—Sí, en efecto —admitió Espejo—. Cuando oí su voz por primera vez en la tormenta supe que era la voz de un dios, y su sonido me causó gran emoción, como el niño cuyo padre le golpea y sin embargo se aferra a él, no porque sea un padre bueno o sabio, sino porque es el único que conoce. Pero entonces empecé a hacer preguntas y las respuestas me trajeron aquí.
—Preguntas —repitió el Azul, displicente—. Un buen soldado nunca pregunta. Obedece.
—Entonces, ¿por qué no te has unido a sus ejércitos? —demandó Espejo—. ¿Por qué has venido al cubil de Skie, sino para hacerle preguntas?
Filo Agudo no contestó. ¿Estaría rumiando dándole vueltas y vueltas a las cosas o planeaba atacarle? Espejo lo ignoraba, y de repente se sintió hastiado de la conversación. Hastiado y hambriento. Al pensar en la comida se reanudaron los ruidos de su estómago.
—Si vamos a luchar —dijo—, pido que lo hagamos después de que haya comido. Estoy famélico, y, a menos que me equivoque, olfateo carne de cabra en el cubil.
—No voy a luchar contigo —manifestó Filo Agudo con impaciencia—. ¿Qué honor hay en combatir contra un adversario ciego? La cabra que buscas está a tu izquierda, a unos dos pasos de distancia. El cráneo de mi compañera está en uno de esos tótem. Quizá si no nos hubiesen traído aquí aún viviría. Aun así —añadió, taciturno, mientras agitaba la cola—, Takhisis es mi diosa.
Espejo no podía ayudar al Azul. Él había resuelto su propia crisis de fe, lo que había resultado relativamente fácil dado que ninguno de su especie reverenció nunca a Takhisis. Su amor y su lealtad pertenecían a Paladine, dios de la luz.
¿Estaría Paladine ahí fuera, en algún lugar, buscando a sus hijos perdidos? Tras la tormenta, los dragones de colores metálicos partieron en busca de los dioses, o eso había dicho Skie. No debían de haber tenido éxito en su empresa, ya que Takhisis seguía sin tener rivales. «Con todo —pensó Espejo—, Paladine aún existe. En algún lugar el dios de la luz nos está buscando. Takhisis nos rodea de oscuridad, nos oculta a su vista, y, como náufragos perdidos en el mar, hemos de hallar el modo de hacer señales a quienes registran el vasto océano que es el universo.»
El Plateado se acomodó para dar buena cuenta de la cabra. No ofreció compartirla. El Azul estaría bien alimentado, ya que podía localizar a sus presas. Cuando Espejo recorría el mundo bajo forma humana, llevaba un cuenco de limosnas y vivía de las sobras. Ésta era la primera carne fresca que había ingerido desde hacía mucho tiempo y tenía la intención de disfrutar del festín. Ahora tenía más o menos una idea de lo que iba a hacer si hallaba el modo de llevarla a cabo. Lo primero era librarse de ese Azul, que se comportaba como si hubiese encontrado a un amigo.
Los Azules eran dragones sociables, y Filo Agudo no tenía prisa en marcharse. Se acomodó para charlar. Al principio había parecido un dragón de pocas palabras, pero ahora hablaba por los codos, como si fuera un alivio tener a alguien a quien contar lo que su corazón albergaba. Describió la muerte de su pareja, habló con pesar y orgullo del gobernador Medan, habló de un jinete de dragón, un caballero negro llamado Gerard. Espejo le escuchaba sólo a medias mientras seguía dándole vueltas a su idea.
Por suerte, estar comiendo le ahorraba tener que contestar algo más que un gruñido o dos. Para cuando su hambre quedó saciada, Filo Agudo había vuelto a guardar silencio. Espejo oyó rebullir al otro dragón y confió en que por fin se dispusiera a partir.
Pero el Plateado se equivocaba. Filo Agudo se limitaba a cambiar de postura para ponerse más cómodo.
«Pues si no puedo librarme de él —decidió, taciturno—, lo utilizaré.»
—¿Qué sabes de los tótem de cráneos de dragones? —preguntó con cautela.
—Lo suficiente —gruñó el Azul—. Como he dicho, el cráneo de mi compañera adorna uno de ellos. ¿Por qué lo preguntas?
—Skie comentó algo sobre los tótem. Dijo... —Espejo tuvo que hacer malabares mentales para no revelar todo lo que Skie le había contado sobre los tótem y la ausencia de los dragones de colores metálicos—. Comentó algo sobre que Takhisis se había apoderado de ellos, trastocándolos para su propio uso.
—¿Qué significa eso? Todo es muy vago —manifestó Filo Agudo.
—Lo siento, pero no dijo nada más, y parecía medio loco cuando se refirió a ello. Es posible que estuviera delirando.
—Por lo que he oído, sólo hay una persona que conoce las intenciones de Takhisis, y es esa chica, Mina, la cabecilla de los ejércitos del Único. He hablado con muchos dragones que se han unido a ella, y cuentan que la tal Mina es la elegida bienamada de Takhisis y que tiene la bendición de la diosa. Si hay alguien que conozca el misterio de los tótem, será Mina. Aunque no creo que esto tenga mucho sentido para ti, Plateado.
—Todo lo contrario —contestó Espejo, pensativo—. Puede que signifique más de lo que imaginas. Conocí a Mina de pequeña.
Filo Agudo resopló, escéptico.
—Soy el guardián de la Ciudadela, ¿recuerdas? —dijo Espejo—. Se la acogió como una huérfana y se crió allí. La conozco.
—Quizá, pero ahora te considerará un enemigo.
—Sería lo lógico —convino el Plateado—. Pero tropezó conmigo hace unos meses, cuando caminaba bajo la forma de un humano, ciego, débil y solo. Me reconoció y me perdonó la vida. Quizá recordó nuestras vivencias juntos cuando era una niña. Siempre estaba haciendo preguntas.
—Te perdonó la vida por sentimentalismo. —Filo Agudo volvió a resoplar—. Los humanos, incluso los mejores, tienen esa flaqueza.
Espejo no comentó nada y puso buen cuidado en ocultar su sonrisa. Ante él se encontraba un Dragón Azul que lloraba la pérdida de su jinete y sin embargo censuraba a una humana por conservar lazos sentimentales con quienes había vivido de pequeña.
—Y, en este caso, tal flaqueza podría sernos provechosa —siguió Filo Agudo. Se desentumeció con una vigorosa sacudida de la cabeza a la punta de la cola y flexionó las alas—. Muy bien. Nos encararemos con la tal Mina y descubriremos qué está pasando.
—¿Has dicho «nos»? —inquirió Espejo, estupefacto. Realmente creía que había oído mal, aunque las palabras «nos» y «me» en el lenguaje de los dragones eran muy distintas y fáciles de distinguir.
—He dicho —contestó el Azul, alzando la voz como si Espejo fuera sordo además de ciego— que iremos juntos a hablar con esa Mina y exigiremos conocer los planes de nuestra reina...
—Imposible —le interrumpió de forma cortante. En su plan no entraba compartirlo con Filo Agudo—. Has olvidado mi minusvalía.
—No la he olvidado. Es una grave lesión, pero no parece haberte impedido hacer lo que tenías que hacer. Viniste aquí, ¿verdad?
Desde luego Espejo no podía negar que eso era cierto.
—Viajo a pie, despacio, y me veo obligado a mendigar comida y cobijo.
—No disponemos de tiempo para esas tonterías. ¡Mendigar! ¡A humanos! —El Azul sacudió la cabeza con tanta fuerza que las escamas resonaron—. Habría asegurado que preferirías haber muerto de hambre antes de recurrir a eso. Volarás conmigo, sobre mi lomo. El tiempo apremia. Están ocurriendo acontecimientos trascendentales en el mundo y no podemos perder tiempo caminando al paso de un humano.
Espejo no sabía qué decir. La idea de un Dragón Plateado ciego encaramado a la espalda de un Azul resultaba tan sumamente ridícula que estuvo tentado de soltar una carcajada.
—Si no vienes conmigo —añadió Filo Agudo al advertir que a Espejo le costaba decidirse—, me veré obligado a matarte. Hablas muy alegremente de cierta información que Skie te dio, y sin embargo te muestras evasivo respecto a lo demás. Creo que Skie te contó más de lo que estás dispuesto a admitir, y, en consecuencia, o me acompañas para que pueda tenerte vigilado o me aseguraré que esa información muera contigo.
Espejo nunca había lamentado tanto su ceguera como en aquel momento. Suponía que lo noble por su parte sería desafiar al Azul y morir en un combate breve y brutal. Tal muerte sería honorable, pero no muy inteligente. Que él supiera, era uno de los dos únicos seres de Krynn que conocían la partida de sus congéneres Dorados y Plateados, que habían alzado el vuelo en las alas de la magia para hallar a los dioses, y que habían acabado atrapados y cautivos del Único. Mina era la otra persona que lo sabía, y aunque Espejo dudaba mucho que la chica le contara nada, nunca tendría la certeza hasta que hubiera hablado con ella.