—No se marcharon, ¿verdad? —dijo Palin.
—No, no lo hicieron —contestó Dalamar.
—Eres lo que siempre has sido —siguió Goldmoon—. ¡Una diosa del Mal que no quiere fieles, sino esclavos! ¡Jamás me inclinaré ante ti! ¡Jamás te serviré!
De los ojos de las cinco cabezas de dragón irradió fuego, un fuego al rojo vivo, y Palin contempló con horror cómo el cuerpo de Goldmoon empezaba a retorcerse y a arrugarse bajo el abrasador calor.
—Demasiado tarde —dijo Dalamar con una espantosa calma—. Demasiado tarde. Para ella y para nosotros. No tardarán en venir a buscarnos.
—Esta Cámara está oculta... —empezó Palin.
—¿Para Takhisis? —Dalamar soltó una risa desganada—. Conocía la existencia de la Cámara mucho antes de que tu tío me la enseñara. ¿Cómo puede haber nada oculto para «el Único»? ¡El Único que escamoteó Krynn!
—Como dije antes, qué necios hemos sido —masculló Palin.
—Tú mismo descubriste la verdad, Majere. Utilizaste el ingenio para viajar en el tiempo y regresaste al pasado de Krynn, aunque sólo pudiste retroceder al momento en que Caos fue derrotado. Anterior a eso no existía nada. ¿Por qué? Porque en ese punto, Takhisis robó el pasado, el presente y el futuro. Robó el mundo. Ahí estaban las claves si hubiésemos tenido el sentido común suficiente de verlas e interpretarlas.
—De modo que el futuro que Tasslehoff vio...
—Nunca pasará. Saltó hacia el futuro que se suponía habría de devenir, y apareció en el que está sucediendo ahora. Examina los hechos: un sol de aspecto extraño en el cielo; una luna en lugar de tres; la agrupación de las constelaciones difiere enormemente; una estrella roja, antes inexistente, brilla en el firmamento; dragones extraños aparecen de la nada. Takhisis trajo el mundo aquí, a esta parte del universo, sea donde sea. De ahí el sol extraño, una sola luna, los dragones desconocidos, la única y todopoderosa deidad sin nadie que la detenga.
—Excepto Tasslehoff —dijo Palin, pensando en el kender escondido en la estancia superior.
—¡Bah! —El elfo resopló—. Seguramente ya lo han descubierto, a estas alturas. A él y al gnomo. Cuando los encuentren, Takhisis hará lo que nosotros planeábamos hacer con éclass="underline" lo enviará de regreso al pasado para que muera.
Palin echó una ojeada a la puerta. De arriba, en algún lugar de la Torre, se oyeron órdenes y el ruido de pisadas que corrían para cumplirlas.
—El hecho de que Tasslehoff esté aquí es prueba suficiente para mí de que la Reina Oscura no es infalible —adujo—. No pudo prever su llegada.
—Aférrate a eso si te hace feliz —replicó Dalamar—. Yo no veo esperanza en nada de esto. Contempla la evidencia del poder de la Reina Oscura.
Siguieron observando los reflejos del tiempo en el oscuro estanque. La mujer de más edad yacía en el suelo del laboratorio, el blanco cabello desparramado alrededor de los hombros. La juventud, la belleza, la energía, la vida, le habían sido arrebatadas por la vengativa diosa, en su ira por ver desdeñados sus generosos dones.
Mina estaba arrodillada al lado de la moribunda Goldmoon. Le asió las manos y las apretó contra sus labios.
—Por favor, madre, puedo devolverte la juventud, puedo devolverte tu belleza. Puedes empezar una nueva vida. Caminarás a mi lado, y juntas gobernaremos el mundo en nombre del Único. Lo único que tienes que hacer es acercarte al Único con humildad y pedir su favor, y se te concederá.
Goldmoon cerró los ojos. Sus labios no se movieron. Mina se acercó más a ella.
—Madre —suplicó—. Madre, hazlo por mí, si no quieres hacerlo por ti misma. ¡Hazlo por amor a mí!
—Pido... —empezó la mujer en voz tan baja que Palin Majere contuvo la respiración para oírla—. Pido perdón a Paladine y a Mishakal por mi falta de fe. Debí darme cuenta de la verdad —musitó Goldmoon, la voz más débil por momentos, pronunciando las palabras con el último aliento que le quedaba—. Ruego... Ruego porque Paladine oiga mi súplica, y acudirá... por amor a Mina... Por amor a todos...
Goldmoon quedó inerte en el suelo, muerta.
—Madre —gimió Mina, tan angustiada como un niño perdido—. Lo hice por ti...
Palin sintió el ardor de las lágrimas en los ojos, pero no sabía bien si lloraba por Goldmoon, que había llevado la luz al mundo, o por la muchacha huérfana, cuyo amante corazón había caído en la trampa del engaño tendida por la oscuridad.
—Que Paladine oiga su última plegaria —musitó quedamente el mago.
—Que me sean dadas alas de murciélago para revolotear por esta Cámara —replicó Dalamar—. Su alma ha ido a unirse al río de los muertos, y presumo que las nuestras no tardarán en seguirla.
El ruido de pisadas resonó escaleras abajo, acompañado por el golpeteo de las espadas contra las paredes de piedra. Las pisadas se detuvieron delante de la puerta.
—Supongo que nadie ha encontrado una llave, ¿verdad? —inquirió una voz profunda y retumbante.
—Esto no me gusta, Galdar —dijo otra—. Este sitio apesta a muerte y a magia. Salgamos de aquí.
Hubo un momento de silencio, y a continuación la primera voz volvió a hablar con firmeza.
—Mina nos dio órdenes. Echaremos la puerta abajo.
Empezaron a llover golpes sobre la hoja de madera. Los caballeros arremetían con los puños y las empuñaduras de las espadas, pero se advertía su falta de entusiasmo.
—¿Cuánto tiempo aguantará el conjuro de protección? —preguntó Palin.
—Indefinidamente contra esa pandilla —aseguró Dalamar en tono desdeñoso—. Contra su Oscura Majestad, nada.
—Te tomas esto con mucha calma —comentó el otro mago—. Tal vez la noticia del regreso de Takhisis no te entristece demasiado.
—En todo caso sería la noticia de que nunca se marchó —lo corrigió el elfo con fina ironía.
—Llevas la Túnica Negra. —Palin hizo un gesto impaciente—. La servías...
—No, no es cierto —dijo Dalamar en voz tan baja que el otro mago apenas lo oyó a causa del golpeteo y los gritos y el jaleo en la puerta—. Servía al hijo, Nuitari, no a la madre. Ella nunca me lo perdonará.
—Aun así, si lo que dice Mina es cierto, Takhisis nos dio a ambos la magia, a mí la magia primigenia, y a ti la de los muertos. ¿Por qué iba a hacer tal cosa?
—Para mofarse de nosotros. Para reírse, como sin duda se estará riendo ahora.
De repente cesaron los golpes contra la puerta, y fuera se hizo el silencio. Por un instante lleno de esperanza, Palin pensó que quizá se habían marchado tras darse por vencidos. Entonces se escuchó un sonido apagado, como de pies apartándose rápidamente para abrir paso a alguien.
Se oyeron pasos, más livianos que los de antes, y una voz llamó. Sonaba entrecortada, como ahogada en lágrimas.
—Me dirijo al hechicero Dalamar —instó Mina—. Sé que estás ahí dentro. Retira la salvaguardia mágica que has puesto en la puerta para que nos reunamos y hablemos de asuntos de interés mutuo.
Los labios de Dalamar se curvaron ligeramente. No contestó, y se mantuvo en silencio, impasible.
—El Único te ha otorgado muchos dones, Dalamar, te hizo poderoso, más que nunca —continuó Mina tras una pausa para escuchar una respuesta que no llegó—. Ella no pide agradecimiento, sólo que la sirvas con todo tu corazón y toda tu alma. La magia de los muertos será tuya. Millones de almas vendrán ante ti a diario para hacer lo que les mandes. Quedarás libre de esta Torre, libre para recorrer el mundo. Puedes volver a tu patria, a los bosques que amas y que tanto añoras. Los elfos están perdidos, buscando. Te tomarán como su líder, se inclinarán ante ti y te venerarán en mi nombre.
Dalamar cerró los ojos como si lo atenazara un dolor.
Palin comprendió que le acababan de ofrecer su más caro deseo. ¿Cómo rechazar tal cosa?
Sin embargo, Dalamar siguió sin contestar.