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– Guang, ¿por qué tratas así a tu mujer?

Guang encendió un cigarrillo y le dio varias caladas.

– Uf, no tendría que haberme casado con ella -se apoyó en un joven álamo-. Estaba desperdiciando mi vida en Hainan. Nos conocimos y pensé que al menos si nos casábamos habría logrado algo. Entiendo lo que está haciendo Li el Gorrión. Yo lo he hecho, yo he perseguido el dinero. Por todos los santos, me he pasado seis años en Hainan. ¿Me he hecho rico? ¡Chorradas! No se hace rico nadie más que los malditos jefes. Había tanta corrupción que millones de yuanes desaparecieron sin más. Si eres poca cosa como yo, ¿qué consigues? Seis años de tu vida perdidos y una mujer que no soportas.

– No es culpa tuya. El proyecto entero de Hainan era pura corrupción.

– Eso no es un consuelo para mí, ¿no crees?

Mei negó con la cabeza.

– No. Pero ¿es un consuelo machacar a tu mujer?

– Qué chorrada -Guang tiró el pitillo al suelo-. ¿Por qué no puedes ser amable alguna vez? Tenme un poquito de compasión -trituró el pitillo con el pie y se alejó a paso largo.

Cuando la comida y la cerveza estuvieron listas sobre el mantel de picnic, todos ellos se juntaron alrededor y comieron a placer.

El sol estaba ya alto en el cielo. El día se estaba poniendo más caluroso.

Los antiguos compañeros de clase intercambiaban noticias de la vida y el trabajo. Bajo la mirada vigilante de Hermana Mayor Hui, todos evitaron el asunto de la marcha de Mei del Ministerio de Seguridad Pública. Mei sonrió a su amiga y le dio las gracias con los ojos.

– Lan va a venir más tarde -les informó Hermana Mayor Hui.

– ¿No es ella la querida rica? -preguntó la pequeña esposa de Guang.

Guang la ignoró.

– Una vez me la encontré en el Centro Lufthansa. Tenía un montón de bolsas de compras y su chófer cargaba con ellas.

– Yo conozco a su hombre -Hermana Mayor Hui movió la cabeza-. Es especial, alguien que algún día llegará muy lejos; quizá como el cuñado de Mei. Compró un apartamento para Lan y otro para los padres de ella, que ahora se han mudado a Pekín.

– ¿Veis? Eso es lo que yo digo -exclamó Li el Gorrión-. No necesitas un trabajo con residencia en Pekín si tienes dinero. Te puedes comprar tu propio apartamento y pagarte tú mismo la asistencia médica.

– ¿Pero se va a casar con ella?

– Vaya, Mei -se rió Hermana Mayor Hui -. Ya tiene una mujer, y una hija.

– ¿Y ella es guapa? Quiero decir Lan. Tiene que serlo -dijo la menuda esposa de Guang.

– No tan guapa como Mei -dijo el Gordo.

– Entonces ¿cómo ha tenido tanta suerte? -chirrió la mujercita.

– Buena pregunta -murmuraron todos.

– Por Dios, dejad de envidiarla. ¿No hay nadie aquí que piense que eso no está bien? -clamó Mei.

– No veo por qué no va a estar bien -Guang se incorporó-. Ella tiene una buena formación, es inteligente y útil para los negocios de él, que obviamente la aprecia. La esposa también se beneficia: cuanto mejor le va a su marido, mejor posición tiene ella. Si la cosa no resulta, Lan se queda con los apartamentos y el dinero. Es un buen arreglo, si quieres saber mi opinión.

De más allá de los bosques, la brisa había recogido un dulce aroma de resina de pino y hojas de primavera. El Gordo estaba tumbado sobre su espalda y seguía con la vista el rastro de las nubes viajeras. Li el Gorrión tocaba canciones españolas de amor con su guitarra.

Mei volvió a pensar en los tiempos del fin de carrera, cuando estuvieron en ese prado. Eran jóvenes y puros, con el corazón lleno de ideales. Tenían sueños y estaban preparados para el mundo. Cantaban el primer éxito del rock chino, el No tengo nada, de Cui Jian.

Ella no tenía realmente nada en aquel entonces, ni coche, ni negocio, ni un apartamento para ella sola. Pero era feliz. Estaba enamorada.

Capítulo 4

Mientras conducía de vuelta de la reunión a su casa, Mei no se podía quitar a Yaping del pensamiento. Al parecer, haber visto a los viejos amigos de ambos después de tanto tiempo hizo que su ausencia, que ella creía bien sepultada, se agudizara otra vez.

Mei se había fijado en Yaping el primer día en la universidad. Era un chico del sur sorprendentemente alto, de ojos sensibles, sonrisa tímida y pelo suave que le caía por la frente. No tardaron mucho en ver todos que Yaping era el más inteligente de la clase.

Mei y Yaping empezaron a salir en tercero. Hablaban de literatura junto al lago Weiming. Fueron de viaje a los montes de Poniente para visitar templos y santuarios. Fueron de compras a Wangfujing y a Xidan, a rebuscar entre los libros y comer especialidades pekinesas tradicionales. Iban al cine en el salón de actos de la universidad, el mejor sitio en Pekín para ver películas tanto extranjeras como chinas de vanguardia. Juntos vieron Love Story y Vacaciones en Roma, las dos únicas películas de países no comunistas. Cuando Sorgo rojo ganó el Oso de Oro en Berlín, su director, Zhang Yimou, llevó la película a la Universidad de Pekín. Tras la proyección, el director y su actriz principal salieron a escena. Mei todavía recordaba lo bella que estaba Gong Li y cómo aplaudía todo el mundo.

Pero la madre de Mei, Ling Bai, no era partidaria de Yaping. Lo encontraba guapo («dentro de su estilo de chico de aldea fluvial del sur») y muy brillante, pero había venido del campo, lo cual significaba que muy probablemente tendría que volverse allí al terminar la carrera. Ling Bai nunca habría permitido que Mei se marchara a vivir fuera de Pekín.

Ling Bai era pintora y trabajaba en la sección artística de una revista de propaganda llamada Vida de mujer. Era una empleada corriente que en su madurez había ganado veteranía, ya que no autoridad. Aunque Ling Bai tenía pocas ambiciones para sí misma, de sus hijas esperaba que triunfaran. Quizá habría llegado a pasar por alto los problemas de residencia de Yaping, porque, con inteligencia y suerte, podría ser que le dieran un empleo en Pekín. Pero no podía cambiar la forma en que había sido educado. Sus padres eran simples maestros de escuela. Yaping no era alguien que pudiera ofrecer a Mei protección y expectativas.

– No se puede vivir sólo de poesía -le decía Mamá a Mei.

Pero Mei siguió viendo a Yaping de todas formas. Estaban enamorados.

En su último año en la facultad, Yaping obtuvo una beca de la Universidad de Chicago. Cuando se licenciaron, se fue a Estados Unidos. Al principio, sus cartas eran largas y sentidas. Luego se hicieron más cortas, menos frecuentes. Al cabo de un año, después de no haber escrito en mucho tiempo, Yaping escribió para contarle a Mei que se había enamorado de otra persona.

– Te lo había dicho -dijo Mamá. Estaba sentada en una silla plegable en el balcón de su apartamento con una taza de té verde-. Ahora ves que yo tenía razón al oponerme, ¿no? Sólo me gustaría que me hubieras hecho caso. Eres como tu padre, demasiado romántica.

Era típico de Mamá, pensó Mei, empeñarse en no soltar el timón. Mamá sabía cómo hacerle sentir que no era capaz de hacer nada bien.

Antes de que terminara la Revolución Cultural y a Mamá le dieran el empleo en la revista, cambiaron mucho de lugar, siguiendo sus trabajos y alojamientos temporales. Mamá se volvía más susceptible cada vez que se mudaban. Mei y su hermana aprendieron a no hacer cosas que le molestaran. Eso podía incluir ruido, silencio, cosas fuera de su sitio, suciedad y malas noticias. Pero, por mucho cuidado que pusieran, Mamá todavía gritaba.

A Mei le parecía que sólo su hermana podía hacer sonreír a su madre. Lu era tres años menor y extremadamente guapa desde edad temprana. Era dulce, encantadora y llena de talento. Los profesores de Lu sólo tenían las mejores cosas que decir de ella. La alababan por especial, inteligente y amable. Mamá la quería tanto que Mei pensaba que ya no le quedaba más amor para su hija mayor.