—Manteneos todos alejados de él —ordenó—. Y no hagáis ruido.
Mat la observó con igual intensidad. Apretó los dientes, esbozando el rictus de un gruñido, y se enroscó aún más sobre sí, aunque aguantando la mirada. La Aes Sedai le tocó levemente una de las rodillas plegadas sobre el pecho y su contacto produjo una convulsión, un violento espasmo en todo el cuerpo de Mat, quien de pronto alargó una mano, con la daga de puño incrustado de rubí, en dirección al rostro de Moraine.
Lan, apostado en el umbral, se plantó junto al lecho en un segundo y aferró la muñeca de Mat para contener su impulso. Mat todavía estaba replegado y únicamente trataba de mover la mano, forcejeando contra la implacable fuerza del Guardián. Sus ojos, que destilaban un profundo odio, no se desviaron en ningún momento de Moraine.
Moraine también permaneció inmóvil, sin pestañear siquiera, con la hoja a tan sólo unas pulgadas de la cara.
—¿Cómo ha llegado esto a sus manos? —inquirió con voz acerada—. Os pregunté si Mordeth os había regalado algo. Os lo pregunté y os avisé del peligro que ello implicaba, y vosotros respondisteis que no.
—No lo hizo —explicó Rand—. Él… Mat la cogió en la cámara del tesoro. —Moraine lo miró con unos ojos que parecían tan febriles como los de Mat. Él casi se echó atrás antes de que la mujer volviera a girarse hacia el lecho—. No lo supe hasta después de separarnos. No lo sabía.
—No lo sabías. —Moraine examinó a Mat. Éste todavía yacía con los muslos pegados al pecho y gruñía agazapado, librando todavía el mismo pulso con Lan para clavarle la daga—. Es un milagro que hayáis llegado tan lejos llevando esto. He sentido su maligna emanación tan sólo con mirarlo: la pátina de Mashadar; pero un Fado es capaz de detectarla a varios kilómetros de distancia. Aun cuando no la localizara con exactitud, tendría conciencia de su proximidad, y Mashadar le infundiría ánimos, al tiempo que sus huesos recordarían que aquel mismo demonio engulló a un ejército, compuesto de Señores del Espanto, Fados y trollocs. Algunos Amigos Siniestros puede que tengan también la capacidad de percibirlo; aquellos que han renunciado totalmente al control de sus almas. Sin duda ésos se estremecerían al sentirlo de pronto, como si el aire vibrara en torno a ellos. Se verían obligados a buscarlo. Los habría compelido la misma fuerza que atrae los alambres de hierro hacia un imán.
—Topamos con Amigos Siniestros —reconoció Rand—, más de una vez, pero logramos escapar. Y con un Fado, la noche antes de llegar a Caemlyn, aunque él no nos llegó a ver. —Se aclaró la garganta—. Corren rumores de que por la noche se deslizan unos extraños seres fuera de las murallas. Podrían ser trollocs.
—Oh, son trollocs, pastor —corroboró agriamente Lan—. Y donde hay trollocs, hay Fados. Los tendones de su mano estaban rígidos a causa del esfuerzo que realizaba para retener la muñeca de Mat, pero su voz no reflejaba ninguna tensión—. Han tratado de borrar sus huellas, pero yo vengo percibiéndolas desde hace dos jornadas. Y he oído cómo los campesinos aseguraban entre murmullos haber visto cosas extrañas en la oscuridad. El Myrddraal consiguió, de algún modo, atacar por sorpresa en el Campo de Emond, pero con cada día que transcurre se aproximan más a quienes pueden hacer que los persigan los soldados. Con todo, no se arredrarán por nada, pastor.
—Pero ahora estamos en Caemlyn —objetó Egwene—. No pueden atraparnos mientras…
—¿Que no pueden? —la atajó el Guardián—. Los Fados están concentrándose en los alrededores. De ello hay señales evidentes para quien sabe cómo interpretarlas. Ya hay más trollocs de los estrictamente necesarios para vigilar todas las puertas de salida de la ciudad, una docena de pelotones, como mínimo. Y eso sólo puede tener una explicación: cuando los Fados hayan reunido las fuerzas suficientes, entrarán en la ciudad a buscaros. Dicho acto hará, sin duda, que la mitad de los ejércitos del sur se pongan en camino hacia las tierras fronterizas, pero lo cierto es que están dispuestos a afrontar ese riesgo. Vosotros tres le habéis rehuido durante demasiado tiempo. Según parece, habéis atraído una nueva Guerra de los Trollocs a Caemlyn, pastor.
Egwene exhaló un sollozo y Perrin sacudió la cabeza, con ademán de negar lo escuchado. Rand sintió un nudo en el estómago al considerar la perspectiva de que los trollocs penetraran en las calles de Caemlyn. Toda esa gente, que malgastaba su animosidad con los vecinos sin caer en la cuenta de que el auténtico peligro los acechaba al otro lado de las murallas. ¿Qué harían cuando de pronto se encontraran rodeados de trollocs y Fados, atacándolos? Imaginó las torres ardiendo, las cúpulas escupiendo llamaradas, los trollocs saqueando entre las curvadas calles del casco antiguo, el propio palacio en llamas. Elayne, Gawyn y Morgase… muertos.
—Todavía no —afirmó Moraine con mente ausente, todavía absorta en Mat—. Si hallamos la manera de salir de Caemlyn, los Semihombres no tendrán ningún motivo de interés por esta ciudad. Claro, suponiendo que logremos cumplir dicha condición.
—Sería mejor que estuviéramos todos muertos —declaró de repente Perrin, al tiempo que Rand se sobresaltaba al escuchar el eco de sus propios pensamientos. Perrin continuaba mirando el suelo, ahora con furia, y su voz era amarga—. Dondequiera que vayamos, acarreamos con nosotros el dolor y el sufrimiento. Sería preferible para todos que estuviéramos muertos.
Nynaeve se encaró a él, con el rostro dividido entre el enojo y la preocupación, pero Moraine se le adelantó.
—¿Qué crees que ibas a ganar, para ti y para los demás, con tu muerte? —preguntó la Aes Sedai, con voz apacible e hiriente a un tiempo—. Si el Señor de la Tumba ha obtenido el grado de libertad que yo temo para manipular el Entramado, ahora es capaz de hacerse con vosotros con mayor facilidad que en vida. Muertos, no podréis auxiliar a nadie, ni siquiera a quienes os han ayudado, ni a vuestros amigos y familiares que permanecieron en Dos Ríos. La Sombra se cierne sobre el mundo y nadie modificará ese hecho con su muerte.
Cuando Perrin levantó la cabeza para mirarla, Rand tuvo un nuevo sobresalto. El iris de los ojos de su amigo era más amarillo que marrón. Con el pelo alborotado y la intensidad de su mirada, desprendía algo… que Rand no acertó a determinar.
Perrin habló con un tono quedo que confirió más peso a sus palabras que si hubiera gritado.
—Tampoco podemos modificarlo estando vivos, ¿no es así?
—Más tarde dispondré de tiempo para conversar contigo —dijo Moraine—, pero ahora tu amigo me necesita.
Dio un paso a un lado, de manera que todos pudieran ver con claridad a Mat. Este, taladrándola todavía con una mirada cargada de odio, no se había movido lo más mínimo. Tenía el rostro sudoroso y sus labios exangües formaban el mismo rictus. Todo su vigor parecía destinado al esfuerzo de descargar sobre Moraine la daga que Lan mantenía inmovilizada.
—¿O acaso lo has olvidado? —añadió.
Perrin se encogió de hombros, azorado, y extendió las manos en un gesto mudo.
—¿Qué le ocurre? —inquirió Egwene.
—¿Es contagioso? —añadió Nynaeve—. De todas maneras podría tratarlo. Por lo visto, nunca me contagio, sea cual sea la enfermedad.
—Oh, sí es contagioso —repuso Moraine—, y vuestra… protección no os preservaría en este caso. —Señaló la daga con el rubí, poniendo buen cuidado en no tocarla con el dedo. La hoja temblaba mientras Mat porfiaba por darle alcance con ella—. Esto procede de Shadar Logoth. No hay ni un guijarro en esa ciudad que no esté contaminado y no entrañe gran peligro para quien lo lleve afuera, y esto es más que un simple guijarro: está impregnado del mal que llevó a su fin a Shadar Logoth, al igual que lo está Mat ahora. El recelo y el odio son tan intensos que incluso los más próximos son considerados enemigos, están tan enraizados que la única noción que puebla finalmente la mente es el instinto de matar. Al sacar el arma fuera de los muros de Shadar Logoth liberó de sus límites la semilla de ese mal. Éste ha crecido y menguado en su interior, estableciendo una batalla entre su verdadera naturaleza y lo que pretendía hacer de él el hálito de Mashadar, pero ahora su lucha interna está tocando a su fin y él se encuentra al borde de la derrota. Dentro de poco, si no lo ha llevado antes a la muerte, extenderá ese mal como una plaga dondequiera que vaya. De la misma manera que esta hoja es capaz de infectar y destruir con un solo rasguño, pronto serán igualmente mortíferos cinco minutos en compañía de Mat.