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Así que fue un alivio para todos que Mei se fuera al internado, aunque incluso allí destacó como inadaptada. Eso le quedó claro a Mei cuando llamaron a Ling Bai para hablar con su tutora. Mei se sentó fuera del despacho de la señora Tang, aburrida porque Mamá llevaba mucho tiempo dentro. ¿De qué podrían estar hablando?

Se acercó de puntillas a la puerta y puso la oreja en el ojo de la cerradura. Oyó la voz de la señora Tang:

– Mei es buena estudiante. Pero no es sano para una niña de su edad estar todo el tiempo sola.

– Me temo que tiene el carácter de su padre -dijo Mamá-. Él era una persona solitaria, de las que viven la vida a través de la literatura, los ideales y los principios morales. Era un magnífico escritor, pero no entendía cómo funcionaba el mundo. Al final, su personalidad acabó con él. Cada vez que veo a Mei, estoy viendo a su padre. Tienen los mismos ojos. Incluso hace sus mismos gestos. Me asusta. Intento ayudarla, pero ella no quiere cambiar. Mi otra hija, Lu, no es así. Se lleva bien con la gente y lo entiende todo a la primera. No sé por qué Mei es tan diferente. No será por nada que yo haya hecho, espero. Yo las quiero a las dos y las trato igual. Aun así, Mei ha salido a su padre: siempre menospreciando a los demás, siempre juzgando. Es como si nadie fuera lo bastante bueno. Nadie está a su altura.

– Quizá podría llevarla a un experto en hierbas -sugirió la señora Tang-. Ellos saben cómo suavizar el carácter.

– Ojalá sea así -dijo Mamá.

Cuando Mei oyó que su madre se acercaba a la puerta, corrió otra vez a su asiento.

Las hierbas y la lectura de qi no la hicieron mejorar. Mei seguía viviendo en un mundo propio, rodeada de sus libros y sus pensamientos. Leía todo lo que caía en sus manos. Quería dedicarse a escribir como su padre.

– De ninguna manera -su madre fue tajante-. ¿Cómo puedes pensar siquiera en ser escritora? Escribir es la profesión más peligrosa en China. Cada vez que hay un movimiento político, los escritores son los primeros que van a la cárcel.

Pero Mamá no podía detener a Mei; tampoco podía convencerla de que el pragmatismo era mejor que los principios morales.

Estaban en el salón de su madre cuando Mei le dijo a Ling Bai que había pedido la baja en el Ministerio de Seguridad Pública.

Mei se encogió de hombros, tratando de aparentar despreocupación.

– Me irá bien. Hay un montón de empresas privadas por ahí. No será difícil encontrar trabajo. Puedo ganar más dinero.

– Pero no tendrás el mismo futuro. ¿No sabes que el poder es lo único que importa? Cuando te dieron ese trabajo en el ministerio, yo estaba muy contenta y, a decir verdad, muy aliviada. Tú sabes lo que me parecía tu determinación de ser escritora o periodista; me alegré de que no tuvieras que ser ninguna de las dos cosas. Creí que por fin estabas a salvo y que podía dejar de preocuparme por ti. Pero una vez más me has demostrado que me equivocaba.

Mamá paseaba de un lado a otro delante de Mei.

– Debe de haber en ti algo autodestructivo. Todos aquellos jóvenes perfectamente agradables que te presentaron, y no hubo uno solo que resultara. ¿Por qué? -dejó de moverse y miró a su hija-. ¿Qué pasó con todas las cosas que te dije? Los entramados de guanxi, el compromiso… ¿Es que te entró todo por un oído y te salió por el otro?

Mei se mordió los labios hasta que le dolieron.

– Realmente podrías aprender de Lu -dijo Mamá.

Mei no pudo seguir callada.

– Yo no soy como Lu. Ya deberías saberlo a estas alturas. Francamente, no quiero ser como ella. No quiero ser la bonita almohada de nadie.

– Eso es algo horrible para decirlo de una hermana.

– ¿Cuánto crees que quería a esos novios suyos? ¿Cuánto crees que quiere a Lining? Ella quiere a su dinero.

– Estás celosa porque ella es feliz.

– Es feliz porque vive en el momento y se ama sólo a sí misma.

– Eso no es justo. Nadie te ha pedido que lleves ninguna carga. Yo he sacrificado mi vida para que lo pudierais tener fáciclass="underline" un buen colegio, nada de que preocuparse… Pero tú eliges ponerte la vida difícil. Todos tus principios y tu moral ¿para qué te sirven si no te pueden hacer feliz?

Mei trató de hallar una réplica, pero las palabras se le pegaron en la garganta como espinas de pescado. Se levantó del sofá y se acercó a la ventana. Abajo, alguien salía del cobertizo donde se guardaban las bicicletas. Mei contempló cómo montaba en su bici y se alejaba. Contempló la tarde vacía. Vio la misma historia repitiéndose a sí misma: la niña rara, la hija desobediente, el fracaso.

– Eres igual que tu padre: tú tienes que hacerte la importante. Te pones a ti misma en un pedestal. No te preocupa a quién estás hiriendo.

– Como mucho, me estaré hiriendo a mí misma.

– Me hieres a mí, que soy tu madre. Estoy preocupada por ti.

Un violento impulso se encendió dentro de Mei como nunca antes. Se dio la vuelta. Toda la ira y la traición que había sentido explotaron:

– Entonces te pido que dejes de preocuparte por mí. Puedo cuidar de mí misma. Aprendí a hacerlo a los cinco años, gracias a ti. ¿Tienes idea de lo que fue para mí ver cómo pegaban y humillaban a mi padre todos los días? Si de verdad te preocuparas por mí no me habrías dejado en el campo de trabajo. No habrías dejado a Papá morirse allí.

– ¿Cómo te atreves? ¡Eres… eres un bicho ingrato! No tienes derecho a juzgarme -Mamá empezó a temblar, la voz se le quebraba de contener las lágrimas-. ¿Qué sabes tú del amor? Lo único que haces es leer libros. Te crees que la vida es como una novela. Pues no, la realidad es mucho más oscura que eso. Yo no os abandoné ni a Papá ni a ti. Si hubiera podido sacarte, lo habría hecho. Pero sólo podía llevarme conmigo a una niña, y tu hermana no tenía más que dos años y estaba muy enferma…

Las lágrimas le rodaron por las mejillas.

– Al final te saqué de allí, ¿no? No sabes lo difícil que fue. Pero nunca lo has valorado. Renuncié a mucho por ti y por Lu. Lo único que quiero para ti es que seas feliz. Pero mira lo que has hecho.

¿Qué, por cierto?, se preguntaba a sí misma Mei, dejando atrás la calle de los Centros Universitarios. ¿Tenía razón su madre? ¿Era ella realmente la asesina de su propia felicidad? Pero no; con todo lo difícil que había sido dejar el ministerio, no habría podido continuar allí. No puede haber lugar para mentiras en la felicidad verdadera, se reafirmó. Mientras giraba hacia la carretera de circunvalación y veía, a lo lejos, la Puerta de la Victoria Moral, decidió que ella no había hecho nada malo y que no iba a perder más tiempo del fin de semana en rumiar el pasado.

Capítulo 5

Al cabo de dos semanas, la ola de calor se había disipado. El viento frío volvió a soplar desde el norte. Los ciudadanos recibieron aviso de otra tormenta de arena amarilla.

Mei estaba en su despacho terminando de escribir las notas del caso del señor Shao. Estaba contenta. Mientras escribía la última palabra, reflexionó cálidamente sobre el interés y la variedad que le aportaba su trabajo.

Sonó el teléfono en el vestíbulo. Pocos minutos después, Gupin asomó la cabeza por un resquicio de la puerta.

– Ha llamado un tal señor Chen Jitian. Le gustaría venir a verte mañana. Dice que es amigo de tu familia.

– Sí, lo es -los ojos de Mei se animaron.

– Le he dado cita. Vendrá por la mañana.

– Muy bien.

Se recostó en su silla y meditó un momento. Sonrió. Estaba encantada de saber del tío Chen, aunque al mismo tiempo se preguntaba por qué querría verla. Miró por la ventana. El cielo estaba oscuro. El viento azotaba las ramas desnudas de los árboles. Pensó en la última vez que había visto al tío Chen, hacía un año y medio, en un bonito día de otoño.