Entonces la supervivencia había sido una batalla diaria, una de las razones por las que Malys y los otros se alegraron de descubrir este orondo y perezoso mundo. No echaba de menos aquellos tiempos crueles, pero sí solía recordarlos con nostalgia, como un viejo veterano de guerra rememorando su pasado. Ella y los de su especie les habían enseñado a esos dragones alfeñiques de Krynn una lección muy valiosa; es decir, a aquellos que sobrevivieron. Habían doblegado la cerviz ante ella, habían jurado servirla y reverenciarla. Y entonces llegó la noche de la extraña tormenta.
Los dragones de Krynn cambiaron, si bien Malys no podría decir exactamente qué era diferente. Los Rojos, Negros y Azules seguían sirviéndola, acudiendo cuando los emplazaba, siempre a su entera disposición, pero tenía la sensación de que tramaban algo. A menudo los sorprendía manteniendo conversaciones en susurros que se interrumpían cuando aparecía ella. Y últimamente varios habían desaparecido. Había recibido información sobre dragones montados por jinetes —los Caballeros de Neraka— entrando en batalla contra los solámnicos de Solanthus.
Malys no tenía nada que objetar a que los dragones mataran solámnicos, pero sí a que antes no la hubieran consultado. Lord Targonne lo habría hecho así, pero lo habían asesinado, y fue en el informe sobre su muerte cuando Malys tuvo noticias por primera vez de la novedad más inquietante de todas: la aparición de un dios en Krynn.
Ya había oído rumores sobre ese dios, el mismo que había trasladado el mundo a esta parte del universo. Sin embargo, no había visto señal alguna de esa deidad, y la única conclusión era que se había arredrado ante su llegada y había abandonado el campo de batalla. La idea de que esa deidad estuviera a cubierto, agazapada mientras acrecentaba su poder, no se le pasó por la cabeza en ningún momento, cosa nada extraña ya que procedía de un mundo sin malicia donde reinaba la fuerza y el poderío.
Hasta Malys empezaron a llegar informes sobre el tal Único y su paladín, una muchachita humana llamada Mina. No prestó demasiada atención a esas noticias, principalmente porque la tal Mina no le causaba molestias. De hecho, sus acciones la complacían. Había echado abajo el escudo de Silvanesti y había acabado con el gemebundo e interesado Dragón Verde, Cyan Bloodbane. Los elfos silvanestis se encontraban adecuadamente intimidados, aplastados bajo las botas de los caballeros negros.
A Malys no le había gustado enterarse de que su pariente, Beryl, se disponía a atacar la tierra de los elfos qualinestis. No es que le importaran un bledo los elfos, pero acciones así rompían el pacto. No se fiaba de Beryl, con su ambición y su codicia. Había estado tentada de intervenir y poner fin a todo aquello, pero lord Targonne, el difunto cabecilla de los caballeros negros, le había asegurado que tenía todo bajo control. Descubrió demasiado tarde que el tal Targonne ni siquiera tenía controlada su propia situación.
Beryl voló hacia Qualinesti para atacarlo y destruirlo, y tuvo éxito. Los qualinestis huían ahora de las ruinas de su patria como las sabandijas que eran. Cierto que Beryl se las había arreglado para acabar muerta en el proceso, pero siempre había sido una papanatas impulsiva, exaltada e irracional.
La noticia de la muerte de la Verde se la dieron dos secuaces de Beryl, unos Dragones Rojos que se mostraron debidamente serviles y sumisos ante ella, pero que, sospechaba, reían de satisfacción por lo bajo.
A Malys no le había gustado el modo en que esos Rojos se refocilaban con la muerte de su pariente. Desconocían el debido respeto. Tampoco le gustó la información respecto a la forma de morir de Beryl. Tenía todo el tufo de la mediación de un dios. Beryl habría sido un asno rebuznante, pero era una bestia inmensa y poderosa, y a Malys no se le ocurría ninguna circunstancia por la que un puñado de elfos fuera capaz de derrotarla sin mediar intervención divina.
Uno de los dragones de Krynn le sugirió la idea de apoderarse del tótem de Beryl cuando lo mencionó, preguntándose qué iban a hacer con él. El poder continuaba irradiando del tótem, aun después de la muerte de Beryl. Entre sus generales humanos supervivientes se hablaba de intentar utilizarlo si conseguían desentrañar cómo aprovechar su magia.
Consternada por la idea de que unos humanos pusieran sus sucias manos en algo tan poderoso y sagrado como el tótem, Malys voló de inmediato a reclamarlo para sí, utilizó su magia para transportarlo a su guarida y añadió los cráneos de las víctimas de Beryl a los de las suyas. Absorbió su magia y la sintió fluir en su interior, arrolladura, haciéndola más fuerte, más poderosa que nunca. Entonces llegó la noticia de que Mina había matado al poderoso Skie.
Malys no perdió tiempo. Como para fiarse de esa deidad. Más le valía arrastrarse de vuelta al agujero del que había salido. Malys envolvió el tótem de Skie en magia y lo preparó para transportarlo. Hizo un alto para echar una ojeada a los retorcidos restos del gran Dragón Azul y se planteó añadir su cráneo al tótem.
—No merece semejante distinción —dijo apartando un trozo de hueso y carne de Skie con un gesto desdeñoso de la pata—. Loco, eso es lo que era. Un chiflado. Probablemente su cráneo sería una maldición.
Gruñó al notar la herida en el hombro. Había dejado de sangrar, pero sentía dolorosas punzadas en la carne quemada, y el daño sufrido en el músculo había ocasionado que la pata delantera se le quedara entumecida. Sin embargo, la herida no le impediría volar, y eso era lo único importante.
Recogió los cráneos en la red mágica y se dispuso a partir. Antes de marcharse husmeó el aire y echó una última mirada en derredor. Había percibido algo extraño a su llegada, un olor raro. Al principio no supo determinar la naturaleza de ese efluvio, pero ahora lo identificaba. Olía a dragón, a uno de los de Krynn y, a menos que estuviera muy equivocada, a uno de los de colores metálicos.
Examinó la cámara del cubil de Skie donde yacía el cadáver del Azul, pero no halló rastro de un dragón de color metálico, ninguna escama dorada, ni el más mínimo residuo plateado en las paredes. Al cabo, Malys se dio por vencida. La herida le dolía, y quería regresar al oscuro y apacible refugio de su cubil para ampliar su tótem.
Sujetando con firmeza los cráneos metidos en la red mágica y sin forzar la pata delantera herida, Malys deslizó trabajosamente su inmenso corpachón fuera del cubil del Azul muerto y emprendió vuelo hacia el este.
5
El dragón plateado y el azul
Espejo permaneció escondido hasta estar seguro, más allá de toda duda, de que Malys se había ido y no regresaría. Había oído el combate y se había sentido orgulloso de Skie por hacerle frente a la atroz Roja, experimentando una punzada de lástima por la muerte del Azul. Después escuchó el furioso rugido de dolor de Malys y la oyó hacer pedazos el cuerpo de Skie. Cuando notó el fluir de algo húmedo y cálido sobre su mano, Espejo supuso que era la sangre de Skie.
Sin embargo, ahora que Malys se había marchado, Espejo se preguntó qué iba a hacer. Se llevó la mano a los ojos destrozados y maldijo su discapacidad. Tenía información importantísima sobre la naturaleza del Único, sabía lo que les había pasado a los dragones de colores metálicos, y no podía hacer nada al respecto.
Comprendió que tenía que ponerse en marcha, buscar comida y agua. El olor a dragón era intenso, pero a pesar de ello detectaba el olor a agua. Usó su magia para recobrar la forma de dragón, pues el sentido del olfato era mucho más agudo que el de un mísero cuerpo humano. Invariablemente deseaba el cambio, porque se sentía constreñido y vulnerable en la frágil forma sin alas, con su piel suave y débiles huesos.
Gozó entrando en su forma de dragón, disfrutando la sensación del mismo modo que un humano disfrutaba desperezándose con un largo y gran estirón. Se sentía más seguro con su blindaje de escamas, más equilibrado sobre las cuatro patas que sobre dos piernas. Su capacidad visual era mucho más penetrante, tanto que podía divisar un venado corriendo por el campo a kilómetros de distancia bajo él.