Se estremeció. No tardarían mucho en encontrar al hombre de la coleta, siempre acababan cogiéndolos, más tarde o más temprano. Sólo habría que esperar a que estrecharan el cerco, no tenía escapatoria, con esas nuevas técnicas del ADN y otras cosas peores, y habiéndose acostado con Maja y todo. Había dejado una verdadera tarjeta de visita, junto con sus huellas dactilares, pelos, restos de su ropa y todo lo que había leído en novelas policíacas. De repente cayó en la cuenta de que ella también habría dejado un montón de huellas. El hombre de la policía volvería, estaba segura. En ese caso tendría que repetir otra vez la misma historia, tal vez le resultara más fácil con el tiempo. Se dirigió con pasos firmes al taller. Se puso la camisa de pintar y empezó a mirar fija y agresivamente al lienzo negro tensado sobre el caballete. Sesenta por noventa, un buen formato, ni demasiado grande ni demasiado pequeño. Sacó del cajón una lija y un taco de madera. Cortó un trozo de lija y lo dobló alrededor del taco, apretó el puño, hizo unos movimientos de prueba en el aire y se lanzó sobre el lienzo. Empezó por la parte superior derecha y raspó con fuerza cuatro o cinco veces. Apareció un color grisáceo, parecido al plomo, un poco más claro en los lugares donde el tejido tenía los hilos más gruesos. Se alejó un poco del caballete. ¿Y si no lo encuentran? ¿Y si no consiguen detenerlo? Opel Manta, BL 74, ¿no era así? No cogen a todos, pensó. Si no lo tienen en sus registros, ¿cómo van a encontrarlo? Todo había ocurrido tan deprisa y tan en silencio… Salió a hurtadillas en cuestión de segundos. Si ella era la única persona que había visto el coche, nunca se sabría que tenía un Opel Manta, un modelo no muy corriente, lo que habría facilitado su búsqueda.
Se acercó de nuevo al lienzo y se puso a raspar un poco más a la izquierda, con movimientos más cortos y fuertes. ¿Qué había dicho ese hombre? Algo sobre su trabajo, sobre cuánto tiempo tenía que trabajar para ganarse mil coronas. Eva veía en su interior la rubia cabeza con la pequeña coleta en la nuca. ¿No había mencionado la fábrica de cerveza?
Eva se detuvo. Había llegado hasta la capa blanca del lienzo, que desprendía una intensa luz. El taco de madera cayó al suelo. Miró el reloj, meditó un instante y sacudió con fuerza la cabeza. Siguió raspando. Volvió a mirar el reloj. Se quitó la camisa, se vistió y salió de casa.
Tuvo que dar el aire para que el coche arrancara. Rugió mucho y echaba humo negro cuando Eva cambió de marcha y tomó la carretera. Tal vez ya hubiera huido a Suecia. O quizá se hubiera escondido en una cabaña, o se hubiera suicidado. O tal vez estaba en el trabajo como todo el mundo, como si nada hubiera ocurrido. En la fábrica de cerveza con el Manta blanco aparcado fuera.
Conducía deprisa, con el cuerpo inclinado hacia delante. Quería comprobar si tenía razón, si el coche estaba allí, si existía de verdad y no eran sólo imaginaciones. Pasó por delante de la compañía eléctrica y se acordó de repente de las facturas pendientes, tendría que acordarse de pagarlas. Ahora tenía dinero de sobra, incluso podría enmarcar los cuadros. La gente no compraba cuadros sin marco. Eva no entendía a la gente. Ya tenía Krydderhaven a su derecha y se estaba acercando a la cuesta con los nueve resaltos. Cambió a segunda. Él no me vio, pensó, así que no corro ningún riesgo paseándome por los alrededores de la fábrica de cerveza, pues no tiene ni idea de quién soy ni de lo que vi, pero tiene miedo y está en guardia. Debo tener cuidado. Si el tío es listo seguirá viviendo como si nada hubiera pasado. Irá a trabajar. Contará chistes verdes en la cantina. Tal vez, pensó de repente, tenga mujer e hijos. Continuó lentamente por los resaltos, procurando pensar en su viejo coche. Le puso el nombre de Elmer. Le pareció un nombre adecuado, un poco pálido y aguado. Era incapaz de imaginarse que tenía un nombre normal, como Kåre, Trygve o tal vez Jens. No después de haberlo visto sentado en la cama con los pantalones bajados hasta las rodillas y el brillante cuchillo en la mano. El tío no tenía nada de normal y corriente. Se preguntó si él ya habría empezado a sentirse diferente. ¿Estaría estremecido y muerto de miedo, o simplemente irritado por haber traspasado un límite que podía costarle caro? ¿Qué pensaría?
Eva aceleró y agarró fuerte el volante en la rotonda. Pasó a gran velocidad por delante de la fábrica de bombillas y se fijó en el soporte de periódicos colocado delante de la panadería. «Hallada estrangulada», ponía, y lo mismo en la gasolinera Esso. Maja estaba por toda la ciudad y seguro que Elmer ya lo había leído, si es que leía los periódicos. Eva suponía que todo el mundo leía algún periódico. Redujo la velocidad, entró en Oscarsgate, pasó despacio por delante de la fábrica de cerveza, continuó hasta los baños municipales y aparcó en la parte de atrás. Permaneció un rato sentada en el coche. Era un aparcamiento grande y había muchos coches blancos. Cerró la puerta, pasó lentamente por los baños, de donde salía un fuerte olor a cloro, y continuó hasta el aparcamiento de los jefes, justo delante de la entrada principal. Elmer no era un jefe, de eso estaba segura; no vestía como un jefe y además, se había quejado del sueldo. Eva continuó andando lentamente. El aparcamiento de los empleados estaba a su izquierda, cerrado con una barrera. Había un parquímetro con luces rojas y un gran cartel donde ponía que era un aparcamiento vigilado, pero no especificaba cómo. No veía cámaras por ninguna parte. Se coló por debajo de la barrera y fue hacia la izquierda. Tendría que emplear algún sistema para buscar, había muchos coches. El corazón le latía muy deprisa; metió las manos en los bolsillos de la gabardina e intentó caminar con naturalidad, levantando de vez en cuando la cara hacia el sol, con una sonrisa en los labios. Esperaba que nadie reparara en ella. Vio un Honda Civic, anormalmente reluciente, como si lo acabaran de sacar de la tienda. Continuó por la misma fila de coches, tenía que mirarlos todos, incluso las letras y los números de las matrículas, sin que se notara lo que estaba haciendo, por si alguien estaba vigilándola. ¿Podía un hombre matar a alguien por la noche e ir a trabajar a la mañana siguiente? ¿Era posible? Un BMW, anticuado y sucio, muy desordenado por dentro. Un escarabajo, no blanco, más bien amarillo sucio. Siguió por la segunda fila, el sol calentaba un poco, aunque estaban ya en octubre, una nostálgica caricia sobre su mejilla. De repente Maja estaba irremediablemente muerta. Increíble. Eva no estaba segura de haberlo entendido. Maja había surgido de repente de la nada, e igual de repente había desaparecido. Pasó volando a gran velocidad, como un extraño sueño. Un Mercedes blanco, un viejo Audi; Eva paseaba entre las filas de coches sobre sus largas piernas, con la gabardina abierta. De repente había delante de ella un joven, cerrándole el camino. Llevaba un mono azul oscuro con un montón de tiras reflectantes. Era un guardia jurado de Securitas.
– ¿Tienes pase?
Eva frunció el entrecejo. Era un niñato, pero enorme.
– ¿Cómo?