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– ¿Puedo entrar un momento?

Eva no contestó, se limitó a apretarse contra la pared, haciendo un gesto afirmativo con la cabeza. Dentro, en el salón, señaló el sofá, pero ella seguía de pie en medio de la habitación, como un frente frío, pensó él mientras se sentaba lentamente en el sillón negro de Eva Magnus. La experta mirada barrió casi imperceptiblemente la habitación blanca y negra, incluso registró la bolsa de caramelos de frambuesa en la mesa, las llaves del coche, el bolso abierto y un paquete de tabaco.

– ¿Se ha hecho daño en el pie? -preguntó.

– Me lo he torcido un poco, nada más. ¿Qué le trae por aquí?

Eva se sentó de mala gana en el sillón, enfrente de él.

– Sólo unos asuntillos. Me gustaría repasar su declaración del otro día, del principio al fin. Necesito que me aclare algunos detalles.

Eva se puso nerviosa. Buscó inmediatamente un cigarrillo preguntándose si podía negarse a contestar. No era sospechosa de nada, ¿o sí lo era?

– Dígame -dijo con gran autosuficiencia-, ¿estoy realmente obligada a darle explicaciones sobre todo esto?

Sejer se quedó boquiabierto.

– No -dijo asombrado-. ¡Claro que no!

Los ojos de Sejer, que en realidad eran grises, adquirieron un inocente tono azulado.

– ¿Acaso tiene usted algo en contra? Pensé que como ella era su amiga, usted querría ayudarnos a encontrar al asesino. Pero si tiene algo en contra…

– No, no quería decir eso…

Se retractó rápidamente y se arrepintió de haber hecho esa pregunta.

– Uno de octubre -prosiguió Sejer-, jueves. Empecemos por el principio. Cogió usted un taxi hasta la Tordenskioldsgate. ¿El taxi llegó aquí a las seis de la tarde?

– Sí, ya se lo dije.

– Según sus declaraciones anteriores, estuvo alrededor de una hora en el piso de Maja.

– Sí, más o menos, supongo. No mucho más, en todo caso.

«¿Cuanto tiempo estuve realmente? -pensó Eva-. ¿Dos horas?»

El policía había abierto un pequeño cuaderno del que iba leyendo. Qué desagradable. Todo lo que había dicho estaba anotado. Ahora podía usarlo en su contra.

– ¿Podría decirme qué hizo durante esa hora, por favor? Lo más detalladamente posible.

– ¿Cómo?

Eva lo miró nerviosa.

– Desde que entró en el piso hasta que Maja cerró la puerta cuando usted salió. Todo, todo lo que sucedió. Empiece por el principio.

– Bueno, eh… tomé un café.

– ¿Lavó la taza después?

– ¡No! -Sintió como si la silla comenzara a tambalearse.

– Lo pregunto porque no había rastro de ninguna taza. En cambio había un vaso con restos de Coca-Cola.

– ¡Ah, sí! Coca-Cola, naturalmente. Es que no me acuerdo muy bien. ¿Importa algo si era Coca-Cola o café?

Sejer le echó una mirada aguda y volvió a callar, como había hecho antes. Esperaba y observaba. Eva notó que estaba cayendo en la trampa con ambas piernas. Había tantas cosas en las que no había pensado… demasiadas.

– Bueno, comí un sandwich y bebí una Coca-Cola. Maja me preparó un sandwich.

– Sí. ¿De atún?

Eva sacudió la cabeza extrañada. Era incapaz de seguir ese ritmo, tal vez ese hombre estaba allí aquel día, pensó, tal vez estaba dentro de un armario viéndolo todo.

– ¿Me puede usted decir…? -preguntó Sejer de repente, cambiando de postura en el sofá, con un aire pensativo y curioso a la vez-, ¿me puede decir por qué vomitó ese sandwich?

Eva sintió que se iba a desmayar.

– Es que… es que me puse mala -tartamudeó-. Había bebido un par de cervezas, y no me sienta muy bien el pescado. Me había acostado muy tarde la noche anterior. Y había comido muy poco, no suelo comer mucho, realmente no había comido nada y ella insistió en darme algo de comer, le parecía que yo estaba muy flacucha…

Se detuvo y respiró. Había decidido no decir más que lo estrictamente necesario, ¿por qué lo olvidaba todo el rato?

– ¿Por eso se duchó estando allí? ¿Porque se puso mala?

– ¡Sí! -contestó Eva rápidamente. Y entonces fue ella la que se calló. Sejer vio en sus ojos una incipiente obstinación. Enseguida se cerraría del todo.

– Por lo que veo, le dio tiempo a hacer un montón de cosas mientras estuvo allí. Y en sólo una hora. ¿También se echó una pequeña siesta en el cuarto de huéspedes?

– ¿Una siesta? -preguntó abatida.

– Alguien estuvo tumbado en la cama de ese cuarto. ¿O lo cierto es, señora Magnus, que era usted socia de Durban y que las dos compartían el piso? ¿Hacía usted como ella? ¿Trabajaba unas horas extras de prostituta para mejorar un poco su situación económica?

– ¡No!

Eva gritó y se levantó. La silla se cayó hacia atrás.

– ¡No, no era así! No quise saber nada de todo eso. ¡Maja intentó convencerme, pero yo no quise! -Eva temblaba como una hoja de chopo y se había puesto pálida-. Maja siempre quería convencerme, tenía ocurrencias muy extrañas. Una vez, cuando teníamos trece años…

Empezó a sollozar.

Sejer miró algo perplejo el tablero de la mesa, expectante. Ese tipo de estallidos le hacían sentirse incómodo. La mujer parecía de repente tan afligida… El turbante se había soltado y se le había bajado hasta los hombros. Tenía el pelo empapado.

– A veces me pregunto -susurró Eva-, si piensa usted que lo hice yo.

– Esa es una posibilidad que hemos contemplado, desde luego -contestó Sejer en voz baja-, pero ahora no se trata de si tenía usted algún móvil o si es realmente capaz de asesinar a alguien y esas cosas. No, no se trata de eso; esos aspectos los estudiaremos más adelante. En primer lugar, nos informamos sobre quién estaba cerca de ella, sobre quién tuvo físicamente la posibilidad de cometer el asesinato. Luego estudiamos la coartada. Y finalmente -dijo, moviendo la cabeza-, nos preguntamos por el móvil. Y lo que sabemos es que usted estuvo con ella aquella noche muy poco antes de que muriera. Pero déjeme que se lo diga, estamos completamente seguros de que el asesino de Maja fue un hombre.

– Sí -dijo Eva.

– ¿Sí?

– Quiero decir que sería uno de sus clientes, ¿no?

– ¿Es eso lo que usted piensa?

– Pues claro… ¿No es así? ¡Lo ponía en los periódicos!

Sejer asintió con la cabeza y se inclinó hacia delante «Huele bien -pensó Eva-, se parece a papá cuando era mas joven.»

– Cuénteme lo que pasó.

Eva volvió a sentarse, hizo un enorme esfuerzo y se fue acercando a la verdad con pasos minúsculos. ¿Debería contar ya lo que vió aquella noche desde su banqueta? Él le preguntaría que por qué diablos no lo había contado enseguida. Eso es, pensó Eva, porque soy una persona insegura, una persona sin disciplina ni carácter, un ser en quien no se puede confiar, con una moral más que dudosa, una persona que no ayudó a una amiga que tanto había significado para ella. Y luego robé su fortuna. Le costaba mucho creerlo, le resultaba insoportable pensar en ello.

– Estamos bastante mal de dinero Emma y yo -murmuró- Siempre ha sido así desde que Jostein se fue. Se lo conté a Maja. Quería que solucionara mis problemas a su manera. Iba a dejarme el cuarto que tenía libre. Comimos en La cocina de Hanna y bebimos demasiado. Empecé a recapacitar sobre su propuesta, y estaba tan agotada y harta de tantas noches sin poder dormir por las amenazas en el buzón y el teléfono cortado que acordamos que volvería… para probar. Ella me ayudaría. Me enseñaría cómo tenía que hacerlo.

– ¿Sí?

– Estaba firmemente decidida y me presenté a la hora que habíamos acordado. Llegué algo borracha. Prefería no ser consciente de la decisión que había tomado, y no soportaba la idea de estar sobria.