– Es genial, Jim -dijo Xiou-, pero he de reconocer que me habías asustado.
– Bueno, ésa era la buena noticia.
– ¿A qué te refieres? -preguntó Xiou.
– El problema es el 2031 KE Las órbitas de los tres asteroides tienen una inclinación similar, que varía entre los cuarenta y un grados de la Eclíptica del 2031 KD y el 2031 KE, a los menos de treinta y ocho grados del 2031 KF. Pero, mientras el 2031 KD y el 2031 KE dibujan órbitas casi idénticas alrededor del Sol, la del 2031 KF es mucho más grande. En este momento, los tres están bastante próximos los unos de los otros en términos cósmicos, pero no es más que una coincidencia. Sus trayectorias irán apartándose más y más según se aproximen al Sol. Eso significa, como podréis comprobar cuando ponga en marcha el resto de la simulación, que el 2031 KD cruzará la órbita terrestre en el punto A, el 3 de julio, seguido menos de tres horas después por el 2031 KE.
Mientras hablaba apareció en la pantalla una a mayúscula de color blanco sobre el punto donde las órbitas de los dos primeros asteroides habían pasado la Tierra.
– La órbita del 2031 KF, no obstante, la cruzará aproximadamente cuarenta y tres días después en el punto B.
En ese momento apareció en la pantalla una be mayúscula algo más abajo y a la izquierda de la A.
– Si sus órbitas fueran más parecidas, de forma que el 2031 KF cruzara también la órbita terrestre en algún punto cercano al punto A, entonces para cuando llegara allí, la Tierra se encontraría casi ciento tres millones de kilómetros más adelante en su órbita y fuera de todo peligro. Por el contrario, y si nuestros cálculos preliminares son correctos, cruzará la órbita terrestre en el punto B, el día 15 de agosto.
Waters pulsó una tecla para reanudar la simulación. El tercero y mayor de los asteroides había quedado momentáneamente fuera de la imagen de la ampliación, pero ahora apareció de nuevo justo en el extremo izquierdo superior de la pantalla. La visión era impactante, y el doctor Waters oyó con toda claridad el grito apagado que lanzaron sus interlocutores al observar la progresión de la simulación.
– ¿Una colisión? -preguntó Xiou intentando mantener la compostura a pesar de la escena que se desplegaba ante él.
No hizo falta que el doctor Waters respondiera. Al momento, un instante después de que el contador cambiara de fecha al 15 de agosto, se produjo el impacto. En la simulación, la Tierra, con un diámetro de casi trece mil kilómetros, se reducía a absorber el cuerpo, mucho más pequeño, y continuaba el avance a lo largo de su órbita. Aunque aquella imagen pudiese representar con exactitud la vista desde el espacio, el panorama desde la Tierra iba a ser mucho más dramático.
– Por el momento, la simulación se basa en un número limitado de datos -dijo Waters-. Todavía cabe la posibilidad de que mis cálculos estén equivocados. Vamos a intentar tomar unas cuantas fotografías más de los asteroides esta noche e intentar atar cabos, pero todo indica que nos enfrentamos a la probabilidad de un impacto directo contra la Tierra.
Se produjo un largo e incómodo silencio, tras el cual el doctor Xiou formuló su pregunta.
– ¿De qué daños estamos hablando?
– Si combinamos los efectos primarios y secundarios -contestó el doctor Waters-, hablamos de la destrucción de toda o casi toda la vida en el planeta.
3
Dos días después
Nueva York, Nueva York
El embajador Jeremiah Ngordon, de Chad, representante de África Occidental y presidente de turno del Consejo de Seguridad, declaró abierta la sesión del pleno extraordinario. La reunión había sido convocada por el doctor Alsie Johnson, del Instituto de Ciencia Espacial de Naciones Unidas, y por la embajadora Helia Winkler, de Alemania, quien había reemplazado a Christopher como representante temporal de Europa después de ser éste elegido representante permanente europeo. Winkler también había ocupado el puesto de Christopher a la cabeza de la Organización Mundial para la Paz (OMP), y en calidad de tal acompañaba ahora al doctor Johnson.
Los convocados a esta sesión a puerta cerrada conocían de sobra el motivo de la reunión, pero tras las necesarias presentaciones de invitados y las obligadas expresiones de mutua admiración que siempre preceden a todo evento político, la presidencia procedió a iniciar la sesión con un resumen de los sucesos que la habían precipitado. Entre el contingente de ocho científicos y tres generales de la OMP allí presente para informar y responder a las preguntas del Consejo de Seguridad, se encontraban el doctor James Waters, del Observatorio de Mount Wilson, y el doctor Jung Xiou, del Centro de Astrofísica Harvard-Smithsonian. Mary Ludford, descubridora de los asteroides, también estaba allí, pero no figuraba en la lista de oradores.
A pesar de tratarse de un pleno a puerta cerrada, no había intención alguna de mantener la información en secreto por mucho tiempo. Peor que hacerla pública habría sido que se produjera una filtración. Pero era esencial que se informara a la opinión pública de la manera más sosegada y tranquilizadora posible. El peligro era sin duda real, pero no se trataba de una crisis irremediable. El único propósito de la reunión era asegurarse de que el remedio tuviese alguna probabilidad de éxito. La comunidad científica creía haber dado con la solución y sólo quedaba que los gobiernos proporcionaran los apoyos financiero y logístico necesarios.
Decker Hawthorne, responsable de recoger la información en la reunión, había escogido minuciosamente al personal, incluidos los técnicos de imagen y sonido. Se había acordado pasar determinados cortes a la prensa, pero sólo después de una juiciosa edición del material. Atento al pleno, que ya había iniciado la sesión, Decker escuchaba bolígrafo en mano dispuesto a anotar las frases que luego convendría eliminar de la grabación a fin de no alarmar en exceso a la opinión pública. Su semblante no revelaba signos de angustia, pero Decker era plenamente consciente de que nadie en la sala, salvo él y Christopher, comprendía realmente la dimensión del problema al que se enfrentaban. Nadie había establecido todavía relación alguna entre los asteroides y lo que dos hombres, Juan y Cohen, habían profetizado cinco meses atrás. Pero ¿cómo iban a hacerlo? La mayoría de los presentes ni siquiera sabía quiénes eran Juan y Cohen, y los que sí, los consideraban poco más que un par de chalados. Con todo, era imposible que los presentes no hubieran oído cuando menos alguna historia sobre los peculiares seguidores de aquellos hombres, los Koum Damah Patar. Todos los países del mundo contaban con alguno entre ellos; en la mayoría había cientos.
El doctor Alsie Johnson, del Instituto de Ciencia Espacial de Naciones Unidas, pronunció unas breves palabras introductorias antes de presentar a los invitados. A continuación dio la palabra al doctor Waters, quien se encargó de explicar en líneas generales la índole de la amenaza antes de proceder a hacer la narración de una versión ligeramente actualizada de la simulación que, dos días atrás, había mostrado al doctor Xiou y a Mary Ludford. Desde entonces, el reajuste del cálculo de los itinerarios de los asteroides desvelaba que el primer y el segundo asteroides, el 2031 KD y el 2031 KE, iban a pasar por lados opuestos de la Tierra. El primero y más grande de los dos lo haría aproximadamente a algo más de seis mil kilómetros de la Tierra, siguiendo una trayectoria noroeste sudeste sobre buena parte de Norteamérica y Sudamérica, la noche del 3 de julio. El segundo asteroide pasaría tres horas después, a unos mil seiscientos kilómetros de distancia, por el lado iluminado del planeta, cruzando buena parte del noroeste y del sudeste de Asia, Filipinas y Nueva Guinea.