– Pero luego perdió los estribos, ¿no es cierto? Estuvo muy desafortunado, porque se hizo notar muchísimo. Aquella noche el dueño nos llamó para que fuéramos a buscarlo y llevarlo al calabozo. Einarsson fue detrás en su coche. Tal vez tuvo miedo de que usted fuera a delatarse en el coche de la policía o en el calabozo. No sólo iba a salvarlo del calabozo, también lo salvaría de una condena por homicidio. Y lo logró. Supongo que usted no descubriría lo insólito de esa situación hasta el día siguiente, y me figuro que se estremecería pensando en lo cerca que había estado de ser descubierto.
Ahron se lió otro cigarrillo.
– La desaparición de Einarsson tuvo que causarle un extraño efecto. ¿Ha pensado alguna vez en por qué murió? ¿Se lo ha planteado seriamente? Porque fue exactamente lo que usted dijo: un desafortunado malentendido.
Ahron recobró las fuerzas y se reclinó en la silla.
– Y luego empieza a frecuentar la casa de Jorun. Sabía que la interrogaríamos. ¿Acaso tenía miedo de que Einarsson le hubiera delatado?
– Al parecer, ha ensayado mucho esta historia.
– Escuche. Tengo algo que decirle. Alguien lo vio todo. Fue visto por un testigo, y no me refiero a que lo viera alejarse del lugar en el coche de Einarsson. Un testigo lo vio matar a Marie Durban.
Esa afirmación era tan asombrosa que Ahron se vio forzado a sonreír.
– A veces, la gente tiene miedo de presentarse. A menudo, tiene buenas razones para no hacerlo, y eso es lo que ha pasado esta vez. Pero al final ella ha aparecido. Estaba sentada en una banqueta en la habitación de al lado, mirando a través de la puerta por una rendija. Acaba de declarar ante la policía.
Peddik movía los ojos, y luego sonrió una vez más.
– Una declaración bastante fuerte, ¿no? -prosiguió Sejer-. Estoy de acuerdo. Pero ¿sabe?, esta vez no se trata de ninguna fanfarronada. Usted la mató y alguien lo vio. Fue un homicidio brutal e innecesario. La víctima era una mujer -Sejer se levantó de la silla y dio algunos pasos-, una mujer menuda, con sólo una mínima parte de la masa muscular que tiene usted. Según el informe del forense medía un metro cincuenta y cinco centímetros, y pesaba cincuenta y cuatro kilos. Estaba desnuda, y usted estaba sentado encima de ella. En otras palabras, se encontraba completamente indefensa -añadió, dejándose caer de nuevo sobre la silla.
– ¡Qué coño indefensa! ¡Tenía un cuchillo!
El grito retumbó en la habitación y luego se oyó un sollozo.
Ahron escondió la cara entre las manos intentando mantener quieto su cuerpo. Había empezado a temblar violentamente.
– ¡Quiero que venga ese abogado!
– Ya llegará, no se preocupe.
– ¡De una puta vez!
Sejer se inclinó sobre el radiocassette y puso en marcha la cinta. La voz de Eva Magnus era clara y nítida, casi un poco monótona, en ese punto ya estaba cansada, pero lo que decía no daba lugar a malentendidos.
– ¡Las putas sois la leche, joder! Te he dejado mil coronas por un trabajo de cinco minutos. ¿Sabes cuánto tengo que trabajar en la fábrica de cerveza para ganarme mil coronas?
– Ahora tal vez haya comprendido por qué murió Egil. Se parecían ustedes bastante. Era fácil equivocarse en la penumbra.
– ¡El abogado! -gritó Ahron con voz ronca.
Ep ílogo
Jan Henry se había escondido en el garaje. Sudaba intentando doblar las perneras del mono que le había regalado Sejer. Cuando acabó, se miró en un viejo cristal de una ventana medio rota que estaba apoyada contra la pared.
Emma Magnus se encontraba en el cuarto de huéspedes de la casa de su padre, donde tenía su cama. Miraba a su alrededor con cara desconcertada.
– Quiero dormir con vosotros -suplicó.
– No hay sitio para tu cama -contestó desesperado su padre.
– Pero puedo dormir con vosotros -lloriqueó la niña-. No me importa estar en medio.
Larsgård había sido llevado en una ambulancia al hospital. Los conductores echaron un rápido vistazo a la casa, por si hubiera un perro o un gato que corrieran el riesgo de quedarse encerrados. Registraron todas las habitaciones, incluido el sótano, en donde no había más que viejos trastos: una lavadora estropeada, manzanas podridas y un montón de viejos botes de pintura.
Eva Magnus se había tapado la cabeza con la manta. Allí dentro todo estaba oscuro y pronto llegó el calor. No había ningún pensamiento en su cabeza.
Karlsen y Sejer caminaban en silencio por el pasillo y llegaron al patio trasero, donde estaban los coches. Karlsen señaló un Ford Mondeo.
– ¿Qué crees que aplicarán a Magnus? -preguntó mirando a Sejer.
– Homicidio premeditado, me temo, dos treinta y nueve.
Suspiró profundamente. Tenía una sensación de pesadez en el estómago. Los niños inventaban tantas cosas… Se olvidaban de la hora, no tenían sentido de la responsabilidad y cualquier cosa era posible, no tenía por qué haber sucedido nada grave, probablemente sería una tontería. Eso esperaban cuando se acercaron al coche. Pero instintivamente, como si hubieran recibido una señal, los dos aceleraron el paso.
Kakin Fossum
Karin Fossum, nacida en 1954 en Sandefjord, Noruega, es una de las autoras más consolidadas de la nueva narrativa policíaca escandinava. Después de dos volúmenes de poesía y dos tomos de cuentos, su novela El ojo de Eva se convirtió en un fenómeno editorial en el ámbito escandinavo, aclamada por la crítica y el público ha sido traducida a varios idiomas.
Karin Fossum ha merecido lo más granado de los premios literarios escandinavos: los premios Riverton y la Llave de Cristal a la mejor novela policíaca por No mirés atrás y el premio de los libreros noruegos por ¿Quién teme al lobo?
Su estilo se centra en la introspección y las motivaciones psicológicas de los personajes que protagonizan las historias criminales