– El coche fue vendido -intervino Karlsen.
– Ya me lo imaginaba.
– Es raro que alguien vaya a enseñar un coche a las nueve de la noche -dijo Skarre, un hombre arrugado del sur, de rostro amable-, hay mucha oscuridad a las nueve en el mes de octubre. Si yo fuera a comprarme un coche, querría verlo a la luz del día. Pudo tratarse de un plan, una especie de trampa.
– Sí. Y cuando se quiere probar un coche, se suele ir a la carretera, lejos de la gente -señaló Sejer rascándose la barbilla, con las uñas cortadas al ras-. Si fue apuñalado el cinco de octubre quiere decir que llevaba seis meses en el río -añadió-. ¿Concuerda con el estado del cadáver?
– En el Instituto Forense son muy puntillosos sobre eso -respondió Karlsen-. Dicen que esas cosas son imposibles de fechar. Snorrasson me contó que una mujer fue encontrada completamente entera al cabo de siete años en un lago de Irlanda. ¡Después de siete años! El agua estaba helada, y ella como en conserva. Creo que podemos suponer que realmente ocurrió el cinco de octubre. Tuvo que tratarse de alguien bastante fuerte, creo, a juzgar por el estado que presenta el muerto.
– Veamos las puñaladas.
Sacó de la carpeta una de las fotos, fue hasta la pizarra y la colgó con las pinzas. La foto mostraba la espalda y el trasero de Einarsson; la piel había sido cuidadosamente lavada y las puñaladas se habían hinchado tanto que parecían cráteres.
– Son realmente extrañas, quince puñaladas de las cuales la mitad se encuentran en la región lumbar, el trasero y el bajo vientre, y el resto en el costado derecho, justo encima de la cadera, asestadas con mucha fuerza por una persona diestra, de arriba abajo. El cuchillo era de hoja larga y estrecha, muy estrecha, de hecho. Tal vez un cuchillo de cortar pescado. Aparentemente, una extraña manera de atacar a un hombre. Pero no nos olvidemos del aspecto del coche, ¿no?
De repente cruzó la habitación dando largas zancadas y levantó a Soot de la silla. La bolsa de las gominolas se cayó al suelo.
– Necesito una víctima -dijo Sejer-. ¡Ven aquí!
Empujó al sargento hasta el escritorio, se colocó detrás de él y cogió la regla de plástico.
– Pudo haber sucedido más o menos de esta manera: éste es el coche de Einarsson -dijo, poniendo al joven policía boca abajo sobre el escritorio. Su barbilla quedó justo al borde de la mesa-. El capó está levantado porque están mirando el motor. El homicida empuja a la víctima de manera que ésta cae de bruces sobre el motor y la mantiene agarrada con la mano izquierda mientras le asesta quince puñaladas con la derecha. Quince puñaladas. -Levantó la regla y pinchó con ella el trasero de Soot mientras contaba en voz alta-: Una, dos, tres, cuatro -movió la mano y le pinchó en el costado. Soot se retorcía un poco, como si tuviera cosquillas-, cinco, seis, siete -y luego le pinchó en el bajo vientre.
– ¡No! -Soot se incorporó asustado, y cruzó las piernas.
Sejer se detuvo, dio un pequeño empujón a su víctima y la envió de vuelta a la silla, mientras se esforzaba por ocultar una sonrisa.
– Son demasiadas veces para levantar un cuchillo. Quince puñaladas y un montón de sangre. Tiene que haber chorreado por todas partes, por la ropa, la cara y las manos del asesino, por el coche y por el suelo. Lo que me fastidia es que moviera el coche.
– Tuvo que ser en un momento de perturbación -afirmó Karlseo-. No tiene pinta de ejecución. Seguro que fue una pelea.
– Tal vez no se pusieron de acuerdo sobre el precio -sonrió Skarre.
– La gente que llega al extremo de matar a alguien con un cuchillo suele llevarse una gran sorpresa -exclamó Sejer-. Es mucho más difícil de lo que uno cree. Pero imaginemos que fue realmente planeado, y que en un momento dado saca el cuchillo, por ejemplo, mientras Einarsson está de espaldas, agachado sobre el motor.
Cerró los ojos, apretándolos con fuerza, como queriendo visualizar la imagen.
– El asesino tuvo que acuchillarle por detrás; por eso no llegó a dar en el blanco. Resulta mucho más complicado llegar a los órganos vitales de esa manera. Y es probable que Einarsson soportara bastantes cuchilladas antes de derrumbarse definitivamente. Tuvo que ser una experiencia terrorífica: él acuchilla una y otra vez, la víctima no deja de gritar, al asesino le entra el pánico y no es capaz de parar. Eso suele pasar. Se imaginan una o dos cuchilladas. ¿Pero en cuántos casos de apuñalamientos hemos visto que el malhechor no se contenta con eso? Me estoy acordando de un caso con diecisiete puñaladas, y de otro con treinta y tres.
– Pero se conocían, ¿no? ¿En eso estamos de acuerdo?
– En cierto modo, tal vez. Supongo que tenían una especie de relación. -Sejer se sentó y metió la regla en el cajón-. Bueno, volvamos al principio. Tenemos que averiguar quién compró el coche. Coge la lista de octubre y empieza desde el principio. Pudo ser uno de sus compañeros de trabajo.
– ¿La misma gente?
Soot le miró interrogante.
– ¿Vamos a hacerles otra vez las mismas preguntas?
– ¿Qué quieres decir?
Sejer levantó una ceja.
– Quiero decir que habrá que encontrar a gente nueva; si no las respuestas serán otra vez las mismas. Porque en realidad nada ha cambiado, ¿no?
– ¿Ah, no? Quizá no hayas seguido este asunto muy de cerca, pero lo cierto es que hemos encontrado al tipo. Matado como un cochinillo. ¿Y dices que nada ha cambiado?
Luchó consigo mismo para ocultar un tono arrogante.
– Lo que quiero decir es que no obtendremos respuestas diferentes a pesar de haber encontrado al desaparecido.
– Eso -exclamó Sejer, al que se le había puesto un nudo en la garganta del tamaño de un melón- está por ver, ¿no?
Karlsen cerró la carpeta con un golpe seco.
Capítulo 5
Sejer dejó la carpeta de Einarsson en su sitio en el archivador. La puso al lado del caso Durban, pensando que Maja Durban y Egil Einarsson se harían compañía. Ambos estaban muertos, pero nadie sabía por qué. Se recostó en el respaldo del sillón, cruzó sus largas piernas, las puso sobre el escritorio, se palpó el bolsillo trasero del pantalón y sacó la cartera. Entre el carné de conducir y la licencia de saltar en paracaídas encontró la foto de su nieto Matteus. Acababa de cumplir cuatro años, sabía casi todas las marcas de coches y ya había tenido su primera pelea a brazo partido, que lamentablemente había perdido. Se llevó una gran sorpresa aquella vez que acudió al aeropuerto de Oslo a recoger a su hija Ingrid y a su yerno Erik, que habían pasado tres años en Somalia, ella como enfermera y él como médico de la Cruz Roja. Ingrid estaba en lo alto de la escalerilla del avión, con el pelo aclarado por el sol y dorada por todas partes. Por un instante enloquecido fue como ver a Elise el día que se conocieron. Llevaba al niño en brazos. Tenía entonces cuatro meses, era de color chocolate, con el pelo rizado y los ojos más negros que jamás había visto. En realidad los somalíes son gente hermosa, pensó. Y observó la foto un instante antes de volver a guardarla. El barracón estaba en silencio, y también el gran edificio de al lado. Metió dos dedos por debajo de la manga de la camisa y se rascó el codo. La piel se le caía como si fuera caspa. Debajo había una nueva piel rosada que también caía como la caspa. Cogió la chaqueta del respaldo de la silla, cerró, y pasó a toda velocidad por la recepción, donde estaba la señora Brenningen. Esta dejó inmediatamente el libro que estaba leyendo. Había llegado a una prometedora escena de amor, la reservaría para cuando se hubiera acostado. Intercambiaron unas cuantas palabras, él le dijo adiós con la cabeza y se encaminó hacia Rosenkrantzgate, donde vivía la viuda de Egil Einarsson.