Выбрать главу

Algo más adelante, en la acera, un grupo reducido de personas se había concentrado alrededor de un hombre barbado produciendo una ruidosa conmoción. Jackie, Jody y Debbie aminoraron el paso para echar un vistazo. Decker salió de su ensimismamiento e hizo lo mismo. Nada más advertir Decker lo que estaba ocurriendo, el hombre se giró y le miró directamente a los ojos. Su frente parecía rociada de sangre. Decker reconoció las marcas.

– La religión no es la causante del mal, señor Hawthorne -empezó el hombre-. ¡No es más que una buena excusa para quienes hacen el mal! Y como que el Señor Supremo vive, que Él no se complace en la muerte del malvado, sino en que se enmiende y viva.

– ¡Seguid andando! -dijo Decker a sus acompañantes, mientras las reunía como un pastor al rebaño y las animaba a seguir adelante.

Delante de la sede de la ONU vieron a otros dos KDP, rodeados de sendos grupitos de personas. Decker no tardó en enterarse de que varios miles de miembros del Koum Damah Patar habían partido de Israel para repartirse por todo el mundo. Al parecer, sus objetivos principales eran las ciudades con importantes poblaciones judías, y Nueva York contaba con una de las más numerosas.

Dos meses después

Cambridge, Massachusetts

Sola en el laboratorio del Centro de Astrofísica Harvard-Smithsonian de la Universidad de Mississippi, la estudiante de doctorado Mary Ludford se restregó los ojos y dio otro sorbo al café, ya templado, que llenaba la taza que conservaba desde los catorce años. Aquél era el único recuerdo que tenía de su padre, que las había abandonado a ella y a su madre ocho años atrás. Para salir a flote, su madre había vendido sus pertenencias, y lo que no consiguieron vender lo quemaron, rompieron o tiraron a la basura. Su madre nunca había entendido por qué Mary quiso conservar la taza; Mary tampoco estaba muy segura. Se la había comprado a su padre en un anticuario para el Día del Padre un año antes de que se fuera, y estaba grabada con una viñeta de Calvin y Hobbes, el tebeo favorito de su padre desde niño. Aquella copia no autorizada del cómic era tan falsa como el amor de su padre hacia ella. Y si había algo en todo aquello de lo que estaba segura era que si no la cafeína del café, la amargura de los recuerdos que contenía aquella taza evitarían siempre que se quedara dormida. En aquel momento, sin embargo, su mente estaba muy lejos del odio que sentía hacia su padre.

Llevaba varias horas analizando imágenes computerizadas en su monitor de alta resolución, marcando la posición de algunas de las galaxias más alejadas de la Tierra. Las imágenes, captadas por detectores electrónicos capaces de registrar un único fotón de luz, se habían tomado desde el telescopio de ciento veinte pulgadas del Observatorio de Mount Wilson, en California. En el marco de las investigaciones que realizaba para su tesis doctoral, Mary Ludford analizaba ahora el corrimiento en rojo registrado desde cada una de las galaxias para calcular su grado de recesión de la Tierra. El efecto del corrimiento en rojo, descubierto por el astrónomo Edwin Hubble, resulta del hecho de que con la expansión del Universo y la recesión de las galaxias en relación a la posición de la Vía Láctea, la luz que emiten dichas galaxias es más o menos roja dependiendo de su distancia de la Tierra. Así, el corrimiento en rojo se emplea como una especie de cinta de medición cósmica para determinar la distancia y la velocidad de alejamiento de la Tierra.

Mary había confinado su estudio a una pequeña región situada en el límite de uno de los vacíos del espacio visibles a simple vista en la constelación de Bootes. Al pasar de imagen, descubrió algo inesperado. Había tres puntos de luz que, en lugar de alejarse de la Tierra, parecía que se movían hacia ella. Rápidamente saltó a otras dos imágenes de la misma zona que habían sido tomadas dos y cuatro horas antes de la primera. En ambas aparecían los tres mismos puntos de luz. Aquello sólo tenía una explicación lógica, pero al consultar la última actualización del Astrological Survey comprobó que no se esperaba en esa zona la aparición de ningún asteroide de magnitud conocido.

Consultó el reloj y decidió que era un buen momento para hacer un descanso, así que apagó el equipo. Por la mañana informaría sobre su descubrimiento a su director de tesis, pero ahora lo celebraría con una pizza. La identificación de nuevos asteroides no constituía un gran descubrimiento, pero era su primera vez. Por insignificante que fuera para la comunidad científica, aquél no dejaba de ser un motivo de alegría para ella.

* * *

A la mañana siguiente, Mary Ludford enseñó las imágenes a su director, el doctor Jung Xiou, quien se mostró de acuerdo con su conclusión; los cuerpos sin identificar eran asteroides casi con toda probabilidad.

– No es mi especialidad -admitió el doctor Xiou-, pero parecen bastante grandes. ¿Cuándo se tomaron las imágenes?

Ella comprobó sus datos, aunque ya conocía la respuesta.

– Hace dos semanas -contestó.

– Ya veo, pues tienes que elaborar un informe sobre el descubrimiento y enviar una copia al MPC -dijo en referencia al Centro de Planetas Menores de la Unión Astronómica Internacional, que se ocupa de recibir todos los informes astronómicos-. Les llamaré para pedirles que observen el fenómeno.

– Perfecto -dijo ella-, voy a ponerme a ello.

– Telefonearé también al doctor Watson a Mount Wilson para ver si podemos programar la obtención de algunas imágenes más.

– Buena suerte. Me imagino que estarán ocupadísimos.

– No sería buena señal que no lo estuvieran -repuso Xiou-. Bueno, ¿y cómo va el resto de tu trabajo? -preguntó en alusión a su tesis.

– Oh, pues va avanzando, poco a poco. Espero poder enseñarle otro informe provisional dentro de aproximadamente una semana.

El doctor Xiou asintió con un gesto de aprobación.

– Ya me dirá lo que le dicen en Mount Wilson -dijo ella haciendo ademán de irse.

– Por supuesto -contestó Xiou volviendo a su trabajo-. Oh, Mary -exclamo cuando ella ya salía por la puerta-, ¿has pensado en qué nombre ponerles?

Mary Ludford sabía que antes que nada se asignaría a cada asteroide un código basado en la fecha de su primer avistamiento. Más adelante, cuando volvieran a ser avistados en su siguiente órbita, pasarían a ser conocidos con los nombres de su elección. También sabía que lo habitual era dejar al descubridor que eligiera los nombres a su antojo. Los hay que llevan el nombre de divinidades griegas y romanas, de científicos, políticos, poetas y filósofos; unos pocos llevan el nombre de alguna ciudad, e incluso hay cuatro descubiertos a comienzos de la década de los noventa a los que se bautizó John, Paul, George y Ringo.

– Creo que me gustan Calvin, Hobbes y Ajenjo -dijo ella con una sonrisa.

La idea no hizo sino confundir al doctor Xiou.

– Lo de Calvin y Hobbes creo que está bastante claro. Son los personajes de esa tira cómica que aparece en tu taza de café. Pero ¿Ajenjo? ¿Te refieres a ajenjo, como en Hamlet? -dijo pensando en un verso de la obra de Shakespeare. [8]

вернуться

[8] William Skakespeare: Hamlet (acto III, escena 2).