Pío respondió.
—Querrá usted decirme una cosa, Selver. Si la pregunta no lo ofende. No habrá más preguntas después… Hubo varias matanzas: en Campamento Smith, luego en este sitio, Eshsen, y por último la de Campamento Nueva Java donde Davidson encabezó al grupo rebelde. Eso fue todo. Ninguna más desde entonces… ¿Es ésa la verdad? ¿No ha habido más matanzas?
—Yo no maté a Davidson.
—Eso no importa —dijo Lepennon, interpretando mal las palabras de Selver.
Selver quería decir que Davidson no estaba muerto; pero Lepennon entendió que era otro quien había matado a Davidson. Aliviado al comprobar que los yumenos podían equivocarse, Selver no le corrigió.
—¿No ha habido más matanzas, entonces?
—Ninguna. Ellos podrán confirmárselo —dijo Selver, señalando con un gesto al coronel y a Gosse.
—Entre su propia gente, quiero decir. Athshianos que hayan matado a athshianos.
Selver guardó silencio.
Alzó los ojos a Lepennon, un rostro extraño, blanco como la máscara del Espíritu del Fresno, que cambió de algún modo mientras Selver lo miraba.
—A veces llega un dios —dijo Selver —. Trae una nueva forma de hacer una cosa, o una cosa nueva para hacer. Una nueva clase de canto, o una nueva clase de muerte. Lo trae a través del puente entre el tiempo-sueño y el tiempo-mundo. Y una vez que lo ha hecho, hecho está.
Uno no puede tomar cosas del mundo y tratar de llevarlas al sueño, encerrarlas en el sueño con muros y engaños. Eso es demencia. Lo que es, en No pretenderé, ahora, que nosotros no sabemos cómo matarnos unos a otros.
Lepennon apoyó la larga mano en la mano de Selver, tan rápidamente, tan delicadamente que Selver aceptó el contacto como si el otro no fuera un extraño. Las sombras verdes y doradas de las hojas del fresno revolotearon sobre ellos.
—Pero no digan que tienen razones para matarse unos a otros. No hay ninguna razón para el asesinato —dijo Lepennon, el rostro tan ansioso y triste como el de Lyubov —. Nosotros partiremos. Dentro de dos días nos habremos marchado. Todos. Para siempre.
Y entonces los bosques de Athshe volverán a ser lo que eran antes.
Lyubov salió de las sombras de la mente de Selver y dijo: —Yo estaré aquí.
—Lyubov estará aquí —dijo Selver —. Y Davidson estará aquí. Los dos. Después que yo muera, tal vez la gente vuelva a ser como antes de que yo naciese, y antes de que viniesen ustedes. Pero yo no lo creo.