El tío Chen se inclinó hacia delante y le dijo a Mamá:
– Qué estupenda comida, y también qué bonita boda.
– Ha resultado agradable, ¿verdad? -se iluminó Mamá-. Ha venido mucha gente a hacer los honores: el teniente de alcalde y todos los altos cargos, tu familia, la familia de Lining que ha venido de Canadá… Lu lo ha hecho bien.
– Se dice que más vale suerte que talento. Lu es una chica excepcionaclass="underline" guapa, inteligente y triunfadora por sí misma. Pero también es afortunada por haber hecho tan buena boda -el tío Chen sonrió con picardía.
Mamá también sonreía, ampliamente.
– ¡Brindemos por la suerte de Lu y de la vieja Ling! -el tío Chen se levantó y alzó su aguardiente de arroz.
– ¡Suerte! -gritaron todos los de su mesa, alzando los vasos.
– Suerte, suerte -Mamá se inclinó con una amplia sonrisa y vació su chupito de aguardiente.
El tío Chen volvió a sentarse.
– Tienes que estar muy orgullosa de ella -se rió-. Ahora ya puedes sentarte a disfrutar de tu buena suerte.
– Ojalá pudiera -suspiró Mamá-. Lo que quiero decir hoy es que Lu nunca me ha dado una preocupación. Siempre ha sido una niña lista, buena con la gente. Nuestros antepasados decían que en la vida hay dos objetivos: formar una familia y hacer carrera. Ella ya ha hecho las dos cosas.
El tío Chen asintió con aprobación. Habían traído langosta fría cortada en tiras, y estaba demasiado ocupado comiendo para hablar.
Mei decidió ignorar a Mamá, aunque entendía que su madre estaba hablando para ella. Mei no tenía interés en hacer guanxi. Creía en sí misma. Creía que triunfaría en la medida de su propia capacidad.
Los recién casados volvieron a aparecer. Lu se había puesto un traje de pantalón blanco y llevaba el pelo recogido atrás en un moño, luciendo un par de chispeantes zarcillos de brillantes. Desfilaba con su nuevo marido, vestido ahora con un elegante traje oscuro, brindando con los huéspedes distinguidos. Lu, que normalmente bebía poco, andaba por el estrado con una copa de champán en la mano. Lining la seguía feliz con un vaso de explosivo aguardiente chino de arroz. Mei sabía que después de esa ronda Lu volvería a cambiar de atuendo antes de continuar su recorrido escaleras arriba, presentando sus respetos a todos los invitados.
– ¿Estás bien? -al parecer el tío Chen había advertido la cara larga de Mei.
Ella se encogió de hombros y trató de sonreír.
– Muy bien.
– No debe de ser fácil ser la hermana mayor soltera -dijo el tío Chen.
Por todas partes, Mei oía a la gente hablar alto, reírse, cantar y beber y el entrechocar de cuencos, palillos y fuentes. Había rostros sudorosos, humo de tabaco y olor a aguardiente de arroz. Algunos ojos la miraban con mirada inquisitiva; sonreían, y asentían con aire entendido.
– No dejes que eso te inquiete -oyó Mei que decía el tío Chen.
– Estoy bien. En realidad no me importa -mintió.
– No puedes impedir que la gente hable. Hay gente que se alimenta de eso: murmuran y juzgan a otros para poder sentirse superiores. Pero te diré una cosa -susurró el tío Chen-: tú siempre has sido mi preferida. No estoy diciendo que no me guste Lu, pero de ti pienso que eres distinta. Eres valiente. No persigues las cosas como todos los demás. Lu ahora está feliz, pero ¿por cuánto tiempo? Pronto habrá otra cosa que quiera, y luego otra.
– Bueno, por lo menos ya está casada -Mei frunció el ceño.
El tío Chen le dio palmaditas en el hombro:
– Tú también lo estarás.
En ese momento, una mujer espigada y bien vestida de unos cincuenta años se acercó a ellos tanteando, agachando la cabeza para ver mejor al tío Chen.
– ¡Viejo Chen, ya me parecía que eras tú! -le señaló de inmediato con la mano derecha-. Estaba ahí sentada y he pensado: ese hombre se parece un montón a Chen Jitian.
El tío Chen contempló primero el rostro redondo de la mujer y luego su pequeña mano blanca, con la boca entreabierta como si esperara que las palabras le brotaran de las entrañas. Intentó levantarse. Con una violenta sacudida, la silla se le cayó encima, haciéndole dar con la panza en el borde de la mesa. Pero se recompuso para coger la mano de ella con una sonrisa en los ojos.
– Xiao Qing, qué sorpresa. ¿Cómo estás? ¿Cuánto tiempo hacía que no nos veíamos?
– Desde el trigésimo aniversario de nuestra universidad, en 1984. ¿Qué tal te va? ¿Sigues trabajando en la Agencia de Prensa Xinhua?
La señora Qing era de la misma estatura que el tío Chen pero, en contraste con su gordura y la línea recesiva de su frente, ella era delgada y lucía una moderna permanente.
– Sí, lo mismo de siempre -el tío Chen seguía sonriendo.
– Muy bien. Llámame la semana que viene y nos vemos -la señora Qing le tendió una tarjeta de visita. Los recién casados habían llegado a su mesa. Tenía que ir.
– Eso está hecho -el tío Chen sacudió la cabeza como un gallo.
La señora Qing ya se había dado media vuelta y se alejaba. Lo que había quedado de los platos de marisco fue retirado para hacer sitio a un gran pato tomatero trinchado y vuelto a componer sobre un lecho de col china. El tío Chen cogió una tortita fina como el papel y le puso encima salsa de trigo dulce, dos trozos de la mejor carne de pato y unas briznas de cebolleta. Hizo con ello un rollito para Mei.
– Gracias, pero estoy llena -dijo Mei, contemplando el gesto más amable que alguien había tenido con ella en todo el día.
– Hay que comer. La comida es uno de los grandes placeres de la vida -insistió el tío Chen, empujando el plato hacia ella.
Mei sonrió y tomó un bocado. Observó que el tío Chen no había probado el pato.
– ¿Quién era? -le preguntó, señalando con la barbilla a la mesa de la señora Qing.
– Oh, una conocida mía de los tiempos de la universidad -dijo el tío Chen-. Iba un año por detrás de mí; ¡pero mira a qué se dedica ahora! -le pasó la tarjeta de visita.
Sra. Yun Qing, Presidenta, Jeep Pekín, Empresa asociada con Chrysler.
– Mei, déjame decirte una cosa. Haces bien en montar tu propia empresa. Ahora es el momento de hacerlo, de tomar las riendas de tu propia vida. No esperes a que sea demasiado tarde.
– ¿Demasiado tarde?
– Mírame a mí. He seguido siempre las directrices del Partido, he cumplido con mi deber y he esperado toda mi vida a que me tomaran en consideración. El año que viene cumplo sesenta y pronto me jubilaré. ¿Qué he conseguido? Quedarme atascado en la tierra de la desesperanza. Ya es tarde.
Mei nunca había visto al tío Chen tan descontento. Pensó que quizás había bebido demasiado.
Volvió a mirar a la multitud que comía, bebía y conversaba. Fuera explotaban los petardos. Mei se sintió atrapada, como si ella y todos los que la rodeaban estuvieran encerrados dentro de una ciudad sitiada. Los que estaban fuera querían entrar, y los que estaban dentro querían salir.
Capítulo 7
Habían pasado más de dieciocho meses desde la boda de Lu, y el tío Chen, como mucho, parecía haberse puesto aún más orondo.
– Te debes estar preguntando por qué estoy aquí -el tío Chen luchaba por asentar su ancho cuerpo en el sillón. Sonreía, pero se le veía torpe y cohibido-. Qué buenas estas galletas. «Fabricadas en Bélgica», ya veo.
Al parecer, comer le calmaba. Sus sonrisas se hicieron más sinceras y se revolvió en la silla con menos esfuerzo.
Gupin preparó té Wulong en una tetera de hierro fundido. Mei sirvió dos tazas, una para el tío Chen y otra para ella misma.
El tío Chen susurró:
– ¿Tu ayudante es un hombre? ¿Y te hace el té?
– Sí -dijo Mei con aplomo. Estaba acostumbrada a que la gente le hiciera ese tipo de preguntas, como si hubiera algo raro en ella o en Gupin. Sin duda algunos sospechaban que ella era una jefa agresiva, una arpía. Y de Gupin, quizá sospecharan cosas peores.