de tu hermano Michael?
—¿Qué pasa con nosotros?
—¿Cuántas veces te habrá tomado?
—Cuando éramos niños sí, un par de veces —dice ella, enrojeciendo—. ¿Acaso tú nunca has tomado a tus hermanas?
—No tan sólo cuando erais niños. Habéis seguido haciéndolo.
—Creo que estás enfermo, Jasón.
—Michael no me ha tocado en diez años. No quiero decir que lo hayamos considerado como algo que no debemos hacer, sino que simplemente no ha ocurrido. ¡Oh, Jasón, Jasón, Jasón! Has pasado tanto tiempo hundido en tus archivos que te has convertido en un hombre del siglo XX. Estás celoso, Jasón. Nada menos que atormentado ante la idea de un incesto. Y ante el hecho de que yo no obedezca las reglas acerca de la iniciativa de la mujer. ¿Qué ocurre contigo y con tus rondas nocturnas por Varsovia? ¿Estás imponiendo un doble standard, Jasón?
¿Tú puedes hacer lo que quieres, y yo debo observar las costumbres? Y trastornado acerca de Siegmund. Y Michael. Estás celoso, Jasón. Celoso. ¡Abolimos los celos hace ciento cincuenta años!
—Y tú eres una arribista social. Una supuesta tramposa. No estás satisfecha con Shanghai, quieres Louisville. Bien, la ambición también ha sido abolida, Micaela. Y no olvides que has sido tú quien ha empezado ese asunto de utilizar el sexo para marcar puntos al contrario. Yendo con Siegmund y asegurándote de que yo lo supiera. ¿Piensas que yo soy un puritano? Tú eres una reaccionaria, Micaela. Estás henchida de moralidad premonurbana.
—¡Si yo soy así es por tu culpa! —grita ella.
—No. Yo me he contaminado de ti. ¡Tú derramas el veneno a tu alrededor! Cuando tú…
La puerta se abre. Un hombre aparece en ella. Charles Mattern, de la 799. El atildado sociocomputador de rápida palabra; Jasón ha trabajado con él en algunos proyectos de Investigación evidentemente ha oído algo de la agria y blasfema conversación, pues su aspecto es de profundo embarazo.
—Dios bendiga —dice en un murmullo—. Estaba haciendo mi ronda nocturna, y había pensado que…
—No —chilla Micaela—. ¡No ahora! ¡Vete!
Mattern muestra su sorpresa. Empieza a decir algo, luego agita la cabeza y sale de la estancia, murmurando una excusa por su intrusión.