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Lenny se despierta. Mira a Mattern, hace una inclinación de cabeza, se gira del otro lado y vuelve a dormirse. Mattern besa ligeramente a Gina Burke en los labios. Ella le abre los brazos. Se estremece ligeramente y gime cuando él la estrecha con fuerza. Dios bendiga piensa Mattern. Ha sido un buen y feliz día en 2381, y éste es un perfecto final.

CAPÍTULO SEGUNDO

La ciudad de Chicago limita al norte con Shanghai y al sur con Edimburgo. Normalmente Chicago tiene 37.402 personas, pero actualmente está atravesando una ligera crisis de población que deberá ser resuelta de la forma acostumbrada. La profesión dominante es la ingeniería. Arriba, en Shanghai, la mayoría es universitaria, mientras que abajo, en Edimburgo, la dominante corresponde a los informáticos.

Áurea Holston nació en Chicago en 2368, y ha vivido allí toda su vida. Áurea tiene ahora catorce años. Su marido, Memnon, tiene casi quince. Llevan dos años casados. Dios no los ha bendecido con hijos, Memnon ha viajado a través de todo el edificio, pero Áurea ha salido raramente de Chicago. Una vez para visitar al especialista en fertilidad, una vieja y experimentada mujer de Praga, y otra para visitar a su importante tío, un administrador urbano, en Louisville. A menudo ella y Memnon van a visitar a su amigo Siegmund Kluver a su apartamento 46 Shanghai. Aparte de esto, no conoce gran cosa del edificio. A Áurea no le entusiasman los viajes. Ama tanto a su ciudad.

Chicago es la ciudad que ocupa las plantas 721 a 760 de la Monada Urbana 116. Memnon y Áurea Holston viven en un dormitorio para parejas jóvenes sin hijos en la planta 735. El dormitorio está ocupado normalmente por treinta y una pareja, ocho más de lo ideal.

—Pronto habrá una reducción —dice Memnon—. Comenzamos a estar un poco apretados. Algunos tendrán que irse.

—¿Muchos? —pregunta Áurea.

—Tres parejas aquí, cinco allá… un poco en cada dormitorio. Calculo que unas dos mil parejas deberán irse de la Monurb 116. Eso es más o menos lo que ocurrió en la última reducción.

Áurea se estremece.

—¿Y a dónde irán?

—He oído decir que la nueva monurb está ya casi terminada. La número 158.Ella se estremece de piedad y terror en lo más profundo de sí misma.

—¡Qué horrible debe ser el ser enviado a otra parte! Memnon, ellos no nos enviarán, ¿verdad?

—Por supuesto que no. ¡Dios bendiga, somos gente de valía! Pertenezco a una categoría que…

—Pero no tenemos niños. Ésos son los que marchan primero, ¿no?

Dios nos bendecirá muy pronto —Memnon la toma entre sus brazos. Es fuerte y alto y enjuto, con ondulado pelo escarlata y tensa y solemne expresión. Áurea se siente débil y frágil junto a él, aunque de hecho sea fuerte y flexible. Su pelo rubio se oscurece a medida que desciende por su espalda. Sus ojos son verde claro. Sus pechos son llenos y su cadera amplia. Siegmund Kluver dice que se parece a una diosa de la fertilidad. Muchos hombres la desean y vienen a menudo en sus rondas nocturnas a su plataforma de descanso. Sin embargo, su vientre sigue estéril. Últimamente aquello la ha afectado mucho. Qué ironía que tanta voluptuosidad se pierda en nada.

Memnon la suelta y ella da media vuelta y atraviesa el dormitorio. Es una estancia larga y estrecha que forma un ángulo recto en torno a la columna central de servicios de la monurb. Sus paredes brillan con cambiantes motivos policromos azules, dorados y verdes. Hileras de plataformas de descanso, algunas deshinchadas, otras en servicio, cubren el suelo. El mobiliario es escaso y sobrio y la luz, difundida indirectamente por todo el suelo y techo, es demasiado brillante. Varias pantallas y tres terminales de datos están empotrados en la pared este de la estancia. Hay cinco áreas de excreción, tres áreas de diversión comunal, dos estaciones de lavado, y dos áreas de intimidad.

La costumbre informulada es que las pantallas de intimidad no sean nunca conectadas en aquel dormitorio. Lo que uno hace, lo hace delante de los demás. La total accesibilidad de todo el mundo a todo el mundo es la única regla que permite que la civilización de la monurb pueda sobrevivir, y esta regla es vital para el desenvolvimiento de la vida en comunidad.

Áurea se detiene junto a la enorme ventana del extremo este del dormitorio, y mira afuera. Empieza a atardecer. Al otro lado del cristal, la magnífica masa de la Monada Urbana 117 parece encendida en un rojo brillante. Áurea sigue lentamente el borde de la gran torre con sus ojos, desde el área de aterrizaje en la cima de la planta mil y hacia abajo hasta aproximadamente su mitad. Desde aquel ángulo no puede ver más abajo de la planta 400 de la estructura vecina.

¿Cómo debe ser, se pregunta, vivir en la Monurb 117? ¿O en la 115,o en la 110, o en la 140? Nunca ha salido de la monurb desde su nacimiento. A todo su alrededor, hasta el horizonte, se yerguen las torres de la constelación Chipitts, cincuenta agujas de cemento de tres kilómetros de alto cada una, todas ellas entidades autosuficientes albergando una población de 800.000 almas. En la Monurb 117, se dice Áurea, hay gente exactamente igual a nosotros. Andan, hablan, se visten, piensan, aman, exactamente igual que nosotros. La Monurb 117 no es otro mundo. Sólo es el edificio de enfrente. Nosotros no somos únicos. Nosotros no somos únicos. Nosotros no somos únicos.

De pronto se siente invadida por el miedo.

—Memnon —dice roncamente—, dentro de poco vamos a ser enviados a la Monurb 158.

Siegmund Kluver forma parte de los afortunados. Su fertilidad le ha valido una inatacable posición en la Monurb 116. Su status está seguro.

Aunque apenas ha cumplido los catorce años. Siegmund ha tenido ya dos hijos. Su hijo se llama Janus y su recién nacida hermanita Perséfona. Siegmund vive en un elegante hogar de cincuenta metros cuadrados en la planta 787, ligeramente por encima del ecuador de Shanghai. Su especialidad es la teoría de la administración urbana, y a pesar de su juventud es llamado a menudo a consulta cerca de los administradores, en Louisvílle. Es bajo, bien parecido, bastante fuerte, con amplia cabeza y rizados cabellos. De pequeño había vivido en Chicago, y era uno de tos mejores amigos de Memnon. Se ven aún muy a menudo; el hecho de que ahora vivan en diferentes ciudades no ha enfriado en nada su amistad.

Las reuniones sociales entre los Holston y los Kluver tienen lugar siempre en el apartamento de Siegmund. Los Kluver no han bajado nunca a Chicago para visitar a Áurea y Memnon. Siegmund afirma que no hay nada de esnobismo en ello.

—¿Por qué tendríamos que estar en medio de todo ese ruido de vuestro dormitorio —dice—, cuando podemos estar confortablemente en la tranquila intimidad de mi apartamento?

Áurea no comparte esta actitud. Se supone que las gentes de la monurb no conceden tanto valor a la intimidad. ¿Acaso el dormitorio no es un lugar lo suficiente bueno para Kluver?

Siegmund había vivido antes en aquel mismo dormitorio, como Áurea y Memnon. Esto ocurría dos años antes, cuando los cuatro eran todos recién casados. Por aquel entonces, a lo largo del tiempo que estuvieron juntos, Áurea había compartido a menudo su cuerpo con Siegmund. Se sentía halagada por sus atenciones. Pero la esposa de Siegmund había quedado en seguida encinta, cualificando a los Kluver para obtener un apartamento personal, y la promoción obtenida en su profesión les permitió trasladarse a la ciudad de Shanghai. Áurea no ha vuelto a compartir su plataforma de descanso con Siegmund desde que éste abandonó el dormitorio. Se siente algo decepcionada por ello, nota a faltar las efusiones de Siegmund, pero no puede hacer nada al respecto. Las posibilidades de que venga de nuevo en sus rondas nocturnas son prácticamente nulas. Las relaciones sexuales entre gentes de distintas ciudades son consideradas como impropias, y Siegmund no es de las personas que vaya contra las reglas. Rondará algunas veces en sus excursiones por las ciudades superiores a la suya, pero nunca por las inferiores.