Выбрать главу

La proclamación provocó una gran conmoción entre los sacerdotes y levitas judíos, y todas las miradas se concentraron en el sumo sacerdote, curiosas por ver su reacción. La expulsión del Templo había sido una maniobra ruin, pero que un gentil viniera a presentarse como el profeta Elías era una ofensa tremenda, aunque no una blasfemia propiamente dicha. Nadie sabía muy bien cómo reaccionar, de modo que todos miraron a Chaim Levin, el sumo sacerdote, para seguir su ejemplo. De haber tenido la más mínima sospecha de que, en ese instante, Christopher se encontraba en el interior del sanctasanctórum ante el Arca de la Alianza, no habrían esperado a la reacción del sumo sacerdote y se habrían lanzado ya a rasgarse las vestiduras y echarse polvo sobre la cabeza, como hacen por costumbre los judíos ante una grave ofensa.

Sorprendentemente, Chaim L evin estaba muy calmado. Ataviado con la indumentaria tradicional de su oficio en el Templo, el sumo sacerdote lucía una mitra azul con una diadema de oro sólido grabada con las palabras hebreas, que significaban «Santidad a Yahvé». Sobre la túnica de lino blanco que vestían todos los sacerdotes y que le llegaba hasta los tobillos, dejando únicamente al descubierto sus pies desnudos, el sumo sacerdote llevaba un manto hasta la rodilla. Estaba adornado con ricos bordados, y del borde inferior colgaban campanillas doradas que sonaban musicalmente cuando se desplazaba. Sobre este manto, lucía el efod, una especie de chaleco hasta la cadera, profusamente bordado con gruesos hilos de color dorado, púrpura, azul y carmesí. En el pecho, sujeto con cordones de oro a unos grandes broches insertos en las hombreras y atado a la cintura con cordones escarlata, iba el pectoral, un peto cuadrado de grueso lino, decorado con brocados de oro e incrustado con doce grandes piedras preciosas, en cuatro hileras de tres, representando a las doce tribus de Israel.

Ya fuera por gratitud hacia Christopher por haberles librado de Juan y Cohen o, sencillamente, porque no quería arruinar sus hermosos ropajes, Chaim Levin mantuvo la serenidad ante la afirmación de Milner. Es más, le miró fijamente a los ojos y con tacto y, eso sí, cierto regodeo escéptico, le preguntó:

– ¿Y por qué señal nos harás sabedores de que eres quien dices ser?

– Con la misma que yo, Elías, usé ante el rey Ajab y el pueblo de Israel en el Carmelo [41] -contestó Milner bien alto para que todos pudieran oírle.

Chaim Levin arqueó una ceja y frunció ligeramente el entrecejo. El descaro de Milner le impresionaba, pero ni por un momento pensó que fuera capaz de hacer lo que decía.

– ¿Y cuándo veremos esa señal? -preguntó pasados unos instantes.

– En esta hora -repuso Milner. Entonces le dio la espalda a Levin y, girándose hacia la muchedumbre, continuó-: Israel ha sufrido mil doscientos sesenta días de sequía. ¡Hoy ésta llega a su fin!

Dicho esto, sus manos salieron disparadas hacia el cielo, y en algún lugar más allá del Templo se oyó un leve rugido, que en pocos segundos ganó la intensidad de un trueno estremecedor. De pronto, el cielo se oscureció a una velocidad inaudita, y el firmamento se llenó de gruesos nubarrones grises aparecidos como por arte de magia. La muchedumbre y los sacerdotes, salvo unos pocos que había junto al sumo sacerdote, retrocedieron aterrados. Nada más retirarse, cayó en el área que había quedado despejada un rayo acompañado del estallido ensordecedor de un trueno, que hizo que la gente saliera corriendo, echándose las manos a los oídos. Al primer rayo le siguieron enseguida otros tres, que cayeron, cada uno más potente que el anterior, en el espacio abierto por la evacuación. Después empezó a llover.

El agua se precipitó como una tromba sobre Milner, el sumo sacerdote y todos los demás, exceptuando los poquísimos que habían tenido tiempo de resguardarse. La mayoría permaneció donde estaba, mirando agradecida hacia el cielo. Algunos se pusieron a bailar.

Para la muchedumbre, que conocía el episodio bíblico de Elías, el veredicto no podía ser otro: éste tenía que ser el profeta. ¿Cómo si no se explicaba aquello? El sumo sacerdote no estaba convencido del todo, pero no podía ofrecer ninguna explicación plausible, de modo que permaneció en silencio, con la mirada fija en Milner, mientras la lluvia convertía su impecable y elegante atuendo en un hatajo de trapos chorreantes. Enseguida muchos de los sacerdotes y levitas se unieron a la muchedumbre, que proclamaba a Milner como el Elías prometido, quien, según la profecía, había de preceder al Mesías. [42]

Fue por eso por lo que nadie se sorprendió cuando, pasados unos minutos en los que la lluvia les seguía calando, Milner anunció:

– ¡He aquí vuestro Mesías!

Bajo la lluvia incesante, Milner se volvió y pareció que señalaba con la mano extendida hacia el Templo, pero nadie adivinó qué era exactamente lo que esperaba que vieran. Entonces, por encima del ángulo sudeste, se abrió un claro en las nubes, permitiendo que lo atravesara un único rayo de rutilante sol.

– ¡Ahí está! -exclamó alguien.

En lo alto del muro, justo al borde del ángulo sudeste del Templo, a cincuenta y cinco metros por encima de ellos, en un lugar tradicionalmente conocido como el pináculo, estaba Christopher, con sus ropas agitándose al viento y completamente seco bajo el rayo de luz, que le iluminaba como un foco. Enseguida el haz de luz se ensanchó, al tiempo que las nubes se esparcían en todas direcciones, llevando la lluvia al reseco territorio de los alrededores de Jerusalén. Escasos momentos después, volvía a lucir el sol sobre la zona del Templo.

Ahora casi todas las cadenas de televisión del mundo estaban emitiendo en vivo cuanto acontecía en Jerusalén. Todas las cámaras le enfocaban y retransmitían sus palabras y su imagen a los rincones más apartados del planeta.

– Gentes de la Tierra -empezó Christopher lentamente, con un tono sereno y tranquilo destinado a restaurar la calma-. Durante miles de años, profetas y augures, astrólogos y oráculos, chamanes y adivinos han anunciado la llegada de quien traería consigo la rama de olivo de la paz para todo el planeta. En el mundo se le ha conocido por un centenar de nombres diferentes. Y por un centenar de nombres diferentes ha sido invocado este portador prometido de la paz, para que acudiera raudo al amparo de los desventurados. Para los judíos es el Mesías; para los cristianos, el regreso de Cristo; para los budistas, él es el Quinto Buda; para los musulmanes, el duodécimo sucesor de Muhammad o el imán Mahdi; los hindúes lo llaman Krishna; Eckankar lo llama Mahanta; la comunidad bahai espera la llegada de la Gran Paz; para el zoroastrismo él es el Shah Bahram; para otros él es el Señor Maitreya, o Bodhisattva, o Krishnamurti, o Mitras, o Deva, o Hermes y Kus, o Jano, u Osiris.

»Cualquiera que sea el nombre por el que se le conoce -declaró Christopher-, sea cual sea la lengua en la que se le invoca, en este día os digo: ¡las profecías se han cumplido! ¡En este día se cumple la promesa! ¡En este día la visión se hace realidad para toda la humanidad!

Christopher hizo una pausa al tiempo que crecía la expectación.

– ¡Porque éste es el día de mi venida! -gritó triunfante.

Aunque no sorprendió a nadie porque la conclusión era evidente, sí que los dejó a todos asombrados. Nadie podía estar lo suficientemente preparado para semejante proclamación.

La voz de Christopher enseguida ganó velocidad y fervor.

– ¡Yo soy el prometido! -exclamó como en un cántico-. ¡Yo soy el Mesías, el Cristo, el Quinto Buda, el duodécimo sucesor de Muhammad; yo soy el que trae la Gran Paz; yo soy Krishna, Shah Bahrain, Mahanta, el Señor Maitreya, Bodhisattva, Krishnamurti y el imán Mahdi; yo soy Mitrás, Deva, Hermes y Kus, Jano y Osiris! No hay diferencia. Todos son uno. Todas las religiones son una. ¡Y yo soy aquel del que hablaban todos los profetas! ¡Éste es el día de la salvación de la Tierra!

вернуться

[41] 1 Reyes 18,19-40.

вернуться

[42] Malaquías 4, 5-6. En la versión de la Biblia de Cantera/Burgos, Malaquías 3, 23-24. (N. de la T.) Mateo 17,10-13.