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– Este es un aparcamiento privado. ¿Buscas algo?

– Sí, un coche. No estoy tocando nada.

– Pues tendrás que largarte, este sitio es sólo para los empleados.

Tenía el pelo rubio, de punta, y una gran cantidad de autoestima.

– Sólo quiero mirar una cosa. Sólo quiero dar una vuelta para mirar una cosa. Es muy importante para mí -añadió.

– ¡Ni hablar! Venga, te acompañaré hasta la salida.

Se le estaba acercando con un brazo autoritario.

– Puedes ir detrás de mí si quieres, sólo quiero mirar los coches. Estoy buscando a un tipo al que necesito ver, es muy importante. ¡Por favor! Tengo coche y radio, no te preocupes.

El tipo vaciló.

– Vale, pero date prisa. Mi trabajo consiste precisamente en echar a los ajenos de aquí.

Eva siguió andando a lo largo de las filas de coches, oyendo los pasos del joven detrás.

– ¿Qué marca de coche es? -preguntó.

Eva no contestó. Elmer no debía saber que alguien lo estaba buscando. Ese niñato vestido de mono azul seguro que se chivaría.

– Es que conozco a muchos de los que trabajan aquí -añadió.

Un Toyota Tercel, un viejo Volvo, un Nissan Sunny… El vigilante carraspeó.

– ¿Trabaja en la nave o en los grifos?

– No lo conozco -respondió Eva secamente-. Sólo el coche.

– Qué extraño es todo esto, ¿no?

– En efecto.

Eva se detuvo y asintió con la cabeza. El joven tenía los brazos cruzados sobre el pecho y se sentía un poco tonto. Una señora estaba sin permiso en un recinto privado y él la iba siguiendo como un perro. ¡Vaya guarda! Parte de su autoestima desapareció.

– ¿Y qué quieres de un tipo al que no conoces?

Se puso delante de ella y se apoyó en el capó de un coche. Sus piernas eran largas y cerraban el camino a Eva.

– Pensaba estrangularlo -dijo Eva con una dulce sonrisa.

– Sí, ya.

El hombre se reía como si de repente hubiera entendido todo. El mono era de nailon y sentaba bien al cuerpo bien entrenado. Eva miró las matrículas a través de sus piernas abiertas: BL 744. Se volvió rápidamente hacia el coche de enfrente, un Golf plateado, se acercó y miró por la ventanilla. El joven la siguió.

– Ese pertenece a uno que trabaja en la cantina, no recuerdo su nombre. Un tipo bajito con el pelo rizado. ¿Es ése?

Eva sonrió pacientemente, se incorporó y echó un rápido vistazo al Opel blanco que había detrás de él. Pudo ver el número completo: BL 74470. Era un Manta. Tenía razón, era igual que el viejo coche de Jostein, pero éste era más bonito, más nuevo y mejor conservado. Por dentro era rojo. Ya había visto bastante. Empezó a andar hacia la salida. ¡Qué fácil había resultado encontrarlo! Un obrero normal y corriente con un asesinato sobre la conciencia. Y ella, Eva, sabía lo suficiente como para lograr que lo encerraran durante quince o veinte años en una pequeña celda. «Es increíble -pensó-. Ayer mató a Maja, y hoy está en el trabajo como si nada hubiera pasado. Lo que significa que es un tío listo. Y frío. Tal vez charla sobre el asesinato mientras se come un sandwich en la cantina.» Se lo imaginaba masticando y haciendo ruido, con los labios llenos de mahonesa. ¡Joder, vaya historia la de esa tía, seguro que fue un cliente rabioso! Y luego tragaría todo con Coca-Cola, y apartaría el limón y el perejil antes de dar un nuevo mordisco. Seguro que el tío ya está en Suecia…

Tal vez algunos de ellos eran asiduos de Maja, pensó Eva de repente. Y tal vez a él le estaba pasando lo mismo que a ella, que no se lo podía creer y que intentaba alejarlo de la vista como un terrible sueño.

– ¡Ya me acuerdo de cómo se llama! -gritó el guarda-. El del Golf. Se llama Bendiksen. ¡Es de Finnmark!

Eva le dijo adiós con la mano sin volverse y siguió andando. Luego volvió a detenerse.

– ¿Trabajan a turnos?

– De siete a tres, de tres a once y de once a siete.

Eva miró el reloj y salió del aparcamiento, pasó por delante de los baños municipales y se metió en su coche. El corazón le latía muy deprisa; guardaba un gran secreto y no sabía muy bien qué hacer con él, pero arrancó el coche y se fue a casa. Faltaba mucho tiempo para las tres. Entonces podría esperarlo y seguirlo, averiguar dónde vivía, si tenía mujer e hijos. ¡De repente sintió una inmensa necesidad de hacerle saber que alguien lo había visto! Nada más que eso. Eva no soportaba pensar que el tipo se sentía a salvo, que se había levantado e ido a trabajar como siempre, después de haber matado a Maja sin motivo alguno. Eva no entendía por qué lo había hecho, de dónde había salido toda esa rabia. Como si el cuchillo en el borde de la cama fuera la mayor ofensa que hubiera recibido jamás. Pero los asesinos no son como los demás, pensó esquivando a un ciclista que zigzagueaba peligrosamente hacia la derecha. Tienen que carecer de algo. O quizá sencillamente se hubiera puesto pálido al ver el cuchillo. ¿Creería realmente que Maja iba a clavarle el cuchillo? Se preguntó si algún abogado astuto lo salvaría alegando autodefensa. En ese caso yo tendría que intervenir, pensó Eva, pero enseguida descartó la idea. No podría testificar en un juicio en calidad de amiga de la prostituta; no, no podría hacerlo. No soy cobarde, pensó, no en el fondo. Pero tengo que pensar en Emma. Se repitió a sí misma ese razonamiento una y otra vez. Pero un gran desasosiego había invadido su cuerpo, como miles de hormiguitas gateando por sus venas, al pensar que nadie sabía nada, que lo que le había ocurrido a su amiga Maja, a su mejor amiga, iba a quedarse en una pequeña noticia en el periódico.

En el momento de abrir la puerta sonó el teléfono.

Se estremeció. Así que volvía a tener línea, tal vez fuera la policía. Vaciló un instante, se decidió y descolgó.

– ¡Eva, hija! ¿Dónde demonios te has metido últimamente? Te he estado llamado durante muchos días.

– Me habían cortado el teléfono. Pero ya funciona, tardé demasiado en pagar.

– Te tengo dicho que me lo digas cuando necesites algo -gruñó su padre.

– No voy a morirme por no tener teléfono durante un par de días -contestó Eva-. Y a tí tampoco te sobra el dinero.

– Más vale que yo pase hambre a que lo pases tú. Dile a Emma que se ponga, quiero escuchar su voz pura e inocente.

– Está pasando unos días con Jostein, se supone que tiene vacaciones de otoño. Oye, ¿acaso mi voz suena sucia y culpable?

– Tu voz tiene a veces un fondo turbio, siempre tengo la sensación de que no me cuentas más que una pequeña parte de todo lo que pasa.

– Sí, en efecto. Eso se llama ser considerada. Ya no eres tan joven, ¿sabes?

– Pienso que deberías acercarte un día de estos para poder tomarnos el pelo como Dios manda, es decir con una copa de vino. No consigo el tono adecuado por teléfono.

Parecía estar acatarrado.

– Iré un día de estos. Puedes llamar a Jostein si quieres hablar con Emma. Por cierto, la niña no es tan inocente y pura como imaginas, en realidad creo que se parece a tí.

– Eso lo considero un cumplido. ¿Jostein se molestará si llamo?

– Qué va. Te aprecia mucho. Tiene miedo de que estés enfadado por haberse ido, así que si lo llamas se alegrará mucho.

– Claro que estoy enfadadísimo. ¿Creías que no lo estaba?

– Pues no se lo digas.

– Nunca he entendido porque eres tan comprensiva con un hombre que te abandonó.

– Algún día te lo explicaré con una copa de vino.

– Un padre debe saber todo sobre su única hija -la regañó su padre ofendido-. Dios me ampare, llevas una vida tan misteriosa.

– Sí -contestó Eva en voz baja-. Así es, papá. Pero ya sabes que los secretos importantes salen a presión cuando llega el momento.

– Pronto llegará el momento -contestó-. Ya soy muy viejo.

– Eso lo dices porque estás deprimido. Compra vino, iré a verte. Te llamaré para decirte cuándo. No andarás descalzo, ¿no?