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Por la mañana. Victoria preparó el desayuno y me quedé luego sentado, desnudo, mientras llevaba mi uniforme a limpiar. Durante su ausencia me lavé y me afeité, y volví a tenderme en la cama hasta que regresó.

Cuando me puse el uniforme lo noté fresco, renovado, nada parecido a esa olorosa y dura segunda piel en que se había convertido como consecuencia de mi trabajo al aire libre.

Pasamos juntos el resto del día. Victoria me llevó a recorrer el interior de la ciudad, que me pareció mucho más complicada que lo que había imaginado. La mayor parte de lo que había visto hasta ese momento era la zona residencial y administrativa, pero había muchas otras. Al principio me puse a pensar cómo haría para encontrar el camino, hasta que Victoria comentó que en varios lugares han colocado en las paredes planos de la ciudad.

Noté que los planos habían sido corregidos muchas veces. Uno en particular me llamó la atención. Estábamos en uno de los niveles más bajos, y junto a un plano recientemente corregido, había otro mucho más viejo, conservado detrás de una hoja de plástico transparente. Lo miré con gran interés, advirtiendo que las instrucciones estaban escritas en varios idiomas, de los cuales pude reconocer sólo el francés, además del inglés.

—¿Cuáles son los demás? —le pregunté a Victoria.

—Este es alemán, y los otros son ruso e italiano. Y éste... —señaló una escritura complicada, ideográfica— es chino.

Estudié el plano con mayor atención, comparándolo con el más nuevo, que había a su lado. Se notaba la similitud, pero era evidente que se habían realizado muchas reformas dentro de la ciudad entre las fechas de ambos.

—¿Por qué había tantos idiomas? —Nosotros descendemos de un grupo mezclado de ciudadanos. Tengo entendido que el inglés ha sido el idioma corriente durante miles de millas, pero no siempre fue así. Mi familia, sin ir más lejos, desciende de los franceses.

—¿Ah, sí?

En el mismo nivel. Victoria me mostró la planta de sintéticos. Allí era donde los substitutos proteicos y orgánicos se sintetizaban a partir de la madera y productos vegetales. Había un olor muy fuerte, y noté que la gente que trabajaba ahí tenía que usar mascarillas. Atravesamos rápidamente el lugar, arribando luego a la zona donde se realizaban las investigaciones para mejorar la textura y el sabor. Aquí era donde ella pronto iba a trabajar, según me dijo.

Más tarde, Victoria manifestó otras de sus frustraciones por su vida, tanto la presente como la futura. Como yo ya estaba más preparado que antes, pude reconfortarla. Le dije que tomara a su propia madre como ejemplo, ya que ella llevaba una vida útil, satisfactoria. Le prometí —bajo persuasión— que le contaría más detalles de mi vida, y que haría todo lo posible, cuando me convirtiera en gremialista pleno, porque el sistema fuese más abierto, más liberal. Esto pareció calmarla un poco, y juntos pasamos una tarde y una noche tranquilas.

CAPÍTULO SIETE

Convinimos casarnos cuanto antes. Victoria me dijo que, durante la próxima milla, iba a averiguar los ritos formales que deberíamos realizar, y que si fuera posible, nos casaríamos en mi período de licencia siguiente, o en el posterior. Entre tanto, yo debía reintegrarme a mis tareas.

Tan pronto como emergí desde abajo de la ciudad, advertí que se había progresado mucho. Habían retirado de los alrededores los elementos de trabajo. No se divisaba ninguna de las construcciones temporarias, como tampoco había vehículos cargando sus baterías en los puntos de reabastecimiento; estaban, probablemente, del otro lado del cerro. El cambio mayor que se notaba eran cinco cables que, partiendo del extremo Norte de la ciudad, yacían a lo largo de los rieles y desaparecían de la vista detrás de la loma. Varios milicianos iban y venían custodiando las vías.

Sospechando que Malchuskin estaría muy ocupado, me dirigí rápidamente hacia el cerro. Cuando llegué a la cima mis sospechas se vieron confirmadas ya que, a lo lejos, donde terminaban las vías, se divisaba el centro de actividad en torno del riel interno, derecho. Más allá, varias cuadrillas trabajaban en unas estructuras metálicas, pero desde esta distancia era imposible determinar qué función cumplían. Me apresuré a bajar.

La caminata me llevó más tiempo que lo que había creído porque el tramo más largo de riel medía más de una milla y media. El sol ya estaba alto, y cuando encontré a Malchuskin y sus hombres, me sentía acalorado.

Malchuskin casi ni se percató de mi presencia. Me quité la chaqueta del uniforme y me puse a trabajar.

Se trataba de extender este tramo de riel hasta equiparar su largo con el de los demás, pero había surgido una complicación al encontrar un pedazo de terreno con un subsuelo de roca dura. Aunque ello implicaba que no se necesitarían cimientos de hormigón, se haría extremadamente dificultosa cavar los fosos para los durmientes.

Hallé un pico en un camión y comencé á trabajar. Pronto, los problemas más sofisticados con que me había encontrado en la ciudad me parecieron decididamente remotos.

En los períodos de descanso, por las conversaciones con Malchuskin me enteré de que, aparte de este tramo de vía, todo estaba casi listo para la operación de remolque. Los cables habían sido prolongados y se habían cavado los pozos para los amortiguadores. Me llevó hasta el sitio de emplazamiento de éstos y me mostró cómo se enclavaban bien profundo las vigas de acero para poder sujetar fuertemente los cables. Tres amortiguadores estaban terminados y se habían conectado los cables. Otro más estaba en vías de finalización, y el quinto estaba siendo instalado.

Se notaba un ambiente general de ansiedad entre los gremialistas que trabajaban en el lugar, y le pregunté a Malchuskin el motivo.

—Es por el tiempo —me respondió—. Demoramos veintitrés días desde el último remolque para tender las vías hasta aquí. Calculamos poder mover la ciudad mañana, si todo anda bien. O sea que estaríamos en los veinticuatro días. Esta vez, lo más que podemos transportarla no alcanza a dos millas... pero en el tiempo que demoramos en hacerlo, el óptimo se ha adelantado dos millas y media. De modo que, luego de completar esta etapa, estaremos aún media milla más atrás del óptimo que lo que estábamos durante la última operación.

—¿Podemos recuperar ese tiempo?

—Quizás en el siguiente remolque. Estuve hablando anoche con algunos de los hombres de Tracción... ellos estiman que podremos avanzar un tramo corto la próxima vez, y después, dos largos. Están preocupados por esas colinas. —Señaló en dirección al Norte.

—¿Y no podemos rodearlas? —pregunté, viendo que, hacia el Noreste, las colmas parecían algo más bajas.

—Podríamos... pero el camino más corto hasta el óptimo es hacia el Norte. Y el más leve desvío significa más distancia por cubrir.

No comprendí enteramente todo lo que me dijo, pero capté con claridad la sensación de urgencia.

—Una cosa es positiva —prosiguió Malchuskin—. Después de esto, despediremos a esta cuadrilla. El gremio del Futuro encontró una población mayor en la zona Norte, y están desesperados por trabajar. Así me gustan a mí. Cuanto más hambrientos están, más trabajan... por un tiempo, al menos.

Las tareas continuaban. Esa tarde no terminamos hasta después de la puesta del sol. Malchuskin y los demás gremialistas de Tracción azuzaban a los obreros con insultos cada vez peores. Yo no tenía tiempo de reaccionar de una manera u otra ya que, tanto los gremialistas como yo, trabajábamos con la misma intensidad. Cuando regresamos a la cabaña a pasar la noche, me sentía exhausto.