– ¿El sheriff llegó a conocer a Zabel en persona?
– Me ha dicho que atendió sus llamadas un par de veces y que no le pareció una persona muy agradable.
– O sea, te dijo que era una bruja -precisó Faith. Para ser policía, Will hablaba con mucha educación-. ¿Cómo se ganaba la vida?
– Trabajaba en el negocio inmobiliario. El mercado está en crisis, pero parece que a ella le iba bastante bien: casa en la playa, un BMW, un yate en el puerto.
– ¿No me habías dicho que la batería que encontraste en la cueva era de barco?
– Le dije al sheriff que mirara en su yate y la batería estaba en su sitio.
– Había que intentarlo -murmuró Faith, pensando que todos aquellos detalles no les servían de mucho.
– Charlie dice que la batería que encontramos en la cueva tiene por lo menos diez años; los números de serie se habían borrado. Va a intentar conseguir más información, pero todo apunta a que no servirá de nada. Es la clase de objeto que se puede adquirir de segunda mano en cualquier rastrillo. -Se encogió de hombros-. Lo único que nos indica es que el tipo sabía qué uso le iba a dar.
– ¿Y eso por qué?
– La batería de un coche está diseñada para soltar una descarga eléctrica breve e intensa, justo lo que se necesita para arrancar. Una vez lo hace empieza a funcionar el alternador y ya no se necesita hasta que se ha de arrancar otra vez. La de la cueva es lo que se denomina una batería náutica de ciclo profundo, es decir, libera una descarga constante y prolongada. Si usaras una de coche para lo que la utilizaba este tipo, se quemaría. La batería náutica puede estar funcionando durante horas.
Faith se quedó callada, intentando encontrarle algún sentido a todo aquello. Pero lo cierto era que no tenía ninguno: lo que les habían hecho a esas dos mujeres no había sido obra de una mente sana.
– ¿Dónde está el BMW de Zabel? -preguntó.
– No está en su casa de Florida, ni tampoco en la de su madre.
– ¿Has pasado un aviso a todas las unidades con la descripción del coche?
– En Florida y en Georgia.
Will alargó el brazo hacia el asiento de atrás y sacó un montón de carpetas. Estaban clasificadas por colores, y fue pasándolas una por una hasta que encontró una de color naranja y se la dio a Faith. Esta la abrió y encontró una copia impresa del carné de conducir de Jacquelyn Alexandra Zabel. En la foto se podía apreciar que era una mujer muy atractiva, morena con el pelo largo y ojos castaños.
– Es muy guapa -comentó.
– Igual que Anna. Cabello castaño, ojos castaños.
– Nuestro hombre tiene un tipo definido. -Faith pasó a la siguiente página y leyó en alto el historial de tráfico de la víctima-. El coche de Zabel es un BMW 540i rojo del 2008. Le pusieron una multa por exceso de velocidad hace seis meses, iba a 129 en un tramo con velocidad límite de 88. Se saltó un stop en las cercanías de un colegio el mes pasado y en un control hace dos semanas, se negó a soplar por el alcoholímetro; el juicio está pendiente de fecha. -Hojeó el resto del historial-. Su expediente estaba bastante limpio hasta hace poco.
Will se rascó el antebrazo con aire distraído mientras esperaba a que cambiara el semáforo.
– A lo mejor le sucedió algo.
– ¿Y qué hay de las notas que Charlie encontró en la cueva?
– «No voy a sacrificarme» -recordó, y sacó la carpeta azul-. Están buscando huellas en el papel. Las hojas son de un cuaderno de espiral corriente y están escritas a mano, probablemente por una mujer.
Faith echó un vistazo a la fotocopia; la misma frase una y otra vez, como si fuera un castigo que le hubieran impuesto muchas veces en el colegio.
– ¿Y la costilla?
Will seguía rascándose el brazo.
– No encontramos ni rastro de ella en la cueva ni por los alrededores.
– ¿Un trofeo?
– Podría ser. No había cortes en el cadáver de Jacquelyn. -Will se corrigió-. Me refiero cortes profundos como el que le hicieron a Anna para quitarle la costilla. Pero yo diría que las dos pasaron por el mismo infierno.
– Tortura. -Faith intentó ponerse en el lugar del secuestrador-. Ata a una mujer a la cama y a la otra debajo. A lo mejor las alterna: le hace algo horrible a Anna y luego le da la vuelta y le hace lo mismo a Jacquelyn.
– Y luego vuelve a colocarlas en la posición original -continuó Will-. Puede que Jacquelyn oyera gritar a Anna mientras le arrancaba la costilla; supo lo que le esperaba y se puso a roer la cuerda que tenía alrededor de las muñecas.
– Seguramente buscó la navaja, o quizá ya la tenía escondida debajo de la cama.
– Charlie ha examinado las lamas de madera que había bajo el colchón y las ha vuelto a colocar en el mismo orden. Todas tenían un arañazo en el centro hecho con la punta de un cuchillo muy afilado, como si alguien hubiera cortado la cuerda desde debajo de la cama, de la cabeza a los pies.
Faith reprimió un escalofrío mientras constataba lo evidente.
– Jacquelyn estaba bajo la cama mientras mutilaban a Anna.
– Y probablemente aún estaba viva mientras peinábamos el bosque.
Abrió la boca para decir algo del tipo «No es culpa tuya», pero sabía que sería inútil; hasta ella misma se sentía culpable por no haber estado allí, participando en la búsqueda. No podía imaginar cómo se debía sentir Will, que había dado tumbos por el bosque mientras la mujer se moría.
– ¿Qué te pasa en el brazo? -le preguntó, cambiando de tema.
– ¿A qué te refieres?
– No dejas de rascarte.
Will detuvo el coche y entornó los ojos intentando descifrar el nombre de la calle.
– Hamilton -leyó Faith en voz alta.
Will miró su reloj: el truco que usaba para distinguir la derecha y la izquierda.
– Las dos víctimas estaban muy bien situadas -dijo, girando a la derecha por Hamilton-. Anna estaba desnutrida, pero su cabello tenía buen aspecto (me refiero al color) y se había hecho la manicura recientemente. El esmalte de las uñas estaba descascarillado, pero parecía un trabajo profesional.
Faith no quiso preguntarle cómo podía distinguir una manicura profesional de una que no lo era.
– Esas mujeres no eran prostitutas. Tenían una casa y un trabajo. Es raro que un asesino escoja como víctimas a dos mujeres cuya ausencia puede llamar la atención.
– Móvil, medios, ocasión -recitó Will, recordando los fundamentos de toda investigación-. El móvil es el sexo y la tortura y, quizá, la costilla.
– Medios -continuó Faith, tratando de imaginar el modo en que el asesino había secuestrado a las víctimas-. Puede que manipule sus coches para que se estropeen. Podría ser un mecánico.
– Los BMW incluyen un sistema de asistencia en carretera. Solo tienes que apretar un botón y te mandan una grúa.
– Qué práctico -comentó Faith. El Mini era como el BMW de los pobres: tenías que coger tu móvil y llamar a un taller si necesitabas una grúa-. Jacquelyn estaba mudándose a casa de su madre, y eso quiere decir que seguramente contrató a una empresa de mudanzas o se puso en contacto con alguien para vender los muebles.
– Necesitaba un certificado de que la casa no tenía termitas para poder venderla -añadió Will. En el Sur es difícil conseguir una hipoteca sin demostrar antes que las termitas no se han comido los cimientos-. Nuestro hombre podría ser un exterminador, un contratista, un transportista de mudanzas…
Faith sacó un boli y comenzó a escribir una lista en la parte posterior de la carpeta naranja.
– Su licencia de agente inmobiliaria no sería válida aquí, así que debía de tener un agente en Atlanta para poder vender la casa.
– A menos que la vendiera directamente como propietaria, en cuyo caso puede que hubiera enseñado la casa a varios posibles compradores. Eso significa que pudo haber extraños entrando y saliendo de la casa todo el tiempo.