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El Observatorio de Sacramento Peak, que durante setenta años había funcionado casi exclusivamente como observatorio solar, no era la única instalación que iba a modificar su cometido habitual. En el proyecto participarían más de doscientos observatorios de todo el mundo, muchos de los cuales estaban especializados en otros campos de la astronomía y nunca se habían consagrado al estudio de asteroides.

A pesar de la escasez de oxígeno, Mary decidió continuar su paseo más allá del Hilltop Dome hasta el mirador situado entre éste y el Tower Telescope. La noche era clara y permitía divisar al sudoeste, más allá de la vasta extensión de dunas de yeso de la cuenca del Tularosa, los montes de San Andrés y el pico Organ. Las luces de El Paso, en el Estado de Texas, resplandecían en la distancia, al sur. Al elevar la vista hacia el cielo septentrional, fijó su mirada en los dos objetos que la habían sacado de su tranquilo estudio sobre galaxias en recesión. Los dos eran visibles a simple vista desde hacía dos noches, pero ahora resultaban inconfundibles en el firmamento; dos puntos brillantes algo por encima del horizonte casi justo al norte. En su posición actual, el segundo y más pequeño de los asteroides (el 2031 KE) se encontraba algo más arriba que el primero (el 2031 KD) en el cielo. Pero según avanzara la Tierra por su órbita, el 2031 KE daría la impresión de precipitarse por debajo del primero, y tres horas después de que el 2031 KD surcara los cielos del hemisferio occidental, el 2031 KE desaparecería tras el horizonte para proseguir su trayectoria por el firmamento de la mitad oriental del globo.

Mary desanduvo el camino hasta el Hilltop Dome. Al entrar en la instalación miró hacia el enorme monitor de la pared, que ofrecía una imagen telescópica de los asteroides. Además de realizar numerosas pruebas, estimaciones y estudios, los observatorios situados a lo largo de los itinerarios de los asteroides actuaban como estaciones de localización, desde las que se seguía el avance de los asteroides y se proporcionaba información por satélite al resto de observatorios y a las emisoras de televisión de todo el mundo. El telescopio Hubble había sido orientado de forma que pudiera ofrecer la mejor vista de la aproximación de los asteroides al planeta desde el norte. Al principio, los asteroides se encontraban dentro del campo de visión del telescopio en órbita, pero al acercarse, había sido necesario enfocarlos por separado. Ahora, a pocas horas de su paso y desaparición, el Hubble centraría su observación en el primer asteroide hasta que éste dejara la Tierra atrás, y luego rotaría rápidamente para enfocar el segundo.

La cobertura por televisión y en Internet incluía dos emisiones vía satélite en las que se apreciaba de forma ininterrumpida la aproximación de ambos asteroides. Hasta pocas horas antes, habían ofrecido una imagen nada espectacular, en forma de dos diminutos puntos de luz sobre un fondo plano. Su interés radicaba en los dos contadores digitales que, en la esquina inferior derecha de la imagen, marcaban la distancia entre cada uno de los asteroides y la Tierra. Ciento cuatro mil seiscientos kilómetros por hora era una velocidad que sin duda sorprendía a la mayoría de los espectadores, pero se decía que incluso los más entendidos habían dado muestras de asombro al comprobar cómo los contadores de distancia avanzaban a una velocidad de veintinueve kilómetros por segundo. Otras cadenas de televisión ofrecían programas especiales sobre los asteroides, durante los cuales se actualizaban con frecuencia los datos referentes a su aproximación.

A pesar de tan amplia cobertura mediática, muchos habían preferido observar los asteroides en directo, y los comercios no tardaron en agotar sus existencias de telescopios para aficionados y prismáticos de alta precisión. El avistamiento de diversos objetos, tanto reales como imaginados, por parte de un puñado de observadores sobreexcitados e inexpertos había provocado pequeñas escenas de pánico al ser interpretados como un posible nuevo grupo de asteroides que se precipitaba contra la Tierra. Pero la histeria no se limitaba a estos pocos. A pesar de los repetidos llamamientos a la tranquilidad por parte de la ONU y de investigadores científicos de todo el mundo, había quienes seguían insistiendo en interpretar el suceso como el anuncio del fin del mundo. Para otros, el paso de los asteroides constituía, más que un motivo de preocupación, una excusa para celebrar extravagantes fiestas del fin del mundo.

Las autoridades locales habían reparado en cómo el incremento en las ventas de telescopios y prismáticos se había visto acompañado de un importante aumento de denuncias por delitos de voyeurismo y de exhibicionismo por parte de quienes deseaban ser espiados. Pero la policía apenas tenía tiempo para ocuparse de estas faltas, debido al drástico incremento de delitos más graves, como asesinatos, violaciones y robos, perpetrados en su mayoría por delincuentes convencidos de que, ante la probabilidad de que llegara el fin del mundo, convenía disfrutar al máximo del poco tiempo que les quedaba.

Muchas series de televisión se habían apresurado a modificar el guión para incluir la aproximación de los asteroides en sus historias, y un culebrón que llevaba ya tiempo en antena y que empezaba cada capítulo con una vista de la Tierra girando en el espacio añadió a la escena una imagen generada por ordenador de los asteroides.

Para otros, en particular los proclives a la depresión, el temor al fin inminente había sido más de lo que podían soportar. Las clínicas especializadas en cuidados paliativos se vieron tan superadas por la petición de citas que no habían tenido más remedio que suspender por completo las consultas sin cita previa. Sencillamente, carecían de personal médico y administrativo suficiente para hacer frente a la demanda. La tensión de la espera a recibir estos cuidados había resultado tan insoportable para algunos que, sin más, habían optado por acabar con sus vidas sin asistencia médica alguna.

Nueva York, Nueva York

En el despacho privado de su residencia oficial de Nueva York, el embajador italiano Christopher Goodman, acompañado de Robert Milner y Decker Hawthorne, observaba en el televisor la aproximación de los asteroides. A los comentaristas y presentadores de noticias se les veía faltos de material con el que llenar la última hora antes de que el primer asteroide empezara a surcar el cielo del hemisferio occidental. A estas alturas ya se había entrevistado a todas las personas posibles y se habían emitido una y otra vez todas las noticias paralelas imaginables.

Decker cambió de canal y escuchó los últimos minutos de un informe que hablaba de cómo pequeños grupos de personas se habían reunido en distintos rincones del mundo para entonar cánticos y concentrarse a fin de crear un «escudo mental positivo» que protegiese a la Tierra de los asteroides. Decker sacudió la cabeza.