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Capítulo 44

Sejer se levantó y se acercó a la ventana.

Era muy tarde. Miró para ver si descubría alguna estrella, pero no se veía ninguna, el cielo estaba demasiado claro. En esa época del año se le ocurría pensar a menudo que las estrellas habían desaparecido para siempre, que se habían ido para brillar sobre otro planeta. Esa idea le entristecía. Sin las estrellas no tenía ya esa sensación de seguridad, era como si hubiese desaparecido el tejado de la tierra. Pero el cielo continuaba eternamente.

Estos últimos pensamientos le hicieron sacudir la cabeza.

Eva sacó del paquete el último cigarrillo; tenía un aspecto sereno, casi aliviado.

– ¿Cuándo supo que había sido yo?

Sejer hizo un gesto negativo con la cabeza.

– Nunca lo supe. Pensaba que tal vez fueran dos y que a usted le habían pagado para que callara. No comprendía en absoluto qué podía querer usted de Einarsson. -Sejer seguía mirando por la ventana-. Pero ahora lo comprendo -murmuró.

El rostro de la mujer era amable y tranquilo, nunca antes la había visto así. A pesar del labio hinchado y las heridas en la barbilla estaba guapa.

– ¿No le parece que tengo pinta de asesina?

– Nadie tiene pinta de asesino.

Sejer volvió a sentarse.

– No había pensado matarle. Cogí el cuchillo porque tenía miedo. Nadie va a creerme.

– Tendrá que darnos una oportunidad.

– Fue en defensa propia -añadió Eva-. Él me habría matado. Usted lo sabe.

Sejer no contestó. De repente las palabras sonaban extrañamente familiares en sus oídos.

– ¿Qué aspecto tenía el hombre que la arrastró por la escalera del sótano?

– Moreno, extranjero, pero hablaba noruego. Un poco flaco.

– Parece la descripción de Córdoba.

Eva se estremeció.

– ¿Cómo ha dicho?

– Así se llama el marido de Maja. Jean Luca Córdoba. Bonito nombre, ¿verdad?

Eva se echó a reír, con la cara escondida entre las manos.

– Sí -dijo a punto de llorar-, tan bonito que una podría casarse con él sólo para conseguir ese nombre, ¿verdad?

Se secó las lágrimas y fumó.

– Maja recibía a toda clase de gente. También a policías, ¿lo sabía usted?

Sejer no pudo ocultar una sonrisa, que le salió involuntariamente.

– Bueno, bueno, supongo que no somos diferentes a los demás. Ni mejores ni peores. Prefiero no saber nombres.

– ¿Pueden ustedes verme a través del ventanuco de la puerta? -preguntó de repente.

– Sí, podemos.

Eva lloriqueó y se miró las manos. Se puso a quitarse manchas de pintura de los dedos con una uña afilada.

No tenía más que decir. Esperaba que él hiciera algo, que lo arreglara todo, para poder descansar, relajarse y hacer lo que le dijeran. Eso era lo que quería.

Capítulo 45

Markus Larsgård hacía esfuerzos tumbado en el sofá, debajo de la manta. Si era alguien conocido, alguien qué sabía que era viejo y lento, y que el teléfono estaba en el despacho, por lo que tenía que cruzar todo el salón con esas piernas hinchadas, insistiría. Si era un extraño, no llegaría a tiempo para cogerlo.

Por otra parte, no solían llamar muchos desconocidos a Markus Larsgård; sólo algún vendedor de esos que vendían cosas por teléfono, o alguno que otro que se equivocaba de número. O bien era Eva. Por fín consiguió incorporarse; el teléfono seguía sonando, lo que significaba que era alguien conocido. Se agarró a la mesa con un gruñido y se levantó con mucha dificultad. Apoyado en su bastón dio gracias al destino porque alguien se molestaba en llamarle y sacarle de su descanso matutino. Cruzó la habitación cojeando, se empeñó en dejar el bastón apoyado en el escritorio pero tuvo que desistir. Al final el bastón cayó al suelo con un chasquido. Algo sorprendido oyó una voz desconocida en el teléfono: un abogado. De parte de Eva Marie, dijo. Si podía acudir a la comisaría. ¿En prisión preventiva?

Larsgård buscó torpemente una silla, y se sentó. Tal vez se trataba de una broma pesada, de uno de esos delincuentes telefónicos que llamaba para atormentarle, había leído sobre ellos en el periódico. Pero éste parecía educado, casi amable. Markus escuchó haciendo grandes esfuerzos y volvió a preguntar, intentando entender lo que el hombre le estaba diciendo, pero no lo logró. Tenía que tratarse de un malentendido, seguro, ya lo averiguarían. Pero de todas formas tenía que ser una terrible experiencia para la pobre Eva, una historia espantosa. ¿Prisión preventiva? Tenía que ir allí inmediatamente. Llamaría a un taxi.

– No, le enviaremos un coche, Larsgård, espere ahí tranquilamente.

Larsgård se quedó sentado. Se olvidó de colgar el teléfono. Debería haber sacado algo de ropa de abrigo antes de que llegara el coche, pero pensó que no tenía importancia, realmente no la tenía. Era indiferente si pasaba frío o no. Habían detenido a Eva y la habían encerrado. Tal vez debería coger algo de ropa para ella, tal vez hiciera frío allí. Estuvo un rato intentando orientarse en la habitación y recordar dónde tenía sus cosas. La asistenta municipal había ordenado todo. Quizá debería llevarle una botella de vino. No, seguramente estaba prohibido. ¿Y dinero? Había bastante dinero en su frasco de mermelada vacío, era como si ese dinero nunca se agotara, como si se multiplicara. También rechazó esa idea, no habría ningún lugar donde poder comprar en los Juzgados, había estado allí una vez, aquel otoño en que le robaron la motocicleta, y no recordaba haber visto ninguno… Además, si estaba en prisión preventiva, como decían, no la dejarían salir para nada. Quiso levantarse y volver al salón, pero sus piernas estaban tan muertas, tan raras… Su salud no era lo que había sido, y además estaba estremecido. Se quedaría allí sentado otro ratito.Tal vez debería llamar a Jostein. Intentó levantarse una vez más, pero se volvió a caer hacia atrás, sintiéndose de repente mareado. Le pasaba a menudo, era provocado por calcificaciones en las venas en la parte de la nuca, que cerraban el suministro de sangre al corazón. Eso le ocurría porque era viejo, era algo normal y corriente teniendo en cuenta su edad. Pero era molesto, especialmente en ese momento, porque no desaparecía. El techo empezó a bajar, también se estaban acercando las paredes por ambos lados, todo se estaba estrechando, e iba oscureciendo lentamente. Eva estaba detenida por homicidio, y había confesado. Haciendo enormes esfuerzos logró estirar las piernas. Lo último que sintió fueron las rodillas puntiagudas que le golpearon la frente con una fuerza inmensa.

Capítulo 46

Sejer contempló el aparcamiento de los coches de la policía a través de la ventana; la frágil puerta, por la que los tipos dudosos de la calle se metían constantemente y la destrozaban. Miró los restos de hierba seca a lo largo de la valla. En alguna ocasión la señora Brenningen había plantado petunias allí, pero las malas hierbas habían ganado la batalla por el espacio. Nadie tenía tiempo para arrancarlas. Leyó en el informe que la detenida Eva Magnus no había dormido nada y se había negado a beber y a comer. Todo eso tenía mal aspecto. También se había sentido molesta por el hecho de que pudieran observarla por el ventanuco de la puerta y porque la luz estuviera encendida toda la noche.