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Dentro del círculo de los gremios, la decisión era casi total. Se manifestaban muchas protestas y divergencias con las decisiones, pero en general todos admitían que había que construir el puente. Resultaba inconcebible la idea de parar el avance de la ciudad.

—¿Va a aceptar el cargo de Navegante? —pregunté a Lerouex.

—Creo que sí. No quiero retirarme, pero...

—¿Retirarse? Eso ni se discute.

—Significaría retirarse de la vida gremial activa. Esa es la nueva política de los Navegantes. Ellos opinan que, trayendo al Consejo hombres que han desempeñado un papel activo, van a conseguir que la gente los escuche más. Dicho sea de paso, es por eso que quieren incluirlo a usted también.

—Mi trabajo es en el Norte —dije.

—H mío también. Pero uno llega a una edad...

—No debería pensar en retirarse. Usted es el mejor constructor de puentes de la ciudad.

—Así dicen. Aunque nadie cometió la indiscreción de señalar que mis últimos tres puentes no resultaron.

—¿Los tres destruidos por este río?

—Sí. Y el próximo se desplomará en cuanto venga otra tormenta.

—Usted mismo dijo...

—Helward, yo no soy el hombre para construirlo. Este puente necesita sangre joven, un nuevo enfoque. Tal vez un barco fuese la solución.

Tanto él como yo entendíamos lo que para él significaba esa confesión. El gremio de Constructores era el más presumido de la ciudad. Jamás les había fallado un puente.

Seguimos caminando.

Casi enseguida de haber llegado a la ciudad me sentí impaciente por regresar al Norte. No me gustaba el ambiente actual. Era como si la gente hubiera reemplazado el viejo sistema de represión de los gremios por una ceguera frente a la realidad. Por todos lados se veían los slogans de los Terminadores, y los pasillos estaban cubiertos por panfletos crudamente redactados. La gente hablaba del puente, y lo hacían con temor. Los hombres que volvían luego de completar su turno de trabajo comentaban los fracasos, decían que se estaba levantando un puente hacia una orilla que no se alcanzaba a divisar. Se corrían rumores —probablemente lanzados por los Terminadores— sobre muchos hombres muertos, sobre más ataques de los tuks.

En la sala de los Futuros, se me acerco Clausewitz, quien era ahora Navegante. Me entregó una carta formal del Consejo en la que me informaban que Clausewitz, secundado por McMahon, había propuesto mi nombre para integrar el organismo.

—Lo siento mucho —dije—. No puedo aceptar.

—Lo necesitamos, Helward. Usted es uno de nuestros hombres con más experiencia.

—Quizás. Pero a mí me necesitan en el puente.

—Aquí podría hacer un trabajo mejor.

—No lo creo.

Clausewitz me llevó a un lado y me habló en tono confidencial.

—El Consejo está creando un equipo de trabajo para luchar contra los Terminadores y queremos que usted sea uno de sus componentes.

—¿Y cómo lo haríamos? ¿Sofocando sus voces?

—No... Vamos a tener que llegar a un acuerdo. Ellos quieren irse de la ciudad para siempre. Nosotros aceptaremos abandonar el puente.

Lo miré, incrédulo.

—Yo no puedo avalar eso..

—En cambio, construiremos un buque. No uno muy grande ni tan complejo como la ciudad. Del tamaño suficiente para transportamos hasta la otra orilla. Allí volveremos a edificar la ciudad.

Le devolví la carta y di media vuelta.

—No —dije—. Es mi última palabra.

CAPÍTULO TRES

Me preparé para salir en el acto de la ciudad, resuelto a volver al Norte y practicar otro estudio del río. Nuestros informes habían confirmado que se trataba realmente de un río, que las costas no eran circulares, que no era un lago. A los lagos se los puede rodear; a un río hay que cruzarlo. Recordé lo único optimista que había dicho Lerouex, que la ribera opuesta podría divisarse cuando el río se acercara al óptimo. Era una expectativa desesperada, pero si yo lograba ubicar esa ribera de enfrente, no se cuestionaría más el puente.

Atravesé la ciudad pensando que mis actos confirmaban siempre mis palabras. Me había comprometido con el puente, si bien me había desvinculado del instrumento de su ejecución: el Consejo. En cierto sentido yo actuaba por mi propia cuenta, en espíritu y en los hechos. Sí se llegaba a un acuerdo con los Terminadores, eventualmente yo lo suscribiría, pero por el momento la única realidad tangible era el puente, por más improbable que pareciese.

Pensé en algo que en una oportunidad dijera Blayne. Él opinaba que la ciudad era una sociedad fanática, y yo se lo cuestioné. Afirmaba que un fanático era un hombre que seguía luchando contra los obstáculos cuando ya se había perdido toda esperanza. Y eso es lo que había hecho la ciudad desde la época de Destaine. Había siete mil millas de historia escrita, y nunca las cosas habían sido fáciles. La humanidad no podía sobrevivir en este ambiente, decía Blayne, y sin embargo continuaba haciéndolo.

Tal vez yo hubiese heredado ese fanatismo porque sentía que sólo yo conservaba actualmente ese instinto de supervivencia. Para mí era imprescindible construir el puente, aunque pareciera una tarea sin sentido.

Me encontré con Gelman Jase en un pasillo. Él era ahora varias millas subjetivas menor que yo porque muy rara vez había viajado al Norte.

—¿Adónde vas? —me preguntó.

—Al Norte. No tengo nada que hacer en la ciudad.

—¿No vas a asistir a la reunión?

—¿A qué reunión?

—La de los Terminadores.

—¿Y tú vas? —pregunté.

Mi voz, evidentemente, había dejado traslucir el desagrado que sentía, ya que él me respondió a la defensiva.

—Sí. ¿Por qué no? Es la primera vez que hacen una reunión abierta.

—¿Estás con ellos?

—No... pero quiero escuchar lo que dicen.

—¿Y si te convencen?

—No lo creo probable —dijo Jase.

—Entonces, ¿para qué ir?

—¿Es que has cerrado tu mente por completo, Helward?

Abrí la boca para negarlo... pero no dije nada. Era verdad que había cerrado mi mente.

—¿No crees que pueda haber otro punto de vista?

—Sí... pero sobre este tema no hay discusión posible. Ellos están equivocados, y tú lo sabes tan bien como yo.

—El hecho de que un hombre esté en un error no significa que sea un tonto.

—Gelman, tu has ido al pasado. Sabes lo que allí ocurre. También sabes que la ciudad se vería arrastrada hacía allí por el movimiento del suelo. Por cierto que no hay duda acerca de lo que debe hacer la ciudad.

—Ya lo sé. Pero ellos tienen el respaldo de gran cantidad de personas, y por lo tanto debemos escucharlos.

—Atenían contra la seguridad de la ciudad.

—De acuerdo... pero para vencer al enemigo uno tiene que conocerlo. Yo voy a asistir a la reunión porque es la primera vez que expresan públicamente sus ideas Quiero saber contra qué estoy luchando. Si los Terminadores presentan otra alternativa que el puente, quiero oírla.

—Yo me voy al Norte.

Jase agitó la cabeza. Seguimos discutiendo un rato más, y finalmente fuimos a la reunión.

Hacía un tiempo que se había abandonado el trabajo de restauración del internado. Se habían removido los escombros, y había quedado al descubierto la base metálica de la ciudad, abierta por tres costados. En el lado Norte, contra la mole de los otros edificios, se había reconstruido una parte, y los revestimientos de madera proporcionaban a los oradores un fondo apropiado y una plataforma algo elevada, desde donde dirigían la palabra a la multitud.