Una voz habló. La misma voz que había oído en otra ocasión y en otro lugar hacía mucho tiempo. La voz le hacía daño, le estrujaba las entrañas y le hinchaba el cerebro hasta el punto de que el cráneo se le comprimía, provocándole un terrible dolor de cabeza. Sólo había oído esa voz en una ocasión, pero jamás, jamás, habría querido volver a oírla otra vez. Se tapó las orejas, pero la voz sonaba en su interior, de modo que no le sirvió de nada.
No estás muerto —dijo la voz, y las palabras eran casi las mismas que había dicho la voz tanto tiempo atrás—. No se te mandó a este lugar ni, en realidad, deberías estar aquí.
—Lo sé —se lanzó Tas a dar una explicación—. He venido del pasado, y se supone que me encuentro en un futuro distinto...
Un pasado que nunca fue. Un futuro que nunca será.
—¿Eso es... culpa mía? —preguntó Tas con voz entrecortada.
La voz rió, y era una risa espantosa porque sonaba como una cuchilla de acero quebrándose, y la sensación era como si las esquirlas de la hoja rota le perforaran la carne.
No digas tonterías, kender. Eres un insecto. Menos que un insecto. Una partícula, una mota de polvo que se quita con una ligera sacudida de mi mano. El futuro en el que te encuentras es el futuro de Krynn como se supone debía ser de no haber sido por la intromisión de aquellos que no tuvieron la inteligencia ni la amplitud de miras para comprender cómo el mundo podía ser suyo. Todo lo que ocurrió volverá a ocurrir, sólo que esta vez lo hará como conviene a mis propósitos. Mucho tiempo atrás, alguien pereció en una Torre, y su muerte unió una hermandad de caballería. Ahora, otra perece en una Torre y su muerte hunde en la desesperación a una nación. Mucho tiempo atrás, el milagro de la Vara de Cristal Azul resucitó a alguien. Ahora, la que enarbolaba la Vara resucitará... para recibirme.
—¡Os referís a Goldmoon! —gritó sombríamente Tas—. Ella utilizó la Vara de Cristal Azul. ¿Ha muerto Goldmoon?
La risa le atravesó la carne.
—¿Estoy muerto? —instó—. Sé que habéis dicho que no, pero vi mi propio espíritu.
Estás muerto y no lo estás —respondió la voz—, pero a eso se pondrá remedio pronto.
—¡Deja de farfullar! —demandó Acertijo—. Me irritas, y no puedo trabajar cuando estoy irritado.
Tasslehoff levantó bruscamente la cabeza de la mesa y contempló de hito en hito al gnomo, que había alzado la vista de su trabajo y lo miraba furibundo.
—¿No ves que estoy muy ocupado? Primero te pones a gemir, luego sueltas quejidos, y después empiezas a mascullar entre dientes. No haces más que distraerme.
—Lo siento —se disculpó Tasslehoff.
Acertijo puso los ojos en blanco, sacudió la cabeza, indignado, y reanudó su examen del ingenio para viajar en el tiempo.
—Creo que esto va aquí, no ahí —masculló—. Sí. ¿Lo ves? Y entonces, la cadena se engancha aquí y se enrosca alrededor, así. No, no es exactamente de ese modo. Tiene que ir... Un momento, ahora lo entiendo. Esto tiene que encajar aquí primero.
El diligente gnomo cogió una de las gemas del ingenio y la colocó en su lugar.
—Bien, ahora me hace falta otro de esos chismes rojos. —Se puso a rebuscar entre las gemas.
Rebuscando como el otro gnomo, Gnishm, había rebuscado en el pasado, advirtió tristemente Tasslehoff. El pasado que nunca fue. El futuro que era de ella.
«Tal vez sólo fue un sueño, lo de Goldmoon —se dijo para sus adentros—. Creo que yo lo sabría si hubiera muerto, que sentiría una especie de ahogo, como el corazón en un puño, si estuviera muerta, y no siento nada parecido. Aunque la verdad es que cuesta un poco respirar aquí.»
—¿No te parece que el aire está cargado, Acertijo? —preguntó, al tiempo que se ponía de pie—. A mí sí me lo parece —se respondió a sí mismo, ya que el gnomo no le prestó la menor atención.
»El aire siempre está cargado en estas Torres de la Alta Hechicería —añadió para seguir hablando aunque fuera consigo mismo. Oír su propia voz era muchísimo mejor que oír aquella otra voz horrible—. La culpa es de esas alas de murciélago y los globos oculares de ratón, y los viejos y mohosos libros. Viendo esas grietas en las paredes, cualquier pensaría que se colaría una agradable brisa, pero no parece ser el caso. Me pregunto si a Dalamar le importaría mucho que rompiera una de las ventanas.
Tasslehoff echó una ojeada a su alrededor buscando algo para lanzar contra el cristal. Sobre una mesa pequeña había una estatuilla de una doncella elfa en bronce que no parecía emplear el tiempo en nada salvo en sostener una guirnalda de flores en las manos. La cogió y estaba a punto de lanzarla volando a través de la ventana cuando escuchó voces en el exterior de la Torre.
Sintiéndose agradecido de que sonaran fueran del edificio y no dentro de él, Tas bajó la estatuilla y miró por la ventana con curiosidad.
Una tropa de caballeros negros había llegado a caballo llevando consigo una carreta abierta tirada por caballos y llena de paja. Los caballeros siguieron montados y mirando con inquietud los oscuros árboles que los rodeaban. Los corceles rebullían, nerviosos. Los espíritus de los muertos se deslizaban en torno a los troncos como una lastimosa niebla. Tas se preguntó si los jinetes podrían ver a los espíritus. Él lamentaba tener esa capacidad, y no miraba a los muertos con atención por miedo a verse a sí mismo otra vez.
Muerto, pero no muerto.
Volvió la cabeza para mirar a Acertijo, que se inclinaba sobre su trabajo sin dejar de hablar entre dientes.
—Vaya, chico, hay un montón de caballeros negros fuera —dijo—. Me pregunto qué estarán haciendo aquí. ¿Tú no te lo preguntas?
El gnomo masculló algo entre dientes pero no levantó la vista de su trabajo. Desde luego, el ingenio estaba recuperando su forma con gran rapidez.
—Seguro que tu trabajo puede esperar. ¿No te gustaría descansar un poco y asomarte a ver a esos caballeros? —preguntó el kender.
—No —contestó Acertijo, que así estableció un record para la respuesta gnoma más corta de la historia.
Tas suspiró. El gnomo y él habían llegado a la Torre de la Alta Hechicería en compañía de la que fuera su compañera de antaño y vieja amiga Goldmoon; una Goldmoon que tenía noventa años como poco, pero con el cuerpo y la cara de una mujer de veinte. Goldmoon le había dicho a Dalamar que iba a reunirse con alguien en la Torre, y el elfo se había marchado con ella y le había indicado a Palin que los llevara al gnomo y a él a un cuarto para que esperaran allí; con lo cual la habitación era ahora una sala de espera. Fue entonces cuando Dalamar dijo aquello de... «¿Entiendes la importancia del gnomo?».
Palin los había dejado allí después de cerrar la puerta con un conjuro. Tas lo sabía porque ya había utilizado sus mejores ganzúas para intentar abrirla, sin resultado. «El día que las ganzúas fallan es porque hay hechiceros involucrados», como solía decir su padre.
De pie junto a la ventana, observando a los caballeros que parecían esperar algo sin gustarles mucho esa espera, a Tasslehoff se le ocurrió una idea. Y se le ocurrió tan de golpe que se llevó la mano en la que no tenía la estatuilla de bronce de la elfa para comprobar si le había salido un chichón en la cabeza. Al no hallar ninguno, miró subrepticiamente (le parecía que ésa era la palabra correcta) al gnomo. El ingenio ya estaba casi recompuesto, a falta sólo de unas pocas piezas que, además, eran tan pequeñas que seguramente no tenían apenas importancia.
Tas se sentía mucho mejor al tener un «Plan» —con mayúsculas—, así que volvió a observar por la ventana suponiendo que ahora podría disfrutar como era debido. Sus esperanzas se vieron cumplidas cuando un enorme minotauro salió de la Torre de la Alta Hechicería. Tas se encontraba a unos cuatro pisos de altura, de manera que atisbaba justo la coronilla del minotauro. Si arrojaba la estatuilla por la ventana le atizaría un buen mamporro en la cabeza. Sin embargo, en ese momento varios caballeros negros salieron en tropel de la Torre. Llevaban algo entre todos: un cuerpo cubierto con una tela negra.