—No —respondió Jase en voz baja, aunque mucha de la gente que nos rodeaba estaba escuchando—. Es opinión del gremio que funcionará indefinidamente, sin atención.
—El reactor no es tal —repitió Elizabeth.
—No la escuchen —dije yo—. El hecho de que tengamos energía eléctrica significa que el reactor marcha. ¿De dónde, si no, sacamos la electricidad?
Desde el estrado, Elizabeth decía:
—Préstenme atención, por favor.
Elizabeth dijo que nos hablaría acerca de Destaine. Destaine fue un físico que trabajó en Inglaterra, en el planeta Tierra. Vivió en una época en que el mundo se estaba quedando sin energía eléctrica. Elizabeth enumeró las razones, principalmente que se quemaban los combustibles de fósiles para obtener calor, el cual luego se convertía en energía. Cuando se acabaran los depósitos de combustibles, no habría más energía.
Destaine —afirmaba Elizabeth— decía haber inventado un proceso por medio del cual aparentemente se podían producir cantidades ilimitadas de energía sin utilizar combustibles. Su trabajo fue muy desacreditado por la mayoría de los científicos. A su debido tiempo, se consumió la energía de los combustibles y sobrevino, en el planeta Tierra, un largo período conocido como la Destrucción, que marcó el final de la avanzada civilización tecnológica que había dominado el planeta.
Dijo que la gente de la Tierra estaba comenzando la reconstrucción, y que empleaban el trabajo de Destaine. Su sistema, tal como él lo describiera originariamente, era peligroso, pero se logró desarrollarlo con éxito.
—¿Qué tiene esto que ver con hacer detener la ciudad? —gritó alguien.
—Escuchen.
Destaine había descubierto un generador que creaba un campo artificial de energía el cual, ubicado a corta distancia de otro campo similar, producía un caudal de electricidad. Los difamadores basaban sus críticas en el hecho de que esto no tenía aplicación práctica ya que ambos generadores consumían más energía que la que provocaban.
Destaine no pudo obtener apoyo financiero ni intelectual para su obra. Todo el mundo lo ignoró, aun cuando afirmó haber descubierto un campo natural —una ventana de translateración, como él lo llamaba—, pudiendo así causar el efecto deseado sin necesidad de un segundo generador.
El decía que esta ventana natural de energía potencial cruzaba lentamente la superficie de la tierra, siguiendo una línea que Elizabeth describió como un gran círculo.
Eventualmente, Destaine consiguió dinero de algunos particulares, mandó construir una estación móvil de investigación y, junto con un numeroso equipo de asistentes contratados, partió a la provincia de Kuantung, al Sur de la China. Allí, afirmaba, existía la ventana natural de translateración.
—Nunca se volvió a tener noticias de Destaine —dijo Elizabeth.
Elizabeth dijo que nunca habíamos salido del planeta Tierra, que el mundo en que vivíamos era la Tierra, que nuestra percepción se había visto alterada por el generador el cual, autoaccionándose mientras siguiera en funcionamiento, continuaba produciendo un campo alrededor de nosotros.
Aseguraba que Destaine había ignorado los efectos colaterales que los otros científicos le habían advertido:
Que podía afectar en forma permanente nuestro sentido de la percepción, que podida traer consecuencias genéticas y hereditarias.
Declaró que aún existía en la Tierra la ventana de translateración, que muchas otras personas la habían encontrado.
Dijo que la ventana que Destaine había descubierto en la China era la que todavía nos suministraba electricidad.
Que, siguiendo el gran círculo, había recorrido Asia y Europa.
Que estábamos ahora en el borde de Europa, que frente a nosotros se extendía un océano, de un ancho superior a varios miles de millas.
Decía... decía y la gente escuchaba...
Elizabeth terminó de hablar. Jase se abrió paso lentamente entre la multitud, en dirección a ella.
Yo me fui atrás, hacia la entrada al resto de la ciudad. Al pasar por la plataforma, Elizabeth me vio.
—¡Helward! —gritó.
No le presté atención, seguí abriéndome camino entre la gente y me interné en la ciudad. Bajé unos escalones, atravesé un corredor y volví a salir a la luz del día.
Me fui al Norte, caminando en medio de vías y cables.
CAPÍTULO CUATRO
Media hora más tarde oí el ruido de un caballo y me di vuelta. Elizabeth me alcanzó.
—¿Adónde va? —me preguntó.
—Regreso al puente.
—No vaya. No hay necesidad. El gremio de la Tracción desconectó el generador. Señalé el sol.
—Ahora es esférico —dije.
—Sí.
Seguí caminando.
Elizabeth repitió lo que había expuesto anteriormente. Me suplicaba que entendiera razones. Decía y volvía a decir que era sólo mi percepción del mundo que estaba distorsionada.
Yo guardaba silencio.
Ella no había ido al pasado. Ella nunca se había alejado de la ciudad más que unas pocas millas hacia el Norte o hacia el Sur. Ella no había ido conmigo cuando comprobé las realidades de este mundo.
¿Fue la percepción la que cambió las dimensiones físicas de Lucia, Rosario y Caterina? Nuestros cuerpos se habían entrelazado en un abrazo sexuaclass="underline" yo sabía los efectos reales de esa percepción. ¿Fue la percepción del bebé la que le hizo rechazar la leche de su madre? ¿Fue sólo mi percepción la que hizo rasgar las ropas de las chicas a medida que sus cuerpos se transformaban?
—¿Por qué no me dijo lo que acaba de decir la otra vez que estuvo en la ciudad? —pregunté.
—Porque entonces no lo sabía. Tuve que volver a Inglaterra. ¿Y sabe una cosa? Allí nadie se interesó. Traté de encontrar alguien, cualquier persona que tuviese interés en ustedes, en su ciudad... pero a nadie le importaba. Están sucediendo muchas cosas en este mundo, se están produciendo importantes cambios. A nadie le importa la ciudad y su gente.
—Usted regresó —dije.
—Yo había visto la ciudad con mis propios ojos. Sabía lo que ustedes estaban por hacer. Tenía que averiguar datos sobre Destaine... alguien tenía que explicarme la translateración. Hoy en día es tecnología de uso cotidiano, pero yo no sabía cómo funcionaba.
—Eso es evidente.
—¿Qué quiere decir?
—Si han desconectado el generador, no hay más problemas. No tengo más que mirar el sol y decirme a mi mismo que es redondo, por más que a mi me parezca distinto.
—Pero es sólo su percepción.
—Y yo percibo que usted está equivocada. Yo sé lo que veo.
—No lo sabe.
Minutos más tarde un gran gentío pasó a nuestro lado, en dirección al Sur de la ciudad. Casi todos llevaban sus pertenencias, que antes habían trasladado al obrador del puente. Nadie reparó en nosotros.
Caminé más rápido, tratando de dejarla atrás. Ella me siguió, tirando su caballo de las riendas.
El obrador estaba desierto. Caminé por la costa del río hasta encontrar esa tierra suave, amarilla, y llegué al puente. Debajo, el agua era clara y calma, aunque algunas olas seguían rompiendo en la ribera.
Me di vuelta y miré atrás. Elizabeth estaba parada en la orilla con su caballo, observándome. La estudié unos segundos con la mirada. Luego me agaché y me quité las botas. Me acerqué hasta el borde mismo del puente.
Miré el sol. Se estaba posando sobre el horizonte, en el Noreste. Era hermoso, a su modo. Una forma enigmática, estéticamente mucho más bella que una simple esfera. Lo único que lamentaba era no haber podido nunca dibujarlo bien.
Me zambullí de cabeza. El agua estaba fría, pero no desagradable. Cuando salí a la superficie, una ola me empujó hasta un pilote del puente. Me alejé nadando con fuertes brazadas.
Sentía curiosidad por saber si Elizabeth aún me observaba, de modo que me puse a hacer la plancha. Ella había montado a caballo y se acercaba lentamente por el puente. Llegó al borde y se detuvo.
Permaneció sentada en la montura, mirándome.
Seguí pataleando. Quería ver si me hacía alguna seña. El sol derramaba sobre ella una abundante luz amarilla, recortando su figura contra el azul intenso del firmamento.
Me di vuelta y miré hacia el Norte. El sol se estaba poniendo, y ya había desaparecido casi todo su ancho disco. Esperé hasta que se internara en el horizonte la espiral Norte de luz.
Al caer la oscuridad, nadé hasta la orilla.