– Aquí, de momento, tenemos tres. He hablado con Lech, del St. Tadeusz. Ellos tienen dos hasta ahora, y por lo que sé, en Varsovia superan la docena.
– No tenía ni idea. ¿Cómo iba el cólera a golpear con tanta rapidez sobre un área tan extensa?
El doctor Markiewicz meneó la cabeza.
– Necesito que atiendan a Anna enseguida -dijo Zielenski dándose por enterado de la situación a pesar de desconocer la causa.
– Vamos a examinarla y a cogerle una vía para que vaya recuperando líquido.
En ese mismo instante, se abrió la puerta y entró el doctor Jakob Nowak.
– Perfecto -empezó-, una de las enfermeras me ha dicho que estabas aquí.
– Tengo que cogerle una vía a mi hija de inmediato. ¿Puede esperar? -preguntó Zielenski.
– Es sólo un minuto -insistió Nowak-. Estábamos equivocados. No es el cólera.
– Y entonces, ¿qué es? -preguntó Zielenski sin darle tiempo a Nowak a terminar.
– Se trata de un envenenamiento -dijo Nowak-. Arsénico -continuó antes de que Zielenski le interrumpiera de nuevo-. Afecta a toda Polonia.
– Pero ¿cómo? -preguntó Zielenski incrédulo.
– Está en el agua.
8
Nueva York, Nueva York
– Se han comunicado miles de casos de envenenamiento por arsénico en todo el mundo -anunció el doctor Sumit Parekh, de la Organización Mundial de la Salud, ante la reunión extraordinaria del Consejo de Seguridad de la ONU-. Al principio pensamos que la nube de ceniza volcánica, en continua expansión, era el foco del arsénico. Pero las muestras de aire tomadas a distintas altitudes en distintos puntos del planeta han revelado la presencia de índices de arsénico poco significativos que, desde luego, resultan sin duda insuficientes para causar un envenenamiento tan extendido. Por esa razón hemos relacionado el arsénico con la nube de desechos procedente del tercer asteroide.
– ¿Acaso sugiere que el asteroide estaba compuesto de arsénico? -preguntó el embajador Clark, representante de Norteamérica.
– No en su totalidad, no. Pero sí que contenía lo suficiente para constituir un problema. Es muy poco usual que un asteroide contenga índices de arsénico suficientes para causar lo que estamos experimentando; la mayoría de los meteoritos examinados no contienen más que pequeñas cantidades de arsénico, que a menudo no sobrepasan el uno por ciento del total de su composición. [11]
– ¿Se ha probado esta teoría? -preguntó el embajador Fahd, representante de Oriente Próximo.
– Así es -contestó Parekh-. De todos los fragmentos identificables de asteroide que han alcanzado la Tierra, la mayoría no supera el tamaño de un pomelo. Varios de los pedazos recuperados han sido enviados a museos y universidades, pero la mayoría se los ha quedado de recuerdo la gente que los encontró. El Luther College de Decorah, en Iowa, posee uno de los mayores, un fragmento de ciento treinta kilos y medio. Con su colaboración, hemos podido confirmar la hipótesis de que, efectivamente, presenta vetas de un material quebradizo gris apagado que al quebrarse revela un color blanco de estaño con un brillo metálico característico. Otras pruebas posteriores lo han verificado. El tercer asteroide contaba en su estructura con una retícula de arsénico. Creemos que ésa es la causa de que se despedazara por completo al recibir el impacto de la primera tanda de misiles. El polvo de asteroide depositado en la Tierra ha penetrado en el nivel freático y contaminado los lagos, ríos y pantanos, envenenando así el agua potable de miles de poblaciones.
– Pero el envenenamiento parece demasiado aleatorio -dijo el embajador Clark-. Afecta a una ciudad y se salta la siguiente por completo.
– Entendemos que ello obedece a varios factores, entre ellos el climático. Como ocurre con la lluvia, hay zonas donde el polvo de arsénico ha caído en cantidad muy elevada y otras donde el viento ha evitado que éste se depositara. Allí donde sí que ha caído sobre la superficie, los ríos y pantanos de escasa profundidad se han visto más afectados debido a la mayor concentración de arsénico disuelta en el agua. Cuanto más profundo es el río o el pantano, menor la concentración. En el caso de los pozos, la mayoría no está afectada porque se alimentan de manantiales subterráneos y es muy reducida el área de superficie expuesta. Otros factores que afectan de manera determinante la disolución del arsénico en el agua son la temperatura y el pH del agua. Hay que añadir que, al tratarse de un elemento que disuelto en el agua se vuelve incoloro, inodoro e insípido, no hay forma de detectar su presencia por métodos sencillos. Esto hace necesario efectuar un análisis exclusivo de cada fuente de agua, a fin de determinar si está contaminada o no.
– ¿Y cuánto va a durar esto? -preguntó Clark-. ¿Se puede hacer algo para depurar el agua?
– El cambio de las condiciones climáticas, la temperatura, la variación de los índices de pH y la sedimentación del arsénico harán posible que dentro de unos seis meses, tal vez, las reservas de agua vuelvan a ser potables. Hasta entonces es muy probable que mueran millones de personas si no se consigue suministrar agua potable a las zonas afectadas.
Tres días después
Jason Baker permaneció en silencio, para no molestar a su esposa, Judy, que dormía en el asiento del copiloto de la camioneta, con la cabeza apoyada contra la puerta. Eran las seis menos cuarto de la mañana, cinco minutos antes del amanecer. A pesar del manto de humo y ceniza que cubría el cielo, había luz suficiente para ver y para comprender las implicaciones de lo que se desplegaba ante él, allí sentado de cara al Sol naciente.
Según el planificador de viajes de Internet, se encontraban a mil seiscientos ochenta y seis kilómetros de su devastado hogar, en lo que fuera Seaside, California. Todavía faltaban mil setecientos setenta y tres kilómetros para llegar a su destino -Patterson, Louisiana-, donde esperaban encontrar a los padres de Jason aún con vida y un lugar donde empezar de nuevo. Pero la estimación de la distancia se basaba en las condiciones previas al impacto de los asteroides. Jason echó un vistazo al cuentakilómetros del salpicadero. Con tantas vueltas atrás, rodeos e itinerarios imprevistos, ya habían sumado dos mil seiscientos kilómetros a los mil seiscientos ochenta programados. Ahora, al contemplar cómo el Sol despuntaba en el horizonte, supo que lo recorrido no era sino la parte más sencilla del viaje.
La luz anaranjada del alba llenó la cabina y se posó sobre el rostro de Judy, que se removió en el asiento, estiró sus miembros dormidos y se masajeó los músculos del cuello, agarrotados después de dormir varias horas en tan incómoda postura. Al abrir los ojos, el escenario surrealista que se desplegó ante ella acabó de despertarla de un plumazo. Sin pronunciar palabra, Judy, igual que su marido, pasó varios minutos examinando la insólita estampa con perpleja curiosidad. En el horizonte, los rayos del Sol atravesaban la nube de ceniza volcánica y el humo de miles de hectáreas de bosque quemado, iluminando desde abajo el espeso manto que cubría el planeta. El cielo, un lienzo negro y gris, presentaba aquí y allá zonas menos opacas e incluso grandes rasgones informes por los que se colaba la luz del día. En alguna que otra parte, incluso, se apreciaban vastas y sorprendentes pinceladas de color azul, gris pardo y naranja sucio. En primer plano se extendía un paisaje carbonizado, plantado con retorcidos pedazos de metal y montones de desechos. Pequeños barrancos como lechos de río secos recorrían serpenteantes el terreno, obstruidos por enormes rocas.
En aquella superficie lunar, no había rastro de vida, ni pretérita ni actual. Y aun así, había demasiados restos de presencia humana como para considerarlo uno más de los exóticos espectáculos que en ocasiones ofrece la naturaleza. Así y todo, no había antecedentes en la historia de la humanidad que pudieran explicar lo que se desplegaba ante ellos.