– He estado en un millón de accidentes de tráfico -dijo el hombre, mirándose las manos de nuevo-, pero jamás había visto una cosa igual. Era… Era algo espantoso.
En circunstancias normales Faith no era demasiado empática pero, como policía, sabía cuándo era necesario un enfoque más sensible. Sintió el impulso de inclinarse sobre la mesa y poner sus manos sobre las de Rick, para consolarle y también para sonsacarle, pero no estaba muy segura de cómo iba a reaccionar Galloway, de modo que prefirió no arriesgarse a empeorar aún más la cosa.
– ¿Se encontraron en el cine o fueron en un solo coche? -preguntó Max.
Jake, el otro testigo, se revolvió en su asiento. Había estado muy callado desde el principio, solo hablaba cuando le preguntaban directamente. No dejaba de mirar el reloj.
– Tengo que marcharme -dijo-. Tengo que levantarme dentro de cinco horas para ir a trabajar.
Faith miró el reloj de la pared. No se había dado cuenta de que era casi la una de la madrugada, probablemente porque la inyección de insulina le había producido un efecto extrañamente estimulante. Will se había ido dos horas antes. Le había hecho un breve resumen de lo que había pasado y había salido pitando hacia la escena del crimen, sin darle siquiera la oportunidad de ofrecerse a ir con él. Era muy tenaz, y Faith sabía que encontraría el modo de que le asignaran aquel caso. Ella lo único que quería saber era por qué tardaba tanto.
Galloway les pasó una libreta y un bolígrafo a los testigos.
– Anótenme sus números de teléfono.
Rick se puso pálido.
– Comuníquese conmigo solo a través del móvil, por favor. No me llame al trabajo -miró a Faith con inquietud, y luego volvió a dirigirse a Galloway-. A mi jefe no le gusta que atendamos llamadas personales en horas laborales. Estoy todo el día en la ambulancia. ¿De acuerdo?
– Claro. -Max se recostó en su silla, se cruzó de brazos y se quedó mirando fijamente a Faith-. ¿Ha oído eso, buitre?
Ella le respondió con una tensa sonrisa. Podía aguantar que manifestara abiertamente su hostilidad, pero ese rollo pasivoagresivo la estaba poniendo de los nervios.
Sacó dos tarjetas de visita y se las dio a los testigos.
– No duden en llamarme si recuerdan algo más, por favor. Aunque no les parezca nada importante.
Rick asintió y se guardó la tarjeta en el bolsillo trasero. Jake se la quedó en la mano, y Faith imaginó que pensaba tirarla en la primera papelera que encontrara. Tenía la impresión de que aquellos dos hombres no se conocían demasiado. No habían dado muchos detalles sobre su relación, aunque los dos mostraron sus entradas cuando se lo pidieron. Probablemente se habían conocido en el cine y luego habían decidido buscar un sitio más discreto.
Un móvil empezó a sonar con lo que a Faith le pareció The Battle Hymn of the Republic (que comienza con el famoso «Glory, Glory Hallelujah»), pero enseguida corrigió su impresión iniciaclass="underline" probablemente era el himno de la Universidad de Georgia. Galloway contestó.
– ¿Sí?
Jake hizo ademán de levantarse y Galloway asintió con la cabeza, como si le diera permiso para marcharse.
– Gracias -dijo Faith dirigiéndose a los dos hombres-. Por favor, si recuerdan cualquier otra cosa llámenme.
Jake estaba ya casi en la puerta, pero Rick seguía allí.
– Siento no haber sido de más ayuda. Han sido muchas cosas de repente y… -no terminó la frase. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Era evidente que seguía traumatizado por lo que había ocurrido.
Faith le puso la mano en el brazo y le habló con voz suave.
– No me importa en absoluto lo que estuvieran haciendo ustedes allí. -Se puso colorado-. No es asunto mío. Lo único que quiero es encontrar al tipo que le hizo daño a esa mujer.
Rick desvió la mirada y en ese preciso instante Faith se dio cuenta de que había metido la pata. Él hizo un gesto con la cabeza sin atreverse a mirarla a los ojos.
– Siento no poder serle más útil.
Faith se quedó mirándole mientras se marchaba, deseando poder patearse el culo. Oyó a Galloway detrás de ella, maldiciendo entre dientes. De repente este se levantó de forma tan brusca que su silla cayó al suelo armando gran estrépito. Faith se volvió.
– Su compañero está como una puta cabra. Se le ha ido la pinza del todo.
Faith estaba de acuerdo -Will nunca hacía las cosas a medias-, pero nunca criticaba a su compañero a menos que lo tuviera delante.
– ¿Es un simple comentario o intenta decirme algo?
Galloway arrancó la página en la que los testigos habían escrito sus números de teléfono y la soltó en la mesa.
– El caso es suyo.
– Vaya, sí que ha dado un giro inesperado la situación -replicó ella mientras le ofrecía su tarjeta de visita con una gran sonrisa-. Le agradecería que me enviara por fax las declaraciones de todos los testigos y los informes preliminares. El número está ahí abajo.
Galloway cogió bruscamente la tarjeta y se dio media vuelta. Al marcharse, tropezó con la mesa y se alejó gruñendo:
– Sigue sonriendo, zorra.
Se agachó para recoger la silla y al levantarse se mareó un poco. La enfermera-educadora había sido más útil como lo primero que como lo segundo, así que no estaba muy segura de qué hacer con toda aquella parafernalia para diabéticos que le había dado. Eran algunas notas, formularios, una revista y un montón de papeles que tendría que llevarle a su médico por la mañana, pero nada de eso tenía el menor sentido para ella. O a lo mejor todo había sido muy repentino y no había terminado de procesarlo. Siempre se le habían dado bien las matemáticas, pero la sola idea de tener que pesar la comida y calcular las dosis de insulina se le hacía un mundo.
La puntilla se la había dado el resultado del test de embarazo que tan amablemente le habían pedido junto con los demás análisis. Hasta ese momento Faith se había agarrado a la esperanza de que los test de farmacia no eran fiables y podían haber dado un falso positivo los tres. ¿Qué fiabilidad podía tener un artilugio sobre el que había que mear? Se había estado debatiendo entre la posibilidad de un embarazo y de un tumor en el estómago, sin saber muy bien cuál de las dos noticias le aliviaría más. Cuando la enfermera, llena de alegría, le anunció: «¡Va a tener un bebé!», Faith creyó que se iba a desmayar otra vez.
Pero la cosa ya no tenía remedio. Volvió a sentarse a la mesa, mirando los números de teléfono de Rick Sigler y Jake Berman. Estaba casi segura de que el de Jake era falso, pero el juego no era nuevo para ella. Max Galloway se había molestado cuando ella les había pedido los carnés de conducir y había anotado la información en su libreta. Pero quizá Galloway no fuera del todo idiota: le había visto anotar en otra hoja los dos números mientras hablaba por el móvil. Faith se imaginó a Galloway teniendo que pedirle a ella los datos de Jake Berman y sonrió maliciosamente.
Volvió a mirar el reloj, preguntándose por qué tardarían tanto los Coldfield. Galloway le había dicho a Faith que les habían requerido que bajaran a la cafetería en cuanto terminaran de atenderles, pero al parecer el matrimonio se lo estaba tomando con calma. También sentía curiosidad por saber qué había hecho Will Trent para que Galloway dijera que se le había ido la pinza. Ella era la primera en reconocer que su compañero era poco convencional; hacía las cosas a su manera, pero era el mejor policía con el que había trabajado, si bien sus habilidades sociales eran más dignas de un párvulo que de un hombre hecho y derecho. Por ejemplo, a Faith le hubiera gustado enterarse por su compañero de que les habían asignado el caso, y no por el perro cazador del condado de Rockdale.
A lo mejor le venía bien tener algo de tiempo antes de hablar con Will. Aún no tenía la menor idea de cómo le iba a explicar por qué se había desmayado en el aparcamiento de los juzgados sin contarle toda la verdad.