El relato sobre el origen de la vida humana en la Tierra era interesante, pero no tanto como para que el pueblo de Jerusalén olvidara lo que acababa de hacer con las tablas que Moisés bajó del monte Sinaí. Christopher percibió este malestar y decidió que era el momento de ofrecer al mundo una demostración de sus verdaderas habilidades.
– El futuro que yo ofrezco es un futuro de poder -proclamó-. Incluido el poder de controlar la naturaleza, como os ha demostrado Robert Milner, que es Elías. Pero el poder, al igual que los últimos pasos en la evolución, no se concede. Para hacerlo verdaderamente vuestro, debéis tomarlo. ¡Tomadlo y se os dará! Yo he puesto fin al reinado de terror que habían instaurado Juan y Cohen; yo he puesto fin a la plaga de locura que amenazaba a todo el planeta; ¡y ahora comenzaré a regenerar la Tierra!
Christopher extendió el brazo derecho con la palma de la mano vuelta hacia abajo. Durante un largo lapso no se oyó sonido alguno, y la masa empezó a murmurar. Chaim Levin, el sumo sacerdote, con las ropas hechas jirones y cubierto de barro, quiso aprovechar la oportunidad y empezó a intentar atraer la atención de la gente. Pero antes de que pudiera articular palabra, un movimiento en los márgenes de la muchedumbre atrajo la atención de todos.
En el suelo recién empapado por la lluvia, en particular donde había tierra, junto al asfalto y alrededor de los edificios, algo empezó a moverse y, bajo la atenta mirada de los presentes, empezaron a brotar hierba y flores donde antes no había nada. Como si de una grabación a cámara rápida se tratara, la gente pudo contemplar en completo asombro cómo la tierra liberaba plantas de hermosos verdes, rojos, amarillos y morados. Del suelo baldío brotaban arbustos en flor y una fragancia primaveral llenó el aire de pronto.
Pero el milagro no sólo ocurría en Jerusalén. Christopher permaneció callado e inmóvil durante casi cinco minutos, mientras la vida vegetal mundial empezaba a brotar y a crecer. Muchas de las plantas más pequeñas alcanzaron la madurez en pocos instantes y en las zonas ennegrecidas por el fuego, los árboles jóvenes crecían hasta alturas de dos y tres metros. Entonces Christopher dejó caer el brazo y el fabuloso desarrollo aminoró a su velocidad habitual.
– Vengo para que poderes como éste sean vuestros -gritó. Su voz reflejaba claros signos de fatiga, prueba del gran esfuerzo que había requerido la demostración de sus poderes.
– Como he dicho -recalcó Christopher, retomando el hilo de su discurso-, no pido ni busco vuestra devoción. Os pido vuestra lealtad.
Esta vez no hubo vacilaciones, y la vasta mayoría de los presentes, junto con el resto del mundo, se puso a aplaudir, a vitorear y a gritar el nombre de Christopher.
Christopher volvió a levantar la mano derecha, esta vez para acallar a la multitud.
– Algunos os preguntareis -continuó Christopher- ¿y qué hay de los miles de millones caídos en los desastres de Yahvé?
Christopher hizo una pausa para que la pregunta calara entre quienes le escuchaban. Sabía que, en el contexto de su discurso, no podía haber muchos que se hubiesen planteado la pregunta, pero la mayoría acabaría planteándose la cuestión tarde o temprano. De modo que era mejor abordar el asunto ahora y no esperar a que le preguntaran sobre él.
Christopher sacudió la cabeza con tristeza y dijo:
– Es imposible devolverles la vida. Pero quienes lloráis la muerte de amigos y familiares no os aflijáis. Alegraos, más bien, porque no están verdaderamente muertos. Volverán a sentir la tierra bajo sus pies, porque los dioses no pueden morir del todo. Como Jesús dijo a Nicodemo hace dos mil años: «Es necesario que nazcáis de nuevo». [44]Así es con los que han muerto. Llámese reencarnación o «nacer de nuevo» o lo que se quiera, lo cierto es que algunos de los que han muerto en estos últimos tres años y medio ya han vuelto a nacer; pero, afortunadamente, pocos recordarán su vida anterior. No obstante, como enseñan los hindúes y los budistas, el sufrimiento que soportaron en sus vidas anteriores les servirá de escalón hacia un futuro más elevado y luminoso. De modo que no lloréis ni penéis. Enjugad vuestras lágrimas y alegraos de que cuando regresen, nacerán en una era a la que siempre ha aspirado la humanidad, la Nueva Era, la Era de la Ascensión para toda la humanidad.
»Pueblos de la Tierra, pueblo de Jerusalén, ha llegado el momento de dejar a un lado cuanto nos divide. El destino de la humanidad al completo espera a la unidad de la humanidad. Desechemos las diferencias, como el color de la piel, el género, la lengua o el lugar de procedencia. Que desparezca la división entre razas o nacionalidades. No haya más gentiles y judíos. Todas estas distinciones carecen ya de validez y sentido -dijo Christopher-. ¡Todos los pueblos son el pueblo elegido!
»Así, este edificio dejará de ser un templo a Yahvé, para convertirse en monumento a la divinidad del hombre. Nunca más volverá nadie a traer animales a su interior para su brutal sacrificio en honor a un dios sanguinario. ¡Desde este día cesarán los sacrificios y el Templo permanecerá abierto a todos!
En las primeras filas de la muchedumbre, Decker se preparó para lo que sabía estaba a punto de acontecer.
– Y si hay alguien que duda todavía -dijo Christopher preparándose para concluir su oración-, os ofrezco una última prueba de que soy quien digo ser. Hace cuatro mil millones de años, las simples naves espaciales enviadas desde Theata a la Tierra necesitaron veintitrés mil años para llegar a nuestro planeta, viajando casi a la velocidad de la luz. Ahora, una vez alcanzado el estado espiritual en su evolución, los theatanos pueden recorrer esa distancia en menos de un segundo.
»Todo de cuanto disfruta Theata está a vuestro alcance. En este mismo instante nos rodean millones de nuestros hermanos. Han venido a conducir, a guiar a cada una de las personas de la Tierra por el camino que lleva a la integración en el universo.
»¿Los veis? -exclamó Christopher-. ¿Los veis?
Christopher alzó la mano derecha en el aire, echó la cabeza majestuosamente hacia atrás y gritó:
– ¡He aquí los ejércitos celestiales!
De pronto, el firmamento apareció repleto de miles o cientos de miles de luces preciosas, algunas de centenares de metros de ancho, otras pequeñas como la cabeza de un alfiler, unas moviéndose lentamente, otras cruzando el cielo a gran velocidad.
– ¡He aquí los ejércitos celestiales! -tronó Christopher. Luego saltó al vacío desde el pináculo.
James BeauSeigneur