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—Extraño —dice Gortman—. Pensaba que en una sociedad donde hay tantas personas viviendo tan apretadamente se desarrollaría más bien un respeto exagerado hacia la intimidad antes que una libertad comunal.

—Así fue al principio. Dios bendiga, esas tendencias fueron reabsorbidas. Nuestro fin debe ser evitar toda frustración, es decir evitar que se desarrollen tensiones peligrosas. Y la intimidad es una frustración.

—Así que uno puede entrar en cualquier estancia de este gigantesco edificio y acostarse con…

—No de todo el edificio —interrumpe Mattern—. Sólo de Shanghai. Está mal visto que alguien realice sus rondas nocturnas más allá de su propia ciudad. —Suelta una risita—. Nos imponemos algunas pequeñas restricciones, para no pasarnos en nuestras libertades.

Gortman se gira hacia Principessa. Lleva un taparrabos y unas caperuzas metálicas sobre sus senos. Es delgada pero voluptuosamente formada, y aunque ya no puede tener más niños no ha perdido el encanto sexual de la mujer joven. Mattern se siente orgulloso de ella.

—¿Quiere que iniciemos nuestra visita al edificio? —dice Mattern.

Ambos avanzan hacia la puerta. Gortman se inclina cortésmente ante Principessa, y Mattern y él salen. En el corredor, el visitante dice:

—Su familia es más pequeña que la norma, por lo que veo.

Esto es una horrible incorrección por su parte, pero Mattern es capaz de mostrarse tolerante ante los deslices de su huésped. Suavemente, responde:

—Nos hubiera gustado tener más hijos, pero la fertilidad de mi esposa se vio truncada a causa de una operación quirúrgica. Fue una verdadera tragedia para nosotros.

—¿Aquí siempre han evaluado así a las familias numerosas?

—Evaluamos la vida. Crear nueva vida es la mayor de las virtudes. Impedir el inicio de la vida es el peor de los pecados. Amamos nuestro mundo en constante expansión. ¿Acaso esto le parece insoportable? ¿Parecemos desgraciados?

—Parecen ustedes sorprendentemente adaptados —dice Gortman—. Teniendo en cuenta… —se interrumpe.

—Siga.

—Teniendo en cuenta el hecho de que son tan numerosos. Y que su vida transcurre en el interior de un único edificio colosal. ¿Nunca salen ustedes afuera?

—Muchos de nosotros nunca —admite Mattern—. Yo he viajado por supuesto., un sociocomputador necesita perspectiva, evidentemente. Pero Principessa no ha salido nunca del edificio. Creo que ni siquiera ha ido más allá de la planta 350, excepto cuando fue con su escuela a visitar los niveles inferiores. ¿Para qué tendría que ir a ningún sitio? El secreto de nuestra felicidad reside en la creación de núcleos autosuficientes de cinco o seis plantas dentro de ciudades de cuarenta plantas dentro de monurbs de mil plantas. No tenemos la menor sensación de estar saturados o apretujados. Conocemos a nuestros vecinos; tenemos centenares de apreciados amigos; somos amables y leales y agradecidos los unos con los otros.

—¿Y todo el mundo es feliz siempre?

—Casi todo el mundo.

—¿Quiénes son las excepciones? —pregunta Gortman.

—Los neuros —dice Mattern—. Procuramos minimizar las fricciones que pueden producirse en un medio ambiente como el nuestro; como puede ver, nunca rehusamos nada a nadie, satisfacemos cualquier deseo razonable. Pero a veces ocurre que algunos deciden repentinamente que ya no pueden seguir viviendo bajo nuestros principios. Evaden la realidad; frustran a los demás; se rebelan. Es muy penoso.

—¿Qué hacen ustedes con los neuros?

—Los eliminamos, por supuesto —dice Mattern. Sonríe, y ambos penetran de nuevo en el descensor.

Mattern está autorizado a mostrarle a Gortman toda la monurb, una visita que durará varios días. Siente una ligera aprensión; no está tan familiarizado con algunas partes del edificio como debería estarlo un guía. Pero lo hará lo mejor que pueda.

—El edificio —dice— está hecho con hormigón súper tensado. Ha sido construido alrededor de un eje central de servicios de doscientos metros cuadrados. Originalmente, los cálculos eran de que cada planta albergara cincuenta familias, pero hoy alcanzamos las ciento veinte, y los antiguos apartamentos han sido divididos en unidades de una sola pieza. Somos totalmente autosuficientes, con nuestras propias escuelas, hospitales, campos de deporte, casas de culto y teatros.

—¿Y los alimentos?

—No producimos ninguno, por supuesto. Pero tenemos acceso por medio de contratos a las comunas agrícolas. Estoy seguro que habrá visto usted que casi el noventa por ciento de los espacios libres de este continente es usado para la producción de alimentos; y existen también las granjas marinas. Oh, estamos llenos de comida en este planeta, y desde que hemos dejado de desperdiciar espacio construyendo horizontalmente hemos ganado gran cantidad de tierras cultivables.

—¿Pero no se hallan así a merced de las comunas productoras de alimentos?

—¿Acaso los habitantes de las ciudades no han estado siempre a merced de los agricultores? —pregunta Mattern—. Parece como si usted contemplara la vida en la Tierra como un asunto de colmillos y garras. Actualmente la ecología de nuestro planeta está perfectamente engranada. Nosotros somos vitales para los campesinos: su único mercado, y su única fuente de productos manufacturados. Ellos son vitales para nosotros: nuestra única fuente de alimentos. Indispensabilidades recíprocas, ¿no? Y el sistema funciona. Podríamos mantener varios miles de millones de gente suplementaria. Algún día, dios bendiga, lo haremos.

El descensor, finalizada su carrera a lo largo y a través del edificio, se detiene suavemente en su alvéolo en la parte más baja del mismo. Mattern siente el opresivo peso de toda la enorme monurb sobre él, y se sorprende vagamente por la intensidad de su inquietud; intenta no evidenciar su turbación.

—Los cimientos de la estructura —dice— se hallan cuatrocientos metros más abajo. Ahora estamos en el último nivel inferior. Aquí es donde producimos nuestra energía. —Atraviesan un pasadizo y penetran en una inmensa sala de generadores, cuarenta metros del techo al suelo, con las inmensas turbinas de brillante color verde girando—-. La mayor parte de nuestra energía la obtenemos —señala hacia arriba— a través de la combustión de los desechos sólidos prensados. Quemamos todo lo que no necesitamos, y vendemos los residuos como fertilizantes. Tenemos también generadores auxiliares que trabajan utilizando el calor corporal acumulado.

—Precisamente me estaba preguntando esto —murmura Gortman—. Que hacían ustedes con el calor.

—Obviamente —dice Mattern con voz alegre—, ochocientas mil personas viviendo en un ambiente cerrado producen un inmenso excedente térmico. Parte de este calor es radiado directamente al exterior del edificio a través de aletas refrigeradoras. Parte es aspirado hasta aquí abajo y usado para hacer girar los generadores. En invierno, por supuesto, lo bombeamos previamente a través del edificio para mantener la temperatura. El resto del exceso de calor es usado en la purificación del agua y en otras cosas similares.

Durante un tiempo permanecen observando los detalles del sistema eléctrico. Luego Mattern muestra el camino hacia la planta de recuperación y reprocesado. Varios centenares de escolares están visitándola; silenciosamente, los dos hombres se unen a la visita.

—¿Veis? —está diciendo la maestra—, por aquí llega la orina — señala unas enormes tuberías de plástico—. Pasa a través de la caldera de destilación, y el agua pura sale por ahí… seguidme… Recordad el cuadro sinóptico, con el agua yendo a un lado mientras por el otro son recuperados los productos químicos que luego serán vendidos a las comunas agrícolas…