Había cerrado los ojos y quería dormir, pero constantemente le llegaban nuevos pensamientos. ¿La había visto alguien entrar en el bloque de Maja? Pensaba que no. Pero en el restaurante La cocina de Hanna sí, y también en la cafetería de los almacenes Glassmagasinet. No podría negar que se habían encontrado, sería demasiado arriesgado. Tendría que relatar ese día tal y como había transcurrido, que habían comido juntas y que luego habían ido a casa de Maja. El cuadro, penso de repente. Apoyado contra la pared del salón. Pero podría haberlo llevado ese mismo día. ¿Debería confesar que sabía que Maja era una puta? Cuantas más verdades contara, mejor sería, ¿no? Sí, lo sabía porque Maja se lo había contado. Había querido contárselo. Nunca habían tenido secretos la una para la otra. Forzó sus ojos a cerrarse, no quería seguir pensando. El taxi, pensó de repente. Ese taxi que había pedido y la había llevado a Tordenskioldsgate con el cuadro envuelto en una manta. ¿Lo localizarían? Bueno, podía haber ido a casa de Maja con el único fin de entregarle el cuadro, podía haberse quedado un rato y luego haberse marchado porque Maja esperaba a un cliente. Así había sido, claro. Se encontraron el miércoles y tomaron café. Llevaban veinticinco años sin verse. Luego comieron juntas. Maja pagó. Quería comprar un cuadro, y al día siguiente envió un taxi para recogerlo. ¿Si había visto al cliente? ¿Oído algún nombre? No, se marchó bastante antes de que él llegara. No sabía nada de ese hombre ni quería saberlo, le parecía horrible, espantoso. «No sé cómo murió -pensó de repente-, sólo lo que he leído en los periódicos. Tengo que leer los periódicos. Tendré que escuchar la radio. No debo cometer ningún error.» Miraba al techo mientras entrelazaba los dedos debajo del edredón. ¿Cuando emitían las primeras noticias? ¿A las seis? Miró el reloj, que marcaba cerca de medianoche. Las manecillas verdes estaban muy abiertas, como las piernas de Maja bajo la oscura colcha. Pestañeó y abrió unos ojos como platos. Las pesadillas hacían cola en la parte posterior de su cabeza. Se levantó y fue al cuarto de baño, se echó la bata sobre los hombros y se sentó en el salón. Volvió a levantarse y encendió la radio, que estaba emitiendo música. Pensó: «Debo mantenerme despierta, mientras esté despierta sabré lo que está ocurriendo».
Capítulo 2 9
Asesinada en su propia cama.
Eva vio los titulares en el soporte que había fuera de la tienda de Omar antes de salir del coche. En el transcurso de sólo unas cuantas horas nocturnas, el caso ya estaba abriéndose camino por toda la ciudad, por todo el país. Entró a toda prisa y dejó una moneda de diez coronas sobre el mostrador. Dentro del coche abrió el periódico y lo apoyó en el volante. Le temblaban las manos.
Una mujer de treinta y nueve años ha sido hallada muerta en su propia cama. Al parecer, el estrangulamiento fue la causa de la muerte. La policía ha abierto una investigación y por ahora no puede dar más detalles. No hay señales de violencia en la casa y no parece que el móvil haya sido el robo. La mujer, que había sido investigada por un caso de prostitución, fue encontrada por un conocido a las veintidós horas de anoche. El hombre ha declarado a este periódico que acudió al piso de la víctima con el fin de comprar servicios sexuales, cuando accidentalmente descubrió que la puerta estaba abierta. Encontró a la mujer muerta en la cama y llamó inmediatamente a la policía. Al parecer, la mujer fue asesinada por un cliente, pero el móvil se desconoce. Más sobre este suceso en páginas seis y siete.
Eva miró las páginas reseñadas. No ponía mucho más, pero había grandes fotos. Una del bloque, en la que la ventana de Maja estaba marcada con una cruz. Tendría que ser una foto vieja, porque los árboles que había delante del edificio estaban cubiertos de hojas. En otra foto se veía la imagen difusa y de espaldas, para no ser reconocido, del hombre que la encontró. Había también una foto del policía que se iba a ocupar del caso: un hombre canoso y de semblante serio, vestido con una camisa de color azul claro. El inspector jefe Konrad Sejer, qué nombre más extraño, pensó Eva. «Se ruega a todas aquellas personas que se encontraban cerca del lugar del crimen se pongan en contacto con la policía.»
Eva dobló el periódico. Si la policía averiguara que había estado con Maja no tardaría mucho en presentarse; si no ese mismo día, seguro que antes del fin de semana. Si transcurría una semana sin que hubiera aparecido, podría sentirse segura. Pero probablemente, lo primero que haría sería investigar qué había hecho Maja y con quién había estado los últimos días. Eva arrancó de nuevo el coche y volvió lentamente a casa.
Entró y decidió ponerse a lavar, ordenar y pensar en qué iba a decir. En el cuarto de la lavadora había montones de ropa sucia; la metió en la máquina y de repente se acordó de que el bolso con el dinero seguía allí. Lo sacó y volvió a meter la ropa sucia. Maja y yo fuimos amigas cuando éramos niñas, se dijo a sí misma, pero perdimos el contacto en el sesenta y nueve porque yo me mudé aquí con mi familia. Teníamos entonces quince años.
Echó detergente en la lavadora y pulsó el botón.
No nos volvimos a ver en veinticinco años. La encontré casualmente en los almacenes Glassmagasinet, yo había ido a la droguería a cambiar un… subimos a la cafetería de la primera planta y tomamos un café.
Fue a la cocina y llenó de agua el fregadero.
Hablamos de los viejos tiempos, como solemos hacer las mujeres. ¿Si yo sabía que era una prostituta? Sí, me lo contó. No sentía ninguna vergüenza. Me invitó a cenar en La cocina de Hanna.
Eva echó lavavajillas en el fregadero y metió los vasos y los cubiertos en el agua caliente. En el cuarto de al lado, la lavadora se iba llenando lentamente de agua.
Después de comer fuimos a su casa. En efecto, cogimos un taxi. Pero no me quedé mucho rato. Sí, sí, habló de sus clientes, pero no mencionó ningún nombre. ¿El cuadro?
Cogió una copa sucia, la levantó hacia la luz y empezó a fregarla.
Sí, es mío. O mejor dicho, Maja me lo compró por diez mil coronas, pero sólo porque sentía pena por mí, no creo que le gustara de verdad. No entendía mucho de arte. La tarde siguiente cogí un taxi para llevárselo. Tomé un café con ella y volví bastante pronto a casa. Ella estaba esperando a un cliente. ¿Si lo vi? No, no vi a nadie, me marché antes de que él llegara, no quería estar allí en ese momento.
Enjuagó la copa bajo el grifo y cogió otra. ¡Cuántas copas de vino se habían acumulado! El tambor de la lavadora empezó a dar vueltas. En realidad era bastante sencillo, pensó, ya que nunca sospecharían de que ella la hubiera asesinado. Una amiga no mata a una amiga. No desconfiarían de ella. Nadie podía probar que lo había presenciado todo.