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—Paz, cuánto me complace veros, Dai Shan —saludó el señor de Fal Dara—. Y a vos, Moraine Aes Sedai, tal vez incluso más. Vuestra presencia me conforta, Aes Sedai.

—Minte calichniye no domashita, Agelmar Dai Shan —contestó, formal, Moraine, aunque con un matiz en la voz que revelaba la vieja amistad que los unía—. Vuestra acogida me conforta, lord Agelmar.

—Kodome calichniye ga ni Aes Sedai hei. Aquí siempre es bienvenida una Aes Sedai. —Se giró hacia Loial—. Os encontráis lejos del stedding, pero honráis Fal Dara. Eterna gloria a los constructores. Kiserai ti Wansho hei.

—No soy merecedor de ello —repuso Loial con una reverencia—. Sois vos quien me honráis. —Lanzó una ojeada a las desnudas paredes de piedra y pareció forcejear consigo mismo. Fue un alivio para Rand que el Ogier consiguiera refrenar su impulso de añadir algún comentario.

Unos criados ataviados de negro y oro entraron con paso silencioso, trayendo bandejas de plata con paños plegados, húmedos y tibios, para limpiar el polvo de rostros y manos y jarras de vino y cuencos de plata llenos de ciruelas y albaricoques secos. Lord Agelmar les dio instrucciones para que les prepararan aposentos y baños.

—Hay un largo viaje desde Tar Valon —comentó—. Debéis de estar cansados.

—Resultó corto por la senda que tomamos —lo disuadió Lan—, pero más fatigante que por el camino habitual.

Agelmar se mostró desconcertado al ver que el Guardián no añadía nada más, pero se limitó a decir:

—Unos cuantos días de reposo os repondrán del todo.

—Os solicito refugio por una noche —aclaró Moraine—, para nosotros y nuestras monturas. Y alimentos frescos para mañana, si disponéis de ellos. Me temo que deberemos partir temprano.

—Pero yo creía… —musitó Agelmar, ceñudo—. Moraine Sedai, no tengo derecho a pediros vuestra ayuda, pero vuestra intervención en el desfiladero de Tarwin equivaldría a la de un millar de lanceros. Y la vuestra, Dai Shan. Mil hombres comparecerán sin duda al enterarse de que la Grulla Dorada vuelve a remontar el vuelo.

—Las Siete Torres están quebradas —replicó bruscamente Lan—y Malkier está muerto; su exiguo pueblo abandonó sus tierras, y se diseminó por la faz del mundo. Soy un Guardián, Agelmar, que ha prestado su juramento a la Llama de Tar Valon, y, ahora me dirijo a la Llaga.

—Por supuesto, Dai Sh… Lan. Por supuesto. Pero sin duda algunas semanas de demora, a lo sumo, no modificarían vuestros planes. Os necesitamos. A vos y a Moraine Sedai.

—Ingtar parece creer que acabaréis con esta amenaza al igual que lo habéis hecho a lo largo de los años —señaló Moraine tomando una copa de plata de manos de uno de los sirvientes.

—Aes Sedai —dijo con sarcasmo Agelmar—, aunque Ingtar hubiera de cabalgar solo hasta el desfiladero de Tarwin, iría proclamando por todo el camino que haría retroceder a los trollocs. Casi tiene el suficiente orgullo como para creer que podría llevar a cabo personalmente tal hazaña.

—Esta vez no está tan seguro como pensáis, Agelmar. —El Guardián tenía una copa en la mano, de la cual no había bebido aún—. ¿Es tan desesperada la situación?

Agelmar titubeó. Eligió un mapa de entre el amasijo de papeles de la mesa y lo contempló con la mirada perdida, para volver a dejarlo en su sitio.

—Cuando marchemos hacia el desfiladero —explicó con calma—, enviaremos al pueblo al sur, a Fal Moran. Tal vez la capital logre resistir. Paz, no puede ser de otro modo. Algo debe quedar en pie.

—¿Tan desesperada? —inquirió Lan, a lo cual asintió Agelmar con evidente fatiga.

Rand intercambió inquietas miradas con Mat y Perrin. Era fácilmente deducible que los trollocs que se concentraban en la Llaga estuvieran persiguiéndolos. Agelmar continuó con tono sombrío:

—Kandor, Arafel, Saldaea… los trollocs las han arrasado a lo largo del invierno. Desde las Guerras de los Trollocs no había acaecido nada de magnitud equiparable; las correrías nunca habían sido tan crueles, ni tan continuadas, ni tan cercanas. Todos los soberanos y consejos abrigan la certeza de que en la Llaga se está preparando una gran arremetida y todos los habitantes de las tierras fronterizas están convencidos de que ellos serán el objetivo. Ninguno de sus exploradores ni ninguno de los Guardianes ha informado de que haya trollocs concentrándose en las proximidades de sus fronteras, como lo hacen aquí, pero se creen amenazados y temen enviar a sus hombres a luchar a otro lugar. La gente murmura que el mundo está tocando a su fin, que el Oscuro ha vuelto a liberarse de su prisión. Shienar cabalgará a solas hacia el desfiladero de Tarwin y con toda probabilidad seremos diezmados. Si no son peores los resultados. Quizás ésta sea la última vez que se reúnan las Lanzas.

»Lan… ¡no!… Dai Shan, puesto que, por más que digáis, sois un señor de Malkier, tocado con la diadema de sus guerreros. Dai Shan, el estandarte de la Grulla Dorada en vanguardia infundiría coraje a los hombres que saben que se dirigen al norte a morir. La noticia se extenderá como un reguero de pólvora y, aun cuando sus soberanos les hayan ordenado permanecer en sus puestos, vendrán todos los lanceros de Arafel, Kandor y Saldaea. Aunque no puedan llegar a tiempo para resistir con nosotros en el desfiladero, es posible que salven Shienar de la destrucción.

Lan examinó la copa con ojos entornados. Su expresión no varió, pero el vino chorreó por su mano; había aplastado la copa con la presión de sus dedos. Un criado se llevó el inservible recipiente y le enjugó la mano con un paño; otro lo sustituyó por uno nuevo. Lan no pareció advertir nada de aquello.

—¡No puedo! —susurró con voz ronca. Cuando alzó la cabeza sus ojos azules destellaban con un ardiente fulgor, pero su voz sonaba de nuevo impasible e inexpresiva—. Soy un Guardián, Agelmar. —Su dura mirada se deslizó a través de Rand, Mat y Perrin para posarse en Moraine—. Al filo del alba cabalgaré hacia la Llaga.

—Moraine Sedai, ¿vendréis vos al menos? —inquirió con un suspiro Agelmar—. Una Aes Sedai podría variar el rumbo de los acontecimientos.

—No me es posible, lord Agelmar. —Moraine parecía turbada—. Existe en efecto una batalla en la que hemos de participar y no por azar los trollocs se han reunido junto a Shienar, pero nuestra guerra, la verdadera batalla contra el Oscuro, debe librarse en la Llaga, en el Ojo del Mundo. Vos debéis luchar en vuestro campo y nosotros en el nuestro.

—¡No estaréis diciendo que se ha liberado de su prisión! —El fornido Agelmar parecía trastornado y Moraine se apresuró a negar con la cabeza.

—Todavía no. Si salimos vencedores en el Ojo del Mundo, tal vez ello no vuelva a producirse jamás.

—¿Podéis siquiera encontrar el Ojo, Aes Sedai? Si la contención del Oscuro depende de ello, daría lo mismo que hubiéramos fallecido ya. Muchos lo han intentado en vano.

—Lo encontraré, lord Agelmar. Aún no hemos perdido la esperanza.

Agelmar la examinó y luego observó a los otros. Nynaeve y Egwene parecieron desconcertarlo; sus ropajes campesinos ofrecían un marcado contraste con el vestido de seda de Moraine, a pesar de que tanto unos como otro estaban polvorientos y arrugados por el viaje.

—¿También son Aes Sedai? —preguntó, dubitativo. Cuando Moraine efectuó una muda negación, su confusión fue en aumento. Su mirada se trasladó entonces a los muchachos de Campo de Emond, centrándose en Rand y en la espada envuelta en rojo que pendía de su cintura—. Lleváis unos extraños guardaespaldas, Aes Sedai. Sólo un guerrero. —Dirigió una ojeada a Perrin y al hacha que colgaba de su cinto—. Dos tal vez. Pero apenas son más que unos muchachos. Permitidme que os preste algunos hombres. Cien lanzas más o menos no modificarán nada en el desfiladero de Tarwin, pero vos precisaréis algo más efectivo que un Guardián y tres jóvenes. Y dos mujeres no servirán de ninguna ayuda, a menos que sean Aiel disfrazadas. La Llaga es mucho más terrible este año. Se… agita.