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– ¿Hay por aquí un teléfono público? -preguntó a Lili; era el momento de intentar encontrar de nuevo a Jean Laventier.

– Junto a la puerta de los servicios. Va con fichitas, ¿tiene?

Ferrer negó con la cabeza. Lili salió de la barra.

– Voy a recepción a por ellas.

Ferrer decidió ocupar la espera con el manuscrito. Cuanto más avanzase en la lectura, mejor podría encauzar la conversación con Bueyes.

¿Sabe VL que estamos sobre su pista?

Más aún:

¿Ha sido él quien ha propiciado su localización?

Y, de ser así:

¿Nos está esperando?

Reconozco, Ferrer, que la posibilidad tan cabalmente planteada por Vanel me inquietó. Pero muy irrelevante habría sido mi objetivo de justicia si hubiera flaqueado ante la innegable verosimilitud de la amenaza; de forma que, reafirmado a pesar de todo en mi afán, sopesé una única cuestión: ¿encargaría a Vanel la búsqueda concreta de Lars en el pequeño país centroamericano o viajaría yo mismo hasta él? Esta segunda opción, a pesar de las disuasorias circunstancias de mi edad y precaria salud, emponzoñó mi voluntad como el virus de una enfermedad o la magia de una irresistible drogadicción, si bien acepté las argumentaciones de Vanel, que aconsejaban delegar en manos jóvenes y experimentadas la acción ejecutiva de la primera aproximación a Lars.

Dos solventes especialistas franceses, hombre y mujer que cubrían a la perfección la apariencia de matrimonio en viaje turístico, aterrizaron en Leonito a principios de 1992.

A los pocos días enviaron ya su primer «Informe de faros».

Ferrer examinó la detallada documentación gráfica de los franceses, que Laventier reproducía en su manuscrito; los faros, situados al sur de la Montaña Profunda tal y como había señalado Marta, venían numerados de norte a sur y del uno al seis; por tanto, el faro número seis era el más alejado de la Montaña, y los números uno y dos los más próximos a ella.

Erigidos al dictado de los accidentes geográficos, los seis faros, separados unos de otros por distancias que median entre los 5.413 y los 8.167 metros -en el menor y mayor de los casos, respectivamente-, cubren una distancia costera de treinta y nueve kilómetros.

El área abarcada por los faros tres, cuatro, cinco y seis alberga hoteles de lujo y selectas residencias privadas de militares, millonarios y miembros destacados del régimen (entre los que VL podría perfectamente, e incluso probablemente, encontrarse). Sin embargo, la inestable situación política del país, al provocar que se extremen las medidas de seguridad en la zona, ha impedido por el momentoverificar la localización: nuestra solicitud de hospedarnos en cualquiera de los lujosos hoteles aludidos ha sido denegada por razones de seguridad, y una excursión en barca por la costa, de la que esperábamos obtener alguna información de interés, fue acremente interceptada por una patrullera de la Armada de Leonito.

A la espera de hallar una forma de acceso efectiva, nos disponemos a inspeccionar mañana, si las circunstancias lo permiten, los faros uno y dos. Destruidos en el año 1971 por un ciclón, nunca fueron reconstruidos, y tampoco se reabrieron los hoteles e instalaciones turísticas a las que daban acceso, pero determinados rumores populares sitúan en esos lugares legendarias apariciones de extraños seres vivientes, y la opinión de algún opositor político consultado, al apuntar la posibilidad de que en esas ruinas fuese instalado un temible centro clandestino de represión de enemigos del régimen, nos decide a efectuar una visita.

«Temible centro clandestino de represión»… Supe al leer estas palabras que Lars estaba ahí, que siempre lo había estado. Y que efectivamente me estaba esperando… a mí solo, como puntualizó brutalmente su siguiente mensaje.

Era una típica caja cilindrica de sombreros, de color malva, a la que estaba prendido un sobre; se percibía la sutileza de algún caro perfume, y todo podía recordar a la mimosa puesta en escena de un festejo amoroso. Abrí la carta.

¡Qué hermoso es tener amigos comunes, Jeannot! Hoy, mientras paseaba por los alrededores de mi finca, recogiendo setitas y grosellas que primorosamente atesoraba en un delicado cestito de mimbre, me he topado con una encantadora pareja de recién casados que, asómbrate, han resultado ser conocidos tuyos. Por supuesto, los he invitado a tomar el té y, mientras el mayordomo disponía el servicio y seleccionaba la cocinera las mejores pastas y agasajos, hemos hablado del faro que ilumina mi propiedad. Me halaga y sorprende, Jeannot, que unas volátiles palabras mías, inocentemente redactadas en un momento de especial sensibilidad, hayan despertado en tus amigos y en ti tanto interés; por contra, debo también expresarte mi decepción: ¿por qué no te has dignado a venir en persona? ¿Los achaques te recomendaron eludir la duración de un vuelo transatlántico? ¿O me tenías -y me tienes- miedo? ¿A mí, a tu viejo amigo, al anciano que sólo espera de ti la benevolencia de una mínima atención? ¿No comprendes que, con tu actitud, me obligas a tirar del sedal? Tus amiguitos se resistían al principio a conversar sobre el tema, pero cuando he insistido para que tomaran un segundo té, éste sí realmente helado, han aceptado hablarme de tus planes. Según me explican, sí tienes previsto viajar hasta Leonito (ya que lo has descubierto, puedo mencionar el nombre del país que me acogió) para visitarme, pero siempre después de que ellos -para eso han venido- hubieran compilado un dossier que incluyera, además de todos los datos posibles sobre mi actual filiación, pruebas sobre mis actividades del pasado que permitieran solicitar una extradición… ¡Ah, Jeannot! ¡Abre bien los oídos y escucha la magnánima prueba de mi amistad! Tan ansioso estoy de verte que, a fin de que decidas cuanto antes reunirte conmigo, voy a abreviar tal gestión dándote todas esas pruebas que necesitas. Para empezar, voy a entregarte un dato del que carecías: mi mansión se halla situada frente al tercero de los faros que tan amplio revuelo han armado en tu pacífica existencia. No es necesario, pues, que envíes a nadie más para precisarlo.

Ferrer localizó y señaló el tercer faro en la detallada reproducción topográfica de los detectives franceses: estaba a menos de treinta kilómetros de la Montaña Profunda. Y a trece del primer faro y seis del segundo, que habían albergado el centro de represión de infausta memoria y también la aparición -¿de repente, tal vez no tan improbable?- de los Hombres Perro.

A fin de ahorrarte trabajos y sinsabores, te voy a regalar un crimen nuevo, exclusivo para ti, que me dispongo a cometer ahora y que grabaré en un vídeo que te entregaré cuando nos reunamos. Con él en las manos, no tendrás que esforzarte en localizar pruebas: te aseguro que cualquier juez del mundo lo aceptará como tal, y sólo será ya cuestión de venir a recogerme como fruta madura. Mientras, y a modo de aperitivo, te incluyo en la sombrerera un adelanto de lo que en el vídeo se recoge. Guárdalo con cariño, ha sido creado para ti por un reputado artesano; confío en que constituirá, a la vez, un hermoso recuerdo de tus amigos, que tan amena velada me han deparado. Por cierto, que sepas que han cometido el pecadillo de insistir en una inofensiva mentira, la de que son marido y mujer; mi intuición no les ha creído, pero, generoso como siempre, he decidido otorgarles la oportunidad de evidenciar que era yo el equivocado, y nada me ha parecido más lógico que pedirles, dado que ambos son jóvenes y sanos y viven además los primeros e irrepetibles momentos de la pasión erótica, que demuestren la veracidad de su intimidad realizando el acto sexual ante mí y los amigos que, a medida que departíamos al calor de las deliciosas pastas caseras, se han ido sumando a la reunión. Tal vez la propia curiosidad suscitada ha sido la culpable del bloqueo sexual de mi joven invitado y por eso, al sentirme en parte culpable, decidí ayudarle irrigando un poco de sangre a las venas de su miembro viril.