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Cruzaron al otro lado, y Will le ofreció su mano para ayudarla a mantener el equilibrio cuando se internaron en el bosque. Había cientos de policías divididos en grupos peinando la zona, algunos provenientes de otros condados. La Agencia de Gestión de Emergencias de Georgia (GEMA) había convocado a las brigadas caninas civiles, integradas por ciudadanos que entrenan a sus perros para seguir un rastro olfativo. Hacía horas que los perros habían dejado de ladrar. La mayoría de los voluntarios se habían ido a casa. Tan solo quedaban los policías, que no tenían elección. El detective Fierro debía de andar todavía por ahí, probablemente maldiciendo la hora en que había conocido a Will.

– ¿Qué tal está Faith? -le espetó Amanda.

La pregunta le cogió por sorpresa, pero lo cierto era que Amanda y Faith se conocían desde hacía años.

– Bien -respondió, cubriendo instintivamente a su compañera.

– Me han dicho que se ha desmayado.

Will fingió sorprenderse.

– ¿Ah, sí?

Amanda alzó las cejas.

– Hace tiempo que no tiene buen aspecto.

Will dio por sentado que se refería al aumento de peso, que no era para tanto teniendo en cuenta lo menuda que era Faith, pero esa tarde había aprendido que no hay que hablar nunca del peso de una mujer.

– Yo la encuentro bien.

– Está irritable y distraída.

Will mantuvo la boca cerrada, pues no estaba seguro de si Amanda estaba realmente preocupada o, simplemente, le estaba tirando de la lengua. La verdad era que Faith estaba, efectivamente, irritable y distraída últimamente. Llevaba trabajando con ella el tiempo suficiente como para conocer sus cambios de humor, si bien la mayor parte del tiempo era una mujer bastante cabal. Una vez al mes, siempre por las mismas fechas, se ponía de mal humor y no se desprendía de él durante un par de días o tres. Su tono se volvía cortante y tendía a buscar en la radio cantantes femeninas acompañadas de guitarras acústicas. Lo único que Will podía hacer en esos días era disculparse por todo cuanto dijera. No pensaba compartir esa información con Amanda, pero tenía que admitir que, últimamente, parecía que Faith estuviera siempre de mala gaita. Ella le tendió la mano y Will la ayudó a saltar un leño caído en el suelo.

– Sabes que odio trabajar en casos que no puedo resolver -dijo Amanda.

– Sé que te gusta resolver casos que nadie más es capaz de resolver.

Ella rio con desánimo.

– ¿Cuándo te vas a cansar de que te robe los laureles, Will?

– Soy infatigable.

– Veo que le estás dando buen uso al calendario.

– Es el mejor regalo que me has hecho nunca.

Solo a Amanda se le ocurriría regalarle a un analfabeto funcional un calendario con una palabra para aprender cada día.

Will vio que Fierro venía hacia ellos. El bosque a ese lado de la carretera era más espeso y había ramas y rastrojos por todas partes. Oyó blasfemar a Fierro al engancharse el pantalón en las ramas de un arbusto espinoso. Luego se dio una palmada en la nuca, probablemente para matar algún insecto.

– Qué amable por tu parte el unirte a esta pérdida de tiempo tan absurda, Gómez.

Will hizo las presentaciones.

– Detective Fierro, esta es la doctora Amanda Wagner.

El hombre la saludó con un gesto de la cabeza.

– La he visto en televisión.

– Gracias -replicó Amanda, como si le hubiera hecho un cumplido-. En este caso hay muchos detalles obscenos, detective Fierro. Espero que sus chicos sepan mantener la boca cerrada.

– ¿Nos toma por una pandilla de aficionados?

Obviamente era lo que Amanda pensaba.

– ¿Cómo va la búsqueda?

– Hemos encontrado exactamente lo que puede usted ver: nada. Niente. Cero. -Lanzó a Will una mirada cargada de hostilidad-. ¿Así es como lleváis las cosas los chicos del DIG? ¿Venís aquí y os fundís todo nuestro presupuesto en una absurda búsqueda en mitad de la puta noche?

Will estaba cansado y muy frustrado, y el tono de su voz lo reflejó.

– Normalmente os robamos las provisiones y violamos a vuestras mujeres primero.

– Ja, mira cómo me río -masculló Fierro, dándose otra palmada en la nuca. Al retirar la mano la vio empapada de sudor y con la sangre de un mosquito-. Vosotros si que os vais a partir el culo de risa cuando recupere mi caso.

– Detective Fierro -terció Amanda-, el jefe Peterson nos ha pedido que intervengamos. Usted no tiene autoridad para reasignar este caso.

– Peterson, ¿eh? -Hizo una mueca despectiva-. ¿Quiere eso decir que le ha estado engrasando el arma otra vez?

Will tragó tanto aire que un silbido escapó de sus labios. Amanda ni se inmutó, simplemente entornó los ojos y asintió con la cabeza una sola vez mirando a Fierro, como para indicarle que ya se ocuparía de él. A Will no le sorprendería si, cualquier día, Fierro amaneciera compartiendo su almohada con una cabeza de caballo cortada.

– ¡Eh! -gritó alguien-. ¡Aquí!

Los tres se quedaron allí plantados en diversos estados de shock, enfado y furia en estado puro.

– ¡He encontrado algo!

Will ya se había puesto en marcha. Corrió hacia la mujer que había dado la voz de alarma y agitaba las manos como una loca. Era una agente uniformada de la policía de Rockdale, llevaba puesto un gorro de punto y estaba rodeada de altas espigas de pasto varilla.

– ¿Qué es? -preguntó Will.

La agente señaló un denso grupo de árboles de ramas bajas. Vio que las hojas que había debajo estaban revueltas y había zonas en las que se veía la tierra.

– La luz de mi linterna se ha reflejado en algo -dijo, encendiéndola y enfocando hacia la zona en sombras situada al pie de los árboles.

Will no veía nada. Mientras Amanda llegaba hasta ellos se preguntó si la agente no estaría demasiado cansada o demasiado impaciente por encontrar algo.

– ¿Qué es? -inquirió Amanda. En ese preciso instante, la luz se reflejó en algo.

Fue un breve destello que no duró más de un segundo. Will parpadeó, pensando que quizá su mente le había jugado una mala pasada, pero la agente lo encontró de nuevo: un destello fugaz, como una diminuta explosión de pólvora, a unos seis metros de distancia.

Will sacó un par de guantes de látex del bolsillo de su chaqueta. Se fijó en el punto donde se producía el destello y fue hacia él apartando las ramas a su paso. Los leños caídos en el suelo y los rastrojos dificultaban el avance, y se agachó para ir más rápido. Enfocó la linterna hacia el suelo, buscando el objeto en cuestión. Quizá no fuera más que un trozo de espejo o el envoltorio de un chicle. Barajó las distintas posibilidades en su cabeza mientras intentaba localizarlo: una joya, un trozo de cristal, algún mineral brillante.

Un carné de conducir del estado de Florida.

El documento estaba a medio metro de la base del árbol. Junto a él había una navaja de bolsillo con la cuchilla tan manchada de sangre que se confundía con las oscuras hojas de alrededor. Las ramas se afinaban en la parte baja del árbol. Will se arrodilló y apartó una a una las hojas que cubrían el carné. El grueso plástico estaba doblado por la mitad. Los colores y el dibujo del estado de Florida en la esquina le dijeron dónde había sido expedido. Tenía grabado un holograma para evitar las falsificaciones que debía de haber sido lo que reflejaba la luz de la linterna.

Se inclinó y alargó el cuello para verlo mejor; no quería alterar la escena. Justo en el centro del carné descubrió la huella más clara que había visto nunca. Impregnada de sangre, las crestas casi parecían saltar de la satinada superficie de plástico. La fotografía era de una mujer de cabello y ojos oscuros.