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– Por favor, olvídese un momento del coche. Puede que tenga razón en eso. Pero no era Einarsson el que iba dentro.

Una repentina duda asaltó a Eva.

– Nunca se lo prestaba a nadie -tartamudeó.

– Puede que hiciera alguna excepción. O alguien pudo haberlo cogido sin su permiso.

– ¡No es verdad!

– ¿Cuánto vio usted en realidad? Miraba por una estrecha rendija de la puerta. La habitación estaba en penumbra. ¿No se tapaba la cara con las manos la mayor parte del tiempo?

– Quiero que se vaya -sollozó.

– Lo lamento -dijo Sejer amablemente.

– ¿Desde cuándo lo saben?

– Desde hace bastante tiempo.

– Averigüe qué pasa con mi padre.

– Estarán al llegar. Procure descansar un poco, le vendrá bien.

Sejer seguía en medio de la celda, tenía ganas de salir corriendo, pero se controló.

– El crimen en sí no se altera -dijo Sejer.

– jNaturalmente que sí!

– Lo que es importante ante el tribunal es que usted creía que era él.

– ¡No puede ser! ¡Están equivocados!

– Puede ocurrir. Pero esta vez no lo estamos.

Eva permaneció un momento con la cara escondida en las manos, luego miró al hombre.

– Una vez, cuando teníamos trece años…

– ¿Sí?

Sejer esperaba.

– ¿Cree usted que se puede morir de miedo?

Él se encogió de hombros.

– Podría ser, pero sólo cuando uno es muy mayor y tiene el corazón enfermo. ¿Por qué?

– No, por nada.

Se hizo otra vez el silencio. Eva se pasó la mano por la frente, y echó un vistazo a su muñeca, pero recordó que le habían quitado el reloj.

– Pero si no era Einarsson…, ¿entonces quién era?

– Es lo que pretendo averiguar. Seguramente alguien del círculo de amistades de Einarsson.

– Averigüe por qué mi padre tarda tanto en llegar.

– Lo haré.

Sejer fue hasta la puerta, la abrió y se giró.

– No se enfade porque echemos de vez en cuando un vistazo a través del ventanuco. Es para comprobar que están bien. No somos unos mirones.

– Pues a mí me da esa sensación.

– Tápese la cabeza con la manta. Y recuerde que aquí dentro usted es sólo una de tantos. No es tan especial como cree. Es fuera de aquí donde usted se convierte en una persona muy interesante.

– ¡Vaya, cómo se expresa!

– Tendrá noticias mías.

Sejer cerró la puerta con llave.

Capítulo 47

La casa de Rosenkrantzgate 16 estaba recién pintada y más verde que nunca.

Sejer aparcó junto al garaje y estaba sacando un pie del coche cuando vio a Jan Henry sentado en el columpio. El niño permaneció un momento allí sentado, esperando tímidamente, pero al final se acercó a pasos lentos.

– Creía que ya no vendrías.

– ¡Pero si te lo había prometido! ¿Qué tal?

– Bien.

Se encogió de hombros y cruzó las piernas.

– ¿Está tu madre?

– Sí.

– ¿Te han llevado de paseo en la moto?

– Sí. Pero tu coche era mejor. En la moto se nota mucho el viento -añadió.

– Espérame aquí fuera, Jan Henry, tengo algo para ti.

Sejer fue hacia la casa y el niño volvió a sentarse en el columpio. Jorun Einarsson abrió la puerta. Llevaba unos leotardos, o tal vez fueran eso que llamaban mallas, pensó, con un jersey grande por encima. Tenía el pelo más rubio que nunca.

– Ah, es usted.

Sejer saludó educadamente. La mujer retrocedió y lo invitó a entrar. El se detuvo en el salón, tomó aliento y la miró con semblante serio.

– No tengo más que una pregunta que hacerle. Se la haré y me iré enseguida. Piénseselo bien antes de contestar, es importante.

Ella asintió con la cabeza.

– Sé que Einarsson era muy especial en todo lo referente a su coche, que lo cuidaba y mantenía en excelente estado. También sé que no se lo dejaba a nadie. ¿Es así?

– ¡Ya lo creo! Estaba muy apegado a ese coche. En el trabajo incluso le tomaban el pelo.

– Y sin embargo… ¿Alguna vez, excepcionalmente, prestó el coche a alguien? ¿Sabe usted si se lo prestó a alguien aunque sólo fuera una vez?

La mujer vaciló:

– Pues sí, alguna vez se lo prestaba a uno de sus amigos de la fábrica. Solía ir mucho con él, uno que no tenía coche.

– ¿Sabe usted su nombre?

– Mm. Me da un poco de miedo mencionar nombres -dijo, como si.olfateara un peligro que no entendía-. De vez en cuando se lo dejaba a Peddik. Peter Fredrik.

– ¿Ahron?

– Sí.

Sejer asintió con la cabeza. Volvió a mirar la foto de boda de los Einarsson y se fijó en el pelo rubio del novio.

– Volveré -dijo en voz baja-. Discúlpeme, pero estos casos llevan mucho tiempo y aún quedan unas cuantas cosas por aclarar.

La señora Einarsson inclinó la cabeza y lo acompañó hasta la puerta. Jan Henry se levantó del columpio de un salto y fue corriendo hacia él. Ya no parecía tan tímido.

– Has tardado muy poco.

– Sí -dijo Sejer pensativo-. Ahora tengo que ir a buscar rápidamente a un tipo. Acompáñame al coche.

Abrió el maletero y sacó una bolsa de plástico.

– Un mono de engrasar. Es para ti. Te estará muy grande, pero ya crecerás.

– ¡Ah! -Los ojos del niño se humedecieron-. ¡Y con un montón de bolsillos! Pronto me estará bien, mientras tanto puedo doblármelo por abajo.

– Es una buena idea.

– ¿Cuándo volverás?

– No tardaré mucho.

– Tendrás muchas cosas que hacer, ¿no?

– Bastantes. Pero a veces libro, ¿sabes? Si te apetece, otro día podemos dar otro paseo en el coche.

Jan Henry no contestó. Miró la calle; el bramido de una gran moto rompió el silencio. Era una BMW.

– Ahí llega Peddik.

Jan Henry saludó con la mano. Sejer se volvió para ver al hombre del traje de cuero negro, que paró la moto al lado del aparcamiento de bicicletas y se quitó el casco. Era un hombre de pelo rubio y largo, y una pequeña coleta en la nuca. Al bajarse la cremallera de la chaqueta dejó a la vista una prominente barriga. En realidad se parecía un poco a Einarsson. Y con poca luz, podrían haberse incluso confundido.

Sejer no apartó la vista de él hasta que el hombre empezó a moverse en el asiento de la moto. Entonces sonrió, saludó con la cabeza y se metió en su coche.

Capítulo 48

– ¿Dónde has estado?

Karlsen llevaba mucho tiempo esperando en la recepción. Habían pasado unas cuantas horas y nadie había comunicado la feliz noticia de que la pequeña Ragnhiid se encontrara en casa sana y salva. Seguía desaparecida. Karlsen estaba muy nervioso.

– En casa de Jorun Einarsson. -Sejer estaba exaltado, lo que no sucedía muy a menudo-. Ven, tengo que hablar contigo.

Saludaron a Brenningen y desaparecieron por el pasillo.

– Vamos a llamar a un tipo para interrogarle ahora mismo -dijo Sejer-. Peter Frank Ahron, el único del círculo de amigos de Einarsson que gozó del privilegio de que le prestara el Manta alguna que otra vez. Trabaja en la fábrica de cerveza y en la actualidad frecuenta asiduamente la casa de Jorun. Fue interrogado cuando Einarsson desapareció. Acabo de encontrarme con él, delante de la casa de Rosenkrantsgate, ¿y sabes una cosa? Se parecen bastante. Con poca luz hubiera sido imposible distinguirlos. ¿Entiendes?

– ¿Dónde está ahora?

– Supongo que seguirá en casa de Jorun Einarsson. La familia de la niña desaparecida tendrá que esperar. De todos modos, hay algunos de los nuestros con ellos. Llévate a Skarre y traedlo, yo espero aquí.

Karlsen asintió con la cabeza y dio media vuelta. Luego volvió a detenerse.

– Por cierto, tengo un mensaje para tí del abogado de Eva.

– ¿Sí?

– Larsgård ha muerto.