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– No -contestó Mary-, a la señorita Ajenjo. Es el nombre de la profesora de primaria de Calvin.

– Bueno, en ésa sí que me hubiesen pillado en el Trivial -confesó Xiou.

– La verdad es que es una tontería -admitió Mary-. He intentado recordar el nombre de la niña que sale en la tira, pero sólo me acordaba del nombre de la profesora. -Mary empezaba a sentirse algo ridícula-. Si no le gusta, puedo…

– No, no, está bien -la tranquilizó-. Supongo que esperaba que le pusieras a uno mi nombre.

– ¿Y quién iba a saber pronunciarlo? -dijo ella con una carcajada.

* * *

Pasaron dos semanas antes de que el Observatorio de Mount Wilson, en California, pudiera programar la toma de otra serie de imágenes de los tres asteroides descubiertos por Mary Ludford. La importancia de lo que las imágenes revelaron mereció una llamada personal, y una afortunada coincidencia hizo que Mary Ludford se encontrara con Xiou en el momento en que ésta se produjo. Por solicitud del doctor James Waters del Observatorio de Mount Wilson, en el otro extremo del país, la llamada fue transferida al monitor de pared de Xiou. En un instante la amplia superficie plana de la pantalla se iluminó y el doctor Waters apareció ante ellos a tamaño real. La claridad de la imagen daba la falsa impresión de que éste se encontrara en el despacho contiguo y que alguien hubiese abierto una ventana entre las dos estancias. Reforzaba drásticamente esta sensación la cualidad más destacable de la pantalla: cada centímetro hexagonal de la superficie hacía las veces a su vez de cámara y enviaba su señal individual al hexágono correspondiente en la pantalla receptora. Con la ayuda del ordenador del sistema, que compensaba los bordes entre cada una de las cámaras, los múltiples puntos de vista permitían apreciar una imagen prácticamente tridimensional.

El doctor Xiou presentó a Mary al doctor Waters; sólo faltó que se dieran la mano.

– ¿Qué tal, Mary? Me alegro de que estés aquí para ver esto – dijo el doctor Waters, diluyendo aún más la diferencia entre «aquí» y «ahí».

– Hola, doctor Waters -repuso Mary-. Me alegra poder conocerle por fin.

– Lo mismo digo, Mary. Pero, por favor, llámame Jim.

Mary asintió.

– Para serte sincero, Mary -empezó Waters-, lo que has descubierto nos ha dejado perplejos a todos los del observatorio.

Waters presionó una de las teclas de función del teclado de su ordenador y la imagen de la pantalla del despacho de Xiou se transformó al instante en otra compuesta por un pequeño recuadro a la derecha con un primer plano de Waters, mientras que el resto lo ocupaba lo que Mary no tardó en reconocer como una de las imágenes a partir de las cuales había hecho su descubrimiento.

– Esta primera fotografía -empezó Waters- es una de las que se tomaron el mes pasado, con los tres objetos situados aquí, aquí y aquí.

Mientras hablaba, Waters empleaba el puntero del ratón para señalar cada uno de los objetos.

– La segunda fotografía -continuó al tiempo que cambiaba la imagen- fue tomada anoche. Y como puedes ver, el albedo de cada uno de los objetos -situados aquí, aquí y aquí- ha aumentado considerablemente al acercarse a la Tierra.

– Disculpa, Jim -dijo el doctor Xiou-. Sigues refiriéndote a ellos como objetos. ¿Son asteroides o no?

– Por el momento, lo único que puedo decirte -contestó Waters- es que así lo creo. Sus órbitas guardan mayor parecido con la de un cometa que con la de un asteroide, con un afelio bastante más allá de la órbita de Neptuno y un perihelio a medio camino entre las órbitas de Mercurio y Venus. Lo que más nos ha sorprendido es su procedencia y por qué no los hemos visto antes. A partir de la trayectoria y la velocidad, hemos calculado sus órbitas y todo indica que cruzan la órbita terrestre, lo que los convertiría en asteroides clase Apolo, y aun así ninguno de nuestros barridos anteriores los había detectado.

– ¿Alguna teoría? -preguntó Xiou.

– Bueno, según todas nuestras previsiones, sus órbitas los adentrarán en la órbita de Júpiter durante un periodo de solamente dos años y medio aproximadamente en sus periodos de revolución de quince años. Puede ser que no hayamos observado en el lugar adecuado cuando estaban lo suficientemente cerca para resultar de interés, pero, si he de ser sincero, dudo que a todo el mundo se le haya pasado tres asteroides de semejante tamaño dada la atención que han suscitado siempre los asteroides clase Apolo. Nos vamos a poner de inmediato a revisar los archivos de este campo de investigación. Otra posibilidad es que sean planetoides errantes provenientes del exterior de nuestro sistema solar y que no han sido capturados por la gravedad solar sino muy recientemente.

»Los dos asteroides más próximos a la Tierra, que han sido designados 2031 KD y 2031 KE y que me dicen que vas a bautizar Calvin y Hobbes -Mary asintió con una sonrisa-, están a trescientos cincuenta mil kilómetros uno de otro, lo que es relativamente poco. El más grande, el 2031 KF, y que tú has bautizado Ajenjo, les sigue a unos sesenta y siete millones de kilómetros. Como decía, los tres son bastante grandes si se comparan con otros asteroides clase Apolo. El primero, el 2031 KD, es irregular, con forma de riñón, y posee un diámetro medio de unos veinte kilómetros. El segundo, el 2031 KE, es esférico y presenta unos tres kilómetros de diámetro. Pero el 2031 KF es un monstruo de casi cincuenta kilómetros de diámetro, lo que lo convertiría en el más grande de los asteroides que cruzan la órbita terrestre, más incluso que Eros, un asteroide oblongo con una anchura de unos veinte kilómetros.

– ¿A qué distancia de la Tierra les traerían sus órbitas? -preguntó el doctor Xiou.

– Ésa es precisamente la razón de mi llamada.

El doctor Waters se acercó el teclado y presionó otra tecla de función. De inmediato, la imagen de la pantalla rotó para ofrecer una vista general computerizada de la sección del sistema solar entre el Sol y el punto más allá de la órbita de Marte donde las fotografías más recientes situaban a los asteroides. En la parte superior central de la pantalla aparecían los tres asteroides, que no parecían más que puntos diminutos de luz en la vastedad de esta diminuta fracción del sistema solar.

– Hemos introducido en el ordenador los datos de las órbitas de los asteroides para obtener una simulación de su avance y éste es el resultado.

Waters inició la simulación y cada uno de los cuerpos empezó a moverse, dibujando su órbita en la pantalla. Los asteroides avanzaron rápidamente formando un estrecho arco en dirección contraria a las manillas del reloj, que descendía hacia la parte inferior izquierda de la pantalla. En la esquina superior izquierda, un contador mostraba el paso del tiempo a la vez que progresaba la simulación. Más abajo en la pantalla, la Tierra dibujaba su órbita casi circular alrededor del Sol.

Según avanzaba la simulación, el doctor Jung Xiou empezó a sentirse cada vez peor. Mary Ludford, boquiabierta, se llevó la mano a la boca. Mientras el contador iba enumerando día tras otro, las órbitas de los dos asteroides en cabeza los acercaban más y más a la Tierra, esbozando una conclusión terroríficamente inevitable. Justo cuando la colisión parecía inminente, la imagen de la pantalla pasó a ofrecer otra más ampliada, en la que se podía ver claramente que la Tierra eludía la colisión con los asteroides por muy poco.

– Como veis, estamos hablando de dos pasadas muy próximas -dijo el doctor Waters al tiempo que la simulación mostraba como la Tierra esquivaba por poco la colisión con los dos asteroides. Waters detuvo la simulación durante un instante para comentar lo que acababan de ver. El calendario de la simulación se había detenido en el 3 de julio-. Hemos vuelto a introducir los cálculos en el simulador -dijo- y observado de cerca los asteroides, pero parece que el 2031 KD pasaría a ochocientos kilómetros. El 2031 KE pasaría aún más cerca, a unos quinientos kilómetros. Podría incluso entrar brevemente en contacto con la atmósfera exterior. Si así fuere, entonces, basándonos en la trayectoria, rebotaría en ésta igual que una piedra lanzada con un ángulo muy cerrado contra el agua. Los asteroides 2031 KD y 2031 KE nos proporcionarían una fabulosa oportunidad para avistar un fenómeno único. A las distancias calculadas, el 2031 KD aparecería en el cielo con un tamaño dos veces más grande que la Luna, y si el 2031 rebota en la atmósfera, entonces disfrutaremos de unos maravillosos fuegos de artificio.