Hermoso secreto, ¿verdad? ¡Y útil! Durante décadas -o durante siglos, si nos remontamos a las primeras leyendas sobre el tesoro mil veces buscado infructuosamente- los indios leonitenses pudieron con su ayuda burlar a sus enemigos y hacerlo además con tranquilidad, bañándose en su río privado mientras los otros se preguntaban, furibundos, dónde podían haberse ocultado o eligiendo verduras frescas de la huerta que el sol y el agua les permitía cultivar. Claro está que no me quejo: su secreto era mío y sólo mío, igual que iba a serlo -aunque lamentable pero imprescindiblemente compartido con los coroneles- su fabuloso tesoro de diamantes.
Por supuesto, había tasado en su momento las muestras -tu regalo es sólo una de ellas- que, una vez recuperado de la impresión, extraje de la gruta por la que me precipité años atrás: si las pruebas hubiesen indicado que se trataba de piedras malas me habría entretenido en investigar su inaudita capacidad de conducir la luz sin haber sido previamente pulidos, pero resultaron ser de calidad excepcional, así que ¿a quién le importaban las razones científicas del prodigio? El botín estaba ahí, y sólo había que tomarlo. Hasta aquí, un razonamiento bien sencillo. Hasta aquí, la parte fácil.
Y desde este punto, los problemas.
Pronto resultó evidente que la explotación del yacimiento implicaba la eliminación rigurosa de los indios que habitaban la Montaña, pues si habían demostrado su fiereza en anteriores ocasiones, no hace falta decir con qué tesón se revolvieron ahora contra los primeros grupos de especializadísimos mineros que puse a trabajar. La aventura adquirió, además, auténticos matices épicos ya que, aunque conocía y tenía bien señalizada en mi mapa secreto una de las entradas ocultas de la Montaña, no podía arriesgarme a una invasión militar: nada me interesaba menos que la publicidad involuntaria que habrían dado al asunto los reclutas encargados del asalto, boquiabiertos ante la grandeza del fabuloso prodigio. En los momentos de prerrevolución que vivíamos, esa información podía haber estimulado la presencia de indeseables tiburones financieros o, peor aún, el deseo de engrosar las arcas por parte del patanesco gobierno de inspiración socialista cuya llegada parecía probable. No, en una primera fase del plan, el exterminio debía ser tan clandestino como la existencia del propio tesoro. Los habitantes de la Montaña debían «dejar de existir» ante los ojos del mundo -tan atento, en el momento que nos ocupaba, a las vicisitudes de nuestro continente gracias a los ridículos mensajes de democracia y fraternidad transoceánica preconizados por la proximidad del obsceno Quinto Centenario y sus ramificaciones-, y la prensa, enfermizamente comprometida con esos afanes de paz y libertad que estaban de moda, fue el mejor colaborador de mis planes; también, todo hay que decirlo, el más involuntario.Tal vez recuerdes algunos de estos titulares que ahora he recortado para ti:
EL SOL DE LEONITO.- 10 de mayo de 1989. Ataque fatal de los insurgentes en la provincia de Guanoblanco. «Al menos veinte soldados han sido asesinados en el asalto al cuartel Libertador Andújar, de esta provincia del este. Los atacantes, una turba fuera de sí…»
EL SOL DE LEONITO.- 19 de julio de 1989.
\MUERTE EN LEONITO CAPITAL! ¡VEINTICUATRO HERIDOS EN ENFRENTAMIENTOS! «Las tropas, por orden directa del coronel Walter Menéndez, dispararon contra la multitud que pretendía asaltar el palacio presidencial. El vicepresidente Menéndez, contundente: No consentiremos acá como en Nicaragua en el setenta y nueve.»
EL SOL DE LEONITO.- 1 de enero de 1990.
LA REBELIÓN AMENAZA AL CAMPESINADO EN EL AÑO NUEVO. «La revolución popular, con el Ingeniero Jiménez a la cabeza, proclama la democracia en las tres provincias del sur, y el presidente Larriguera Hill advierte: Los comunistas buscan la guerra civil y pueden encontrarla».
DIARIO DE LEONITO LIBRE.- 6 de junio de 1990.
LOS DICTADORES, ACORRALADOS. LA MATANZA DE ZENCIJOS COLMA EL VASO. «Ciento diecisiete hombres, mujeres y niños de seis poblados de la provincia de Zencijos asesinados por el ejército, que justifica la acción por la búsqueda de rebeldes armados. El pueblo exige la cabeza de los coroneles mientras el presidente provisional de la democracia, Ingeniero Jiménez, pide calma a la población: Prefiero que se vayan sin más (los coroneles) antes que juzgarlos, si con eso vamos a evitar más derramamiento de sangre. ¡Que se larguen de una buena vez!».
El artículo del Diario de Leonito Libre era el primero de los incluidos que se mostraba abiertamente contrario a la dictadura. Ferrer se detuvo, atónito, sobre el nombre del periodista que lo firmaba: Casildo Bueyes. Por primera vez involucrado de forma explícita en la trama de Lars, el periodista degollado era también el autor del texto eufórico que festejaba la derrota de los coroneles, el histórico 10 de agosto de 1990.
DIARIO DE LEONITO LIBRE.- 10 de agosto de 1990.
EL VIENTO DE LA LIBERTAD SOPLA AL FIN EN LEONITO.
«Probablemente, ni Teté Larriguera Hill ni sus compinches Canchancha y Menéndez -asesinos que, cuando todo estaba ya perdido, aún intentaron la indignidad última de encender una guerra civil para prolongar su permanencia en el poder- pudieron llegar a imaginar que las revueltas populares iniciadas en Leonito en 1987 llegarían un día a colapsar su corrupto régimen de terror, que sin embargo, no fue capaz de contener la cólera de un pueblo ansioso de libertad. Los payasos sanguinarios escaparon ayer dejando en tierra a un grupo de la Guardia Pretoriana Presidencial, los siniestros Pumas Negros, para defender su cobarde huida cuando la enfurecida población civil, pobremente armada pero dispuesta a dar la vida para expulsarle a él y a su cuadrilla de sicarios, arremetía ya contra las puertas del lujoso palacio llamado -otra infame afrenta- de la Presidencia del Pueblo. Escapad, siniestros cobardes. Gastad el dinero que robasteis. Dilapidadlo y disfrutadlo… Pero sabed una cosa: si algún día volvéis, os esperará un juicio justo en el que el pueblo de Leonito, ahora sí soberano, os exigirá el pago de vuestros innumerables crímenes».
¡Qué bonito! ¿Verdad, Jeannot? Seguro que se te pone el vello de punta con este libelo de exaltación populista. A mí, aunque te cueste creerlo, también me emocionó ver publicado este artículo; en realidad, ver publicados todos los de esta pequeña selección que he realizado para ti, pues cada uno de ellos reflejaba -sin que el correspondiente medio informativo lo supiese- un nuevo logro de mi escalera hacia el éxito: la revolución popular, la caída y exilio de los coroneles y el advenimiento de la democracia en Leonito fueron, igual que el seguimiento informativo de todo ello, pasos del plan de apropiación de la Montaña Profunda. Cuando se lo expuse por primera vez, Teté y sus socios -también sus respectivos hijos, futuros presidenciables ya con voz y voto- se mostraron desasosegados e incluso hostiles:no les gustaba la idea de abandonar el país aparentando -ellos, tan machos- una huida deshonrosa. Pero los convencí con hechos: mientras todo el país seguía los sucesos de la capital y de las «tres provincias del sur», en las que en secreto consentí primero e impulsé después la eclosión revolucionaria precisamente para que la atención nacional se concentrase sobre ese punto, los Pumas Negros, libres así de miradas indiscretas, exterminaban a los habitantes de los poblachos próximos a la Montaña y realizaban en su interior incursiones de élite que, poco a poco, iban sumando cabezas cortadas de indios. De esa manera, cuando todo hubiese concluido -es decir, cuando la revolución en apariencia triunfante hubiese expulsado a los dictadores- la zona se encontraría limpia de moradores molestos, como de hecho se encontraba el 10 de agosto de 1990, cuando el avión de los tiranos en fuga se perdió en el cielo camino del exilio y las turbas febriles, demasiado ocupadas en intentar discernir si la democracia consiste en que mande todo el mundo a la vez o una persona distinta cada día, no repararon en que los alrededores de la Montaña Profunda habían amanecido ese día, por primera vez, desiertos y mudos, saneados de toda actividad humana.