Cuando Jase y yo llegamos, ya había mucha gente. Me sorprendió ver a tantos espectadores. La población había disminuido considerablemente al reclutar los hombres para el trabajo en el puente. Haciendo un cálculo aproximado, me pareció que había no menos de trescientas o cuatrocientas personas. Por cierto que no debían quedar muchas más que no estuvieran aquí. Quizás los Constructores de Puentes, los Navegantes y algunos orgullosos gremialistas.
Ya había comenzado la conferencia, y la muchedumbre escuchaba. La charla la daba un hombre de la sección Procesamiento de Alimentos, y era una descripción de la geografía del terreno que en este momento atravesaba la ciudad.
—...la tierra es fértil, hay muchas posibilidades de cultivar nuestras propias cosechas. Contamos con agua en abundancia, tanto aquí como más al Norte. —Risas—. El clima es agradable. Los lugareños no son personas hostiles, y no es necesario que los forcemos a ello...
Al cabo de unos minutos terminó su exposición en medio de aplausos. Sin más preámbulos, se adelantó el próximo orador: Victoria.
—Gente de la ciudad: enfrentamos hoy otra crisis provocada por el Consejo de Navegantes, Durante miles de millas nos hemos abierto camino por esta región, cometiendo todo tipo de actos inhumanos para conservar la vida. Nuestro modo de seguir vivos ha sido avanzar siempre hacia el Norte. Detrás —con un movimiento de la mano abarcó la campiña que se extendía al Sur de la plataforma— quedó ese período de nuestra existencia. Tenemos un río por delante. Un río que debemos cruzar para seguir subsistiendo. Ellos no nos dicen qué hay más allá del río porque no lo saben.
Victoria habló un rato largo, y debo confesar que yo me sentí predispuesto en contra desde sus primeras palabras. Me sonaba a retórica barata, pero la multitud daba muestras de aprobación. Tal vez el discurso no me resultara tan indiferente como había creído ya que, cuando ella describió la construcción del puente y lanzó la acusación de que muchos hombres habían muerto, quise adelantarme a protestar. Jase me agarró el brazo.
—Helward, no vayas.
—¡Está diciendo disparates! —exclamé, pero ya varias voces se habían alzado afirmando que eso era sólo un rumor. Victoria lo admitió elegantemente, pero agregó que en el obrador del puente quizás estuviesen ocurriendo más cosas que las que se daban a conocer. Esto también fue recibido con muestras de aprobación.
Victoria concluyó su arenga con algo inesperado.
—Yo dije que, no sólo es innecesario este puente, sino también peligroso, y cuento con la opinión de un experto en la materia. Como muchos de ustedes saben, mi padre es el jefe de los Constructores de Puentes. Él fue quien lo diseñó. Les pido ahora que escuchen lo que él tiene que decirles.
—¡Dios mío! ¡No puede hacer eso! —dije.
—Lerouex no es un Terminador.
—Lo sé. Pero ha perdido la fe.
Lerouex ocupaba ya el estrado. Se paró junto a su hija, esperando que se acallaran los aplausos. No miraba de frente a la muchedumbre, sino que tenía la vista clavada en el piso. Parecía cansado, viejo, vencido.
—Vamos, Jase. No quiero verlo humillarse. Jase me miró indeciso. Lerouex se aprestaba a hablar. Me abrí paso hacia adelante entre la multitud. Deseaba irme antes que comenzase su alocución. Había aprendido a respetar a Lerouex, y no quería presenciar el momento de su derrota.
Luego me detuve.
Detrás de Victoria y su padre, había reconocido a alguien. Por un instante no pude ubicar ni la cara ni el nombre... luego me acordé. Era Elizabeth Khan.
Quedé impactado al verla de nuevo. Había pasado tanto tiempo desde su partida: no menos de dieciocho millas según la escala de tiempo de la ciudad, y muchas más según mi escala subjetiva. Después de que se marchara, yo traté de alejarla de mi mente.
Lerouex había comenzado a arengar a la masa. Hablaba suavemente, y yo no alcanzaba a oír sus palabras.
Me quedé mirando fijo a Elizabeth. Sabía por qué estaba ella aquí. Cuando Lerouex terminara de humillarse, ocuparía ella la plataforma. Ya sabía lo que iba a decir.
Quise seguir caminando pero me tomaron del brazo. Era Jase.
—¿Qué haces? —dijo.
—¿Ves esa chica? Yo la conozco. No es de la ciudad, y no debemos permitir que hable.
La gente de alrededor nos hacía callar. Luché para soltarme del brazo, pero Jase me sostuvo fuerte.
De repente se oyó un gran aplauso, y me di cuenta de que Lerouex había acabado.
—Jase, tienes que ayudarme. ¡Tú no sabes quién es esa chica!
Por el rabillo del ojo vi que se acercaba Blayne.
—¡Helward! ¿Vio quién está aquí?
De nuevo quise zafarme pero Jase no me dejó. Blayne me tomó del otro brazo y, juntos, me llevaron al fondo, al borde mismo de la base de la ciudad.
—Escucha, Helward —dijo Jase—, quédate aquí y escucha a esa chica.
—¡Sé lo que va a decir!
—Entonces permite que la escuchen los demás. Victoria se adelantó al estrado.
—Gente de la ciudad: Otra persona les dirigirá la palabra. Muchos de ustedes no la conocen porque no es de la ciudad. Pero lo que ella tiene que decimos es de suma importancia, y luego ya no quedarán dudas acerca de lo que debemos hacer.
Levantó una mano y Elizabeth fue al frente.
Elizabeth habló con pausa, pero su voz llegó claramente a toda la concurrencia.
—Quizás les resulte una extraña —dijo— porque no nací dentro de los muros de la ciudad. Sin embargo, tanto ustedes como yo somos de la misma especie: somos humanos y estamos en un planeta llamado Tierra. Han sobrevivido ustedes en esta ciudad durante casi doscientos anos, o siete mil millas según su sistema de medir el tiempo. A su alrededor hay un mundo en ruinas, dominado por la anarquía. La gente es ignorante, analfabeta, paupérrima. Pero no todos los habitantes de este mundo se hallan en la misma condición. Yo soy de Inglaterra, un país que está comenzando a reconstruir una suerte de civilización. También existen otros países, más grandes y más poderosos que Inglaterra. De modo que su sociedad estable, organizada, no es la única.
Hizo una pausa para sopesar la reacción del público. Reinaba el silencio.
—Por casualidad encontré esta ciudad y viví un tiempo aquí, en la Sección de Transferencia. —La gente manifestó sorpresa—. Luego regresé a Inglaterra donde pasé casi seis meses tratando de comprender esta ciudad y su historia. Ahora sé mucho más que lo que sabía durante mi primera visita.
Nueva pausa. Alguien de la multitud gritó:
—¡Inglaterra queda en el planeta Tierra!
Elizabeth no respondió. En cambio, dijo:
—Quiero hacerles una pregunta. ¿Hay alguien aquí que esté a cargo de los motores de la ciudad? Hubo un breve silencio. Luego habló Jase.
—Yo pertenezco al gremio de Tracción. Las cabezas giraron hacia nosotros.
—Entonces usted podrá decimos qué es lo que impulsa los motores.
—Un reactor nuclear.
—Explíquenos cómo se suministra combustible. Jase me soltó y se hizo a un lado. Sentí que Blayne me aflojaba un poco el brazo. Podía haberme escapado. Sin embargo, al igual que todos los presentes, la pregunta de Elizabeth me había llamado la atención.
—No lo sé. Nunca he visto cómo se hace.
—En tal caso, antes de hacer detener la ciudad, debe averiguarlo.
Elizabeth dio un paso atrás y habló en voz baja con Victoria. Luego volvió a adelantarse.
—El reactor no es tal. Involuntariamente, los hombres que ustedes llaman gremialistas de Tracción los han estado engañando. El reactor hace muchas millas que no funciona.
Blayne se dirigió a Jase:
—¿Y?
—Está hablando pavadas.
—¿Sabe usted con qué combustible anda?