C- El concepto geográfico nos permite eliminar de la lista a Paraguay: a pesar de las condiciones óptimas que la dictadura de Stroéssner ofrecía a los nazis huidos, el país carece de mar (y VL dice: «… apenas desembarqué, fui atracado y apaleado por un grupo de maleantes, probablemente compinchados con algún miembro de la organización que me llevó a América.-»).
D.- Y es precisamente el mar el que nos lleva al punto crucial.
«… existe frente a la entrada de la bahía próxima a mi propiedad un faro cuyo haz, con los colores de la bandera nacional por quién sabe qué delirio de supuesta actividad lúdico-turística, completa su giro, día y noche, exactamente cada sesenta segundos (…) Acaba de hacerlo en este instante: luz azul mientras escribía los puntos suspensivos, rojo ahora, mientras acabo esta frase: otro giro y otro minuto menos, decididamente no tengo tiempo que perder».
VL escribe estas palabras en un momento psicológicamente bajo en el que se detectan tendencias melancólicas por el paso del tiempo e incluso depresión por la proximidad de la muerte. Durante ese leve ataque de desaliento baja la guardia y nos da -o se le escapa- un concepto clave: los colores rojo y azul que, solos o en compañía de otros colores, forman parte de la bandera del país donde se oculta. De un golpe, este dato reduce drásticamente nuestra lista a seis países: Colombia, Cuba, Haití, Leonito, República Dominicana y Venezuela.Pero además, la existencia de «un faro de actividad lúdico-turística» nos permite descartar a Haití, paupérrimo territorio despreciado por las rutas turísticas, mientras que la referencia a una «bahía próxima a mi propiedad» no parece conciliable con el régimen cubano, especialmente si, como ya anotábamos más arriba, ese hacendado fuese a la vez un improbable nazi oculto en la Cuba castrista.
Éste fue el punto que marcó el tránsito a la investigación sobre el terreno. Nos dispusimos a viajar a los cuatro países -Colombia, Leonito, República Dominicana y Venezuela- que podían albergar un faro de haz azul y rojo, pero no fue necesario: una rutinaria visita a las oficinas de turismo correspondientes nos permitió averiguar que al principio del verano de 1970 seis faros «con los colores de la bandera nacional en su haz luminoso» fueron encendidos por primera vez en otras tantas entradas marítimas a sendos complejos turísticos inaugurados en esa época en la costa caribeña de Leonito. En estos momentos, sólo esperamos autorización de usted para trasladar hasta allí a un equipo que localice el faro que se divisa desde la propiedad de VL (adjunto copia de presupuesto suplementario con los gastos de desplazamiento).
Pero sea cual sea su decisión, es preciso que reflexione sobre un punto que he dejado para el final por su importancia, en mi opinión, capital.
Como acabo de decir, VL «baja la guardia y nos da -o se le escapa- un concepto clave», el del faro. Pero ¿se le escapa realmente? Me veo en la obligación de anotar la posibilidad de que no sea así. La opción uno -la lógica, la aparente- sería por tanto:
DI.- A VL, espontáneamente deprimido, se le escapa el dato del faro gracias al cual le descubrimos sin que lo sospeche. Correcto; pero sería ingenuo no proponer:
D2.- VL, fingiendo estar espontáneamente deprimido, nos hace creer que cae en ese error. De esta manera, mientras lo imaginamos desprevenido, él sabría que le acechamos. Esta opción, que reconozco retorcida, me ha sido sugerida por el innecesario derroche detallista («… un faro cuyo haz, con los colores de la bandera nacional por quién sabe qué delirio de supuesta actividad lúdico-turística…») con que VL, tan directo en sus descripciones, tan escueto y escurridizo siempre, nos regala de forma aparentemente distraída.
Esa profusión tan oportuna, sumada a mi intuición profesional, es la que me obliga a formular la cuestión con la que concluyo este informe:
¿Sabe VL que estamos sobre su pista?
Más aún:
¿Ha sido él quien ha propiciado su localización?
Y, de ser así:
¿Nos está esperando?
– ¡Ah, los libros! Todas las preguntas tienen veraz respuesta en los libros…
La voz masculina, impostada y solemne, sobresaltó a Ferrer; cerró instintivamente el manuscrito y se giró en guardia: un anciano de mirada beoda le obsequiaba con una sonrisa torcida de dientes amarillentos que resultaba siniestra a pesar de sus intenciones amables o tal vez a causa de ellas.-…a menos que quien escribiera esos libros desease engañara la posteridad… ¿Le gusta la cita? Es de Balzac -el anciano depositó sobre la barra la copa que sostenía en la mano derecha y extendió ésta hacia Ferrer-. Permita que me presente, señor Ferrer. Mi nombre es Casildo Bueyes.
Ferrer no pestañeó ante el nombre. Se limitó a estrechar la mano extendida procurando mostrarse áspero y cortante para no propiciar la verborrea del borracho: el apretón de Bueyes fue inesperadamente fibroso y cordial para alguien cuya lengua resbalaba al vocalizar. Ferrer miró a los ojos del anciano: brillaron con fuerza sincera por un instante, como si sólo fueran capaces de sobreponerse al aturdimiento etílico una vez y quisieran que fuera ahora, cuando apretaba la mano de su interlocutor. Ferrer, a pesar de la prevención, quiso recompensar el esfuerzo con una amabilidad:
– Encantado. ¿Nos conocemos?
– Lo dudo, aunque yo… decían que era el mejor periodista de Leonito. En otra época… -explicó con voz cavernosa-. Ahora prefieren decir otras cosas…
Apuró la bebida con ansiedad que a Ferrer le pareció teñida de melodramatismo con un punto masoquista; esa teatralidad, pausada a causa de la inseguridad etílica, le confería un halo patético y a la vez irreal, como si fuera un personaje milagrosamente trasplantado a la realidad desde una película de terror de los primeros tiempos del cine sonoro. De pronto, una alegre voz femenina increpó con afecto al viejo periodista.
– No me sea tostachón, don Bueyes. ¡Alto el ánimo! -Lili, llevando una bandeja con restos de bebidas, llegó hasta ellos. Tras depositarla sobre el mostrador apoyó la mano sobre el hombro de Bueyes en un mohín solidario que frivolizó con tono cantarín-. ¿Quién le dice esas cosas malas? ¡Gente flemona y pinche! ¡Ni caso!