Tas observó atentamente, con la nariz tan pegada al cristal que sintió crujir el cartílago. Mientras el grupo de caballeros que transportaban el cuerpo salía de la Torre, se alzó un soplo de aire entre los cipreses que levantó la negra tela y dejó a la vista el rostro del cadáver.
Tasslehoff reconoció a Dalamar.
Al kender se le quedaron las manos inertes y la estatuilla cayó al suelo con un golpe sonoro. Acertijo levantó bruscamente la cabeza.
—Por todos los carburadores dobles, ¿a santo de qué has hecho eso? —demandó—. ¡Has conseguido que se me caiga una tuerca!
Aparecieron más caballeros negros llevando otro cuerpo. El viento sopló con más fuerza, y la tela negra que habían echado encima descuidadamente cayó al suelo. Los ojos muertos de Palin, abiertos de par en par, se clavaron en el kender. Su túnica estaba empapada de sangre.
—¡Soy responsable de esto! —gritó Tas, asaltado por la culpa—. Si hubiera regresado para morir, como se suponía que debía hacer, Palin y Dalamar no estarían muertos ahora.
—Huelo a humo —dijo Acertijo de repente mientras olisqueaba—. Me recuerda a casa —apuntó antes de volver a su trabajo.
Tas miraba sombríamente por la ventana. Los caballeros negros habían encendido una hoguera al pie de la Torre y echaban ramas y troncos secos del cipresal. El fuego crepitó al prender en la leña y el humo ascendió por el costado de la Torre, enroscándose como una enredadera venenosa. Los caballeros preparaban una pira funeraria.
—Acertijo, ¿cómo vas con ese cacharro? —preguntó en voz queda—. ¿Aún no lo has arreglado?
—¿Cacharro? Ahora no tengo tiempo para cacharros —contestó el gnomo con aire importante—. Estoy a punto de arreglar este artefacto.
—Estupendo.
Otro caballero negro salió de la Torre. Era una mujer pelirroja, con el pelo muy corto, y Tasslehoff la reconoció. La había visto anteriormente, aunque no recordaba dónde.
La mujer llevaba un cuerpo en sus brazos y caminaba con solemne lentitud. A una orden del minotauro, los caballeros hicieron un alto en su trabajo y se pusieron firmes, inclinadas las cabezas.
La mujer se dirigió lentamente hacia la carreta. Tas intentó vislumbrar de quién era el cuerpo que llevaba la chica, pero el minotauro le tapaba la visión. La chica dejó el cuerpo con delicadeza en la carreta, luego se apartó y Tasslehoff pudo ver sin obstáculos.
Había supuesto que era otro caballero negro, alguno que había resultado herido. Se quedó de piedra al ver que quien yacía en la carreta era una mujer muy vieja, y Tas comprendió al punto que estaba muerta. Se sintió apenado y se preguntó quién sería. Algún familiar de la mujer de pelo rojo, porque ésta acomodó los vuelos de la falda blanca de la muerta y luego le pasó los dedos por el cabello largo y blanco.
—Goldmoon acostumbraba a cepillarme el pelo así, Galdar —dijo la mujer.
El quieto aire transmitió claramente el sonido de sus palabras. Con terrible claridad en lo concerniente a Tas.
—Goldmoon. —El kender sintió un nudo en la garganta—. Está muerta. Caramon, Palin... Todos los que quería han muerto. Y la culpa es mía. El que tendría que estar muerto soy yo.
Los caballos enganchados a la carreta denotaban nerviosismo, como si estuvieran deseando partir. Tas se volvió a mirar a Acertijo. Sólo quedaban dos minúsculas gemas que engarzar en su sitio.
—¿Por qué hemos venido aquí, Mina? —La retumbante voz del minotauro se oía sin dificultad—. Te has apoderado de Solanthus, dándoles una buena zurra a los solámnicos y mandándolos a casa con mamá. Toda la nación solámnica está ahora en tu poder. Has logrado lo que nadie fue capaz de hacer en toda la historia del mundo...
—No completamente, Galdar —le corrigió Mina—. Todavía tenemos que tomar Sanction, y debemos hacerlo para el Festival del Ojo.
—¿El... festival? —La frente del minotauro se frunció—. El Festival del Ojo. Por mis cuernos, casi había olvidado esa antigua celebración. —Sonrió—. Eres tan joven que me sorprende que la conozcas, Mina. No se ha celebrado desde que las tres lunas desaparecieron.
—Goldmoon me habló del festival —explicó la muchacha mientras acariciaba tiernamente la mejilla arrugada de la muerta—. Me contó que tenía lugar cuando las tres lunas, la roja, la blanca y la negra, convergían y formaban la imagen de un gran ojo en el cielo. Me habría gustado verlo.
—Según tengo entendido, entre los humanos era una noche de desmadre y jolgorio. Mi pueblo honraba y reverenciaba esa noche —dijo Galdar—, porque creíamos que el Ojo era la pupila de Sargas, nuestro dios. Nuestro antiguo dios —añadió con premura mientras echaba una mirada de reojo a Mina—. Sin embargo, ¿qué relación tiene una antigua festividad con la conquista de Sanction? Las tres lunas ya no están, como tampoco el ojo de los dioses.
—Habrá un festival, Galdar —respondió Mina—. El Festival del Nuevo Ojo, el Ojo Único. Lo celebraremos en el Templo de Huerzyd.
—Pero ese templo está en Sanction —protestó el minotauro—. Nos encontramos al otro lado del continente, por no mencionar el hecho de que los Caballeros de Solamnia controlan firmemente la ciudad. ¿Cuándo tendrá lugar el festival?
—En el momento señalado —contestó Mina—. Cuando el tótem esté completo. Cuando el Dragón Rojo caiga del cielo.
—Aaag —gruñó Galdar—. Entonces deberíamos estar marchando hacia Sanction con un ejército. Sin embargo, perdemos el tiempo en este lugar maligno. —Lanzó una mirada enconada a la Torre—. Y nos retrasará aún más llevar el cuerpo de esta anciana en la carreta.
La pira chisporroteó y crepitó. Las llamas se deslizaron por el muro de piedra de la Torre, ennegreciéndolo. El humo se arremolinó alrededor de Galdar, que lo apartó a manotazos, irritado, y se coló por la ventana. Tas tosió y se cubrió la boca con la mano.
—Se me ha ordenado llevar el cuerpo de Goldmoon, princesa de los que-shus y portadora de la Vara de Cristal Azul, a Sanction, al Templo de Huerzyd, en la noche del Festival del Nuevo Ojo. Allí tendrá lugar un gran milagro, Galdar. No nos retrasaremos. Todo se hará según lo ordenado. El Único se ocupará de eso.
Mina levantó las manos sobre el cuerpo de Goldmoon y alzó una plegaria. De sus manos irradió una luz amarilla anaranjada. Tas intentó escudriñar dentro de la luz para ver qué ocurría, pero el resplandor actuaba como minúsculos cristales en sus ojos, causándole un dolor abrasador tan intenso que tuvo que cerrarlos. Aun entonces pudo ver el fulgor a través de los párpados.
La plegaria de Mina terminó y la intensa luz se apagó. Tasslehoff abrió los ojos.
El cuerpo de Goldmoon yacía conservado en un sarcófago de ámbar, y volvía a ser joven y hermosa. Llevaba la blanca túnica que vestía en vida. El cabello, cual hilos de oro y plata, estaba adornado con plumas; pero estaba atrapada en ámbar.
Tas sintió el estómago revuelto en una náusea que le subía a la garganta. Sufrió un ahogo, y se aferró al borde de la ventana para sujetarse.
—Es magnífico el féretro que has creado, Mina —dijo Galdar, cuya voz sonaba exasperada—; pero ¿qué planeas hacer con ella? ¿Transportarla en carreta como un monumento al Único? ¿Exhibirla ante el populacho? No somos clérigos, sino soldados. Tenemos que librar una guerra.
La muchacha miró a Galdar en silencio, un silencio tan inmenso y terrible que absorbió todo el sonido, toda la luz y consumió el aire que respiraban. El temible silencio de su furia cayó sobre el minotauro, que se encogió visiblemente ante él.
—Lo siento, Mina —masculló—. No era mi intención...
—Da gracias que te conozco, Galdar —le interrumpió la chica—. Sé que hablas de corazón, sin pensar, pero algún día llegarás demasiado lejos, y ese día ya no podré protegerte. Esta mujer fue más que una madre para mí. Todo cuanto he hecho en nombre del Único, lo he hecho por ella.