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– ¿Y si nos sirviéramos de los dos primeros asteroides para ensayar la metodología de destrucción planeada para el tercero? -insistió Christopher-. ¿Acaso no es lógico… bueno… hacer una prueba intentando destruir los dos primeros asteroides y comprobar que la teoría y tecnología que planean utilizar con el tercer asteroide son las correctas?

La idea cayó bien entre los otros miembros permanentes y temporales del Consejo de Seguridad, y muchos asintieron convencidos de la lógica de la sugerencia. Decker contuvo la respiración. ¿Era posible que la razón fuera a vencer las siniestras tentativas de Juan y Cohen?

– Señor embajador -contestó el doctor Johnson-, aunque lo que dice tiene mucho sentido, existen tres razones por las que su idea no puede llevarse a cabo. En primer lugar, si hiciéramos un lanzamiento contra uno de los dos primeros asteroides y nuestros cálculos no fueran del todo exactos, entonces, en lugar de destruir el objetivo, podríamos alterar su trayectoria y correr el riesgo de lanzarlo directamente contra la Tierra. Segundo, en el caso de que el lanzamiento tuviera éxito y destruyéramos el 2031 KD o el 2031 KE, entonces, tal y como demostraba la simulación de la destrucción del tercer asteroide, los restos saldrían disparados en todas direcciones. Aun cuando pudiésemos efectuar el lanzamiento dentro de nueve días, los misiles sólo alcanzarían los asteroides cuando estuvieran a dos días y medio de la Tierra. La lluvia de desechos resultante de la explosión seguiría siendo radioactiva y podría producir miles de muertos. Y por último está el problema de los recursos. Todos los recursos de los que disponemos, incluido el tiempo, deben reservarse para el 2031 KF, que es el que representa la amenaza.

Ante una respuesta tan contundente e indiscutible, era absurdo seguir discutiendo. Si la ciencia afirmaba que los dos primeros asteroides no constituían riesgo alguno, nada iba a convencer a nadie de lo contrario.

4

EN VÍSPERAS DE LA DESTRUCCIÓN

Quince días después

Observatorio de Sacramento Peak, Nuevo México

Mary Ludford se enjugó las lágrimas antes de asomarse al espejo del baño para comprobar su aspecto. Tenía los ojos enrojecidos, lo que podía atribuirse fácilmente a la falta de sueño; aquellas dos últimas semanas habían estado plagadas de madrugones y trasnoches. En el fondo no se consideraba merecedora de tantas atenciones, pero lo cierto era que desde que saltó la noticia sobre los asteroides, los medios habían hecho de ella una suerte de heroína internacional, y el cansancio venía a ser el precio que el mundo exigía a sus celebridades. Ahora le iba a servir de excusa. Era mucho más sencillo achacar su aspecto al agotamiento que reconocer que había llorado.

A pesar de la naturaleza nada heroica del descubrimiento, lo cierto era que había sido ella la primera en detectar la amenaza y, con ello, la responsable de proporcionar al mundo el tiempo necesario para preparar su defensa. Aparte, estaba en la naturaleza misma de los medios informativos el deseo de ponerle cara a un tema tan complejo. Así que allí estaba Mary Ludford en las portadas de Newsweek, Time y News World; en los telediarios y tertulias televisivas; en numerosos programas especiales que radio y televisión dedicaban ahora a los asteroides; y en el escenario central, ofreciendo sus comentarios, mientras se producía el lanzamiento de los misiles que habrían de destruir el tercer asteroide gigante, el 2031 KF. Los lanzamientos se habían efectuado sin incidencias. Cada misil había partido en el momento justo de la secuencia planeada y luego, después de dibujar una órbita alrededor de la Tierra, había continuado su veloz avance hacia aquella masa amenazante, situada a ciento dos millones de kilómetros de distancia. El éxito parecía asegurado, y así, una vez entrevistados expertos y «gente de la calle», y aireadas la inquietud y confusión reinantes, los medios informativos volvieron a centrar su atención en Mary Ludford.

Ahora que la destrucción del tercer asteroide era casi un hecho, la aclamación general debería haber brindado a Mary unos días de entusiasmo y diversión, un soñado periodo de hoteles de lujo y restaurantes caros, de codearse con gente famosa y poderosa. Pero al agotamiento se sumaba un pensamiento que había turbado su mente desde el primer momento en que los focos se fijaron en ella. ¿Qué ocurriría si su padre la veía en la televisión? ¿Intentaría telefonearla? Al principio temió que pudiese llamarla. Si lo hacía, ¿qué iba a decirle? ¿Sería capaz de hablarle a pesar de la ira que sentía hacia él por haberlas abandonado a ella y a su madre? Luego tomó la determinación de que si, en efecto, la llamaba, le lanzaría sus reproches y luego le colgaría el teléfono. Mary ensayó mentalmente lo que iba a decirle e incluso practicó con el auricular cómo colgarle. Pero entonces empezó a esperar ansiosa la llamada, temiendo que ésta no se produjese. Luego abandonó su plan anterior y pensó que si la llamaba, tal vez pudieran hablar. Tal vez tuviera él alguna razón que explicara el porqué de su partida. No podía ser una buena razón, pero sí una comprensible, una que la animase a perdonarle.

Ahora sabía que no había hecho sino engañarse. Ya habían pasado dos semanas desde que la entrevistaron por primera vez en un canal internacional, y su padre no había intentado ponerse en contacto. Era imposible que no la hubiese visto por televisión o en las revistas y periódicos. Y allí estaba ella, como una tonta, malgastando sus lágrimas por alguien a quien aparentemente ni siquiera le importaba si ella existía o no. De nuevo decidió que le colgaría el teléfono si la llamaba. No se le ocurrió que al decidir no pensar más en él volvía al principio de aquel círculo vicioso. Lo cierto era que no podía dar por perdida la esperanza.

Satisfecha con su aspecto, el más presentable posible, y con la falsa determinación de no dedicar más tiempo a sufrir por su padre, Mary Ludford salió del aseo para volver a reunirse con los investigadores científicos y los periodistas que llenaban la sala de conferencias del edificio del laboratorio principal para repasar los detalles de última hora. Después se dividirían en grupos y se trasladarían a las tres instalaciones independientes desde donde iban a realizarse las actividades de aquella noche. Cuando llegó, la reunión había concluido y la sala de conferencias estaba vacía.

Mary recorrió lentamente la calle en dirección noroeste; dejó atrás las furgonetas de la prensa y se adentró en el camino que, entre árboles, conducía al Hilltop Dome. Quienes vivían y trabajaban en el observatorio se habían acostumbrado al aire enrarecido, pero para los no habituados, los casi tres mil metros de altitud a los que se encontraba Sacramento Peak no se prestaban a caminatas a paso ligero. Detrás de ella se elevaba el Grain Bin [9] Dome, el insólito edificio del primer Observatorio de Sacramento Peak, así llamado por haberse erigido a partir de un viejo almacén agrícola. Más atrás se levantaba la John W. Evans Solar Facility, una construcción de aspecto mucho más tradicional, dedicada principalmente a la investigación de la fotosfera, la cromosfera y la corona solares. A su izquierda, la estructura más emblemática del complejo, la torre blanca del Tower Telescope, destacaba con sus imponentes cuarenta metros de altura contra el cielo nocturno. En su interior, el telescopio se adentraba en el seno de la montaña otros sesenta y siete metros a lo largo de un pozo abierto. Era un instrumento imponente, pero estaba específicamente diseñado para observaciones solares y carecía de utilidad para rastrear y observar asteroides. Éste iba a ser el único de los cuatro observatorios de Sacramento Peak que permaneciera inactivo aquella noche.

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[9] En español, granero. (N. de la T.)