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El Plateado había conseguido, tras muchas dificultades, encontrar la guarida de Skie y había entrado en ella. Llegó justo a tiempo de presenciar el castigo del Azul, a manos de Mina, por su presunción y su manifiesta deslealtad. Había intentado matar a Mina, pero el rayo destinado a acabar con la joven se había reflejado en su armadura y se descargó sobre él. El inmenso Azul quedó mortalmente herido.

Desesperado por saber la verdad, Espejo había hecho cuanto estaba en su poder para sanar al otro dragón, y lo consiguió en parte. Mantenía al Azul con vida, pero los dardos de los dioses eran armas poderosas, y Espejo, aunque dragón, era un mortal.

El Plateado había dejado solo al herido para ir a buscar agua para ambos.

Skie pasaba alternativamente de la conciencia a la inconsciencia. En los ratos en que se encontraba lúcido y despierto, Espejo había aprovechado para preguntarle sobre el Único, una deidad a la que era incapaz de dar un nombre. Esas conversaciones tenían lugar muy de vez en cuando, ya que Skie rara vez se mantenía consciente durante mucho tiempo.

—Ella robó el mundo —dijo Skie en cierto momento, poco después de recobrar el conocimiento la primera vez—. Se apoderó de él y lo trasladó a esta parte del universo. Lo tenía planeado hace mucho. Todo estaba dispuesto, y sólo esperó a que llegara el momento oportuno.

—Un momento que tuvo lugar en la Guerra de Caos —intervino Espejo. Tras una pausa preguntó en voz queda—: ¿Cómo te sientes?

—Me estoy muriendo —contestó Skie sin rodeos—. Así es como me siento.

De haber sido un humano, Espejo habría dicho alguna mentira piadosa destinada a aliviar los últimos momentos del Azul agonizante, pero no era humano a pesar de que había adoptado esta forma. Los dragones no eran dados a decir mentiras, ni siquiera piadosas. Además, sabía que tales falsedades sólo proporcionaban consuelo a los seres humanos.

Skie era un dragón guerrero, un Azul que había entrado en batalla incontables veces, que había enviado a muchos enemigos a la muerte. Él y su antiguo jinete, la Señora del Dragón de infausta memoria Kitiara Uth Matar, habían sembrado el terror y la destrucción en la mitad del continente de Ansalon durante la Guerra de la Lanza. Tras la Guerra de Caos, Skie había sido uno de los pocos dragones de Ansalon que resistió contra los dragones forasteros, Malys y Beryl, y que finalmente creció en poder para ocupar un lugar entre los grandes señores. Había matado y engullido a otros dragones, ganando fuerza y poder al devorarlos. Había construido un tótem con los cráneos de sus víctimas.

Espejo no podía ver el tótem, pero lo percibía cercano. Escuchaba las voces de los muertos lanzando acusaciones, furiosos, clamando venganza. El Plateado no sentía el menor aprecio por Skie. De haberse encontrado en una batalla, Espejo habría combatido para derrotar a su enemigo y se habría alegrado con su destrucción.

Y Skie se habría alegrado de tener una muerte así. La muerte de un guerrero, desplomándose del cielo con la sangre del enemigo húmeda en las garras, con el sabor del relámpago en las fauces. Ésa era la clase de muerte que a Skie le habría gustado tener, no perecer de este modo, yaciendo indefenso, atrapado en su guarida, la vida escapándosele en trabajosos jadeos, con las poderosas alas paralizadas, las garras ensangrentadas arañando el suelo de piedra con movimientos convulsivos.

Ningún dragón tendría que morir así, pensó Espejo para sus adentros. Ni siquiera el peor enemigo. Lamentaba haber hecho uso de su magia para traer de vuelta a la vida a Skie, pero necesitaba saber más sobre ese dios Único, necesitaba saber la verdad. Se inmunizó contra la piedad por su enemigo y siguió haciendo preguntas. A Skie no le quedaba mucho tiempo para contestar.

—Dices que Takhisis planeó ese traslado —dijo Espejo, durante otra conversación—. Tú formabas parte del plan.

El Azul gruñó, y Espejo escuchó cómo rebullía el inmenso corpachón para encontrar una postura que aliviase el dolor.

—Era la parte más importante, maldito sea el eón en que conocí a esa zorra maquinadora. Fui yo quien descubrió los Portales. Nuestro mundo, el mundo del que procedemos los míos y yo, no es como éste. No lo compartimos con las criaturas de vida corta, de cuerpos débiles. El nuestro es un mundo de dragones.

Skie tuvo que hacer muchas pausas para recobrar el aliento y soltar gruñidos de dolor a lo largo de su parrafada. Estaba decidido a terminar su historia. Su voz sonaba débil, pero aun así Espejo percibía la ira en ella, como el retumbo de un trueno distante.

—Recorríamos nuestro mundo a capricho y librábamos batallas feroces para sobrevivir. Esas hembras de dragón que ves aquí, la tal Beryl y la tal Malys, te parecen enormes y poderosas, pero en comparación con los que gobiernan nuestro mundo son criaturas pequeñas y penosas. Ésa fue una de las razones de que vinieran a este mundo. Pero yo me adelanté.

»Me di cuenta, como se la dieron otros de los nuestros, que nuestro mundo se estaba estancando paulatinamente. No teníamos futuro, nuestros vástagos no tenían otro futuro que devorar o ser devorados. No estábamos evolucionando, sino entrando en regresión. No fui el único que buscó un modo de salir de aquel mundo, pero sí el primero en tener éxito. Mediante mi magia descubrí los caminos que conducían a través del éter a otros mundos más allá del nuestro. Adquirí destreza en viajar por esos caminos. A menudo los caminos me salvaron la vida, ya que estaba amenazado por uno de los Mayores, y sólo tenía que saltar al éter para escapar.

»Me encontraba en el éter cuando topé con su Oscura Majestad. —Skie rechinó los dientes al hablar, como si disfrutara pensando que trituraba a la diosa entre ellos—. Nunca había visto una deidad. Jamás había contemplado algo tan magnífico ni me había hallado ante semejante poder. Me incliné ante ella y me ofrecí como su servidor. Estaba fascinada con los caminos por el éter. No me había prendado de ella hasta el punto de cometer la necedad de revelarle mis secretos, pero le di bastante información para que comprendiera de qué modo podían serle de utilidad los caminos.

»Takhisis me trajo a su mundo, Krynn, y me dijo que en este mundo sólo era una entre muchos dioses. La más poderosa, afirmó, y que en consecuencia los demás la temían y conspiraban en su contra continuamente; que algún día triunfaría sobre ellos, y en ese día me daría una gran recompensa: yo gobernaría Krynn y a los débiles seres que lo habitaban; que éste mundo sería mío a cambio de mis servicios. Huelga decir que mentía.

La ira despertó en Espejo; ira por la desmesurada ambición que hacía que no le preocuparan ni le importaran lo más mínimo quienes vivían en un mundo que, al parecer, era poco más que una baratija para Takhisis. No obstante, se guardó mucho de mostrar su rabia. Tenía que descubrir todo lo que Skie sabía. Tenía que descubrir lo que había pasado. No podía cambiar el pasado, pero quizá podría influir en el futuro.

—Era joven por aquel entonces —continuó Skie—, y los jóvenes de nuestras especies tienen el tamaño de los Dragones Azules de Krynn. Takhisis me emparejó con Kitiara, una favorita de la Reina Oscura. Kitiara...

Skie guardó silencio, ensimismado en sus recuerdos. Soltó un hondo suspiro, un suspiro de dolorosa nostalgia, antes de proseguir:

—Nuestras batallas juntos fueron gloriosas. Por vez primera descubrí que se puede luchar por algo más que la supervivencia, que se puede combatir por el honor, por el gozo de batallar, por la gloria de la victoria. Al principio despreciaba a los pusilánimes que habitaban este mundo, los humanos y el resto. No entendía que los dioses les permitieran vivir. Enseguida me sentí fascinado por ellos, en especial por Kitiara. Valiente, osada, sin dudar jamás de sí misma, sabiendo exactamente lo que quería y yendo a por ello. Oh, qué gran diosa habría sido.