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Siegmund permanece silencioso.

—Algo —dice finalmente—. Más que algo.

—Estupendo.

—Estoy empezando a comprender. Nunca antes me habían hablado así.

—¿Estás enfadado conmigo?

—No. Por supuesto que no.

Rhea acaricia con la yema de sus dedos la línea de la mandíbula de Siegmund.—Ahora me tomarás, ¿eh? Cuando te tengo haciéndome compañía en mi plataforma no tengo ganas de hacer de ingeniero moral.

La mente de Siegmund está llena de las palabras de ella. Se siente humillado pero no ofendido, porque gran parte de lo que ella ha dicho es verdad. Hundido en su auto análisis, se gira mecánicamente hacia ella, la acaricia, ocupa su lugar. Pero se halla tan preocupado por las revelaciones que ha escuchado acerca de su propio carácter que ni siquiera se da cuenta de lo que hace. Finalmente es ella quien le hace darse cuenta del blando fracaso de su virilidad.

—¿No estás interesado esta noche? —dice.

—Cansado —miente él—. Tantas mujeres y tan poco sueño hacen que a la larga Siegmund se convierta en un ineficaz tomador.

Rhea se echa a reír. Apoya sus labios contra los de él, y es el toque mágico; era la falta de atención, y no la fatiga, la que le mantenía en baja forma, y el estímulo de su cálida boca es como un toque de atención que le alerta de pies a cabeza.

De nuevo en casa, no mucho después de medianoche. Hay dos siluetas en su plataforma de descanso. Mamelón está con un rondador nocturno. No es nada sorprendente; Siegmund sabe que su esposa es una de las mujeres más deseadas de la monurb. Y por buenas razones. De pie en la puerta, observa los movimientos de los dos cuerpos bajo la sábana. Mamelón emite algún que otro sonido apasionado, pero a Siegmund le suenan falsos y forzados, como si estuviera halagando cortésmente a un compañero incompetente. El hombre gruñe roncamente en su frenesí final. Siegmund experimenta un vago resentimiento. Si tomas a mi esposa, hombre, lo menos que puedes hacer es proporcionarle un rato decente. Se desviste y se lava, y cuando sale de debajo del chorro ultrasónico la pareja de la plataforma yace inmóvil, terminado su trabajo. El hombre jadea. Mamelón permanece fría y tranquila, confirmando la sospecha de Siegmund de que estaba fingiendo. Educadamente, Siegmund carraspea. El visitante de Mamelón se levanta, parpadeando, alarmado, con el rostro enrojecido. Es Jasón Quevedo, el pequeño e inofensivo historiador, el esposo de Micaela. Siegmund no acaba de comprender el interés que parece demostrar por Mamelón. Tampoco comprende cómo Quevedo resiste la vida en común con una mujer tan tempestuosa como Micaela. De todos modos, este no es su problema. La visión de Quevedo le recuerda que tiene que visitar a Micaela uno de estos días. Y también que tiene trabajo para Jasón.—Hola, Siegmund —dice Jasón, sin atreverse a mirarle de frente. Sale de la plataforma y empieza a recoger sus esparcidas ropas. Mamelón guiña un ojo a su esposo. Siegmund le envía un beso con la punta de los dedos.

—Antes de que te vayas, Jasón —dice—. Iba a llamarte mañana, pero ya que estás aquí. Tengo un proyecto para ti. Un estudio histórico.

Quevedo se muestra ansioso por abandonar el apartamento de los Kluver.

—Nissim Shawke —continúa Siegmund— está preparando una respuesta a una petición de Chicago relativa a una posible supresión de las regulaciones del coeficiente de sexos. Me ha pedido que le proporcione algunos razonamientos acerca de lo que ocurría cuando no existía determinación, cuando la gente podía elegir libremente el sexo de sus hijos sin preocuparse de lo que hacían los demás. Puesto que tu especialidad es el siglo XX, había pensado que tal vez podrías…

—Sí, por supuesto. Llámame mañana, a primera hora, —Quevedo se dirige precipitadamente hacia la puerta, ansioso por irse.

—Necesito una documentación bastante detallada comprendiendo: primero, el período medieval de regulación de nacimientos, cuando la distribución de los sexos se producía al azar, y a continuación el primer período de control. Mientras tú te ocupas de eso, yo hablaré con Mattern; supongo que podrá proporcionarme algunas sociocomputaciones acerca de las implicaciones políticas de…

—¡Ya es muy tarde, Siegmund! —se queja Mamelón—. Jasón ha dicho que hablará contigo de todo eso mañana por la mañana. —Quevedo asiente con la cabeza. No se atreve a irse mientras Siegmund está hablando, pero obviamente lo está deseando. Siegmund se da cuenta de que vuelve a estar demasiado tenso, queriendo hacerlo todo muy rápidamente. Cambia de imagen, cambia de imagen; el trabajo puede esperar.

—De acuerdo —dice—. Dios bendiga, Jasón, te llamaré mañana. —Agradecido, Quevedo sale a escape, y Siegmund se tiende al lado de su esposa.

—¿No has visto cómo estaba deseando echar a correr? —dice ella—. Es tan terriblemente tímido.

—Pobre Jasón —dice Siegmund, acariciando suavemente a Mamelón.

—¿Dónde has estado esta noche?

—Rhea.

—¿Interesante?

—Mucho. Aunque de un modo inesperado. Me ha estado diciendo que soy demasiado serio, que necesito relajarme un poco.

—Es inteligente —dice Mamelón—. ¿Estás de acuerdo con ella?

—Supongo que sí —él disminuye la intensidad de las luces—. Mezclar la frivolidad con la frivolidad, éste es el secreto. Tomar mi trabajo como algo casual. Voy a intentarlo. Voy a intentarlo. Pero no puedo impedir el tomarme las cosas excesivamente en serio. Esta petición de Chicago, por ejemplo. ¡Por supuesto que no podemos autorizar una libre elección del sexo de los hijos! Las consecuencias serían…

—Siegmund —ella toma su mano y la coloca sobre su cuerpo—. No tengo el menor interés en oír eso ahora. Te necesito. Espero que Rhea no te haya agotado mucho. Porque realmente Jasón no ha sido muy bueno esta noche.

—Espero que me quede aún algo de vigor. —Sí. Puede hacer aún un buen papel. Besa a Mamelón y se desliza en ella—. Te quiero —susurra. Mi esposa. La única verdadera. Debo recordar hablar con Mattern por la mañana. Y con Quevedo. Dejar el informe en el escritorio de Shawke por la tarde, diga él lo que diga. Si tan sólo Shawke tuviera un escritorio. Estadísticas, referencias, notas marginales. Siegmund visualiza todos los detalles, mientras se agita sobre Mamelón.

Siegmund asciende hasta la planta 975. La mayor parte de los administradores clave tienen allí sus oficinas: Shawke, Freehouse, Holston, Donnelly, Stevis. Siegmund lleva consigo el cubo de Chicago y el borrador de la respuesta de Shawke, lleno de acotaciones y datos suministrados por Charles Mattern y Jasón Quevedo. Hace una pausa en el vestíbulo. Es todo tan tranquilo allí, todo tan opulento; sin niños tropezando contigo, sin oleadas de apresuradas multitudes. Algún día todo esto será mío. Tiene la visión de una suntuosa suite en uno de los niveles residenciales de Louisville, tres o cuatro habitaciones, Mamelón reinando como una emperatriz sobre todo ello; Kipling Freehouse y Monroe Stevis viniendo con sus esposas para cenar; un ocasional visitante de asombrados ojos subiendo de Chicago o Shanghai, un viejo amigo; poder y confort, responsabilidad y lujo. Sí.