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Los ojos de la Zahorí aparecían gastados, envejecidos, por contraste con su lozana tez, pero la joven sacudió la cabeza.

—Un poco magullada —explicó, todavía escrutándolo con la mirada—. Moraine es la única…, la única de nosotros que ha resultado herida de consideración.

—He sufrido más daños en mi orgullo que en otra cosa —aclaró irritada la Aes Sedai, dando un tirón a la capa que le hacía las veces de manta. Su aspecto era el de una persona que acababa de padecer una larga enfermedad o que había sido sometida a grandes esfuerzos, pero, a pesar de sus oscuras ojeras, su mirada era penetrante y poderosa—. A Aginor lo ha sorprendido y enfurecido que yo lo retuviera durante tanto rato, pero, por fortuna, no ha tenido tiempo para desperdiciarlo contraatacándome. Yo misma me he sorprendido de haber sido capaz de contenerlo tanto tiempo. En la Era de Leyenda, Aginor gozaba de un poderío sólo superado por el Verdugo de la Humanidad e Ishamael.

—El Oscuro y todos los Renegados —repitió la fórmula Egwene con voz insegura—están confinados en Shayol Ghul, encarcelados por el Creador… —Exhaló un suspiro, estremeciéndose.

—Aginor y Balthamel debieron de quedar atrapados cerca de la superficie. —La voz de Moraine denotaba impaciencia, como si ya hubiera dado antes la misma explicación—. Las lacras de la prisión del Oscuro se debilitaron lo bastante como para que pudieran recobrar la libertad. Debemos de congratularnos de que sólo lo hicieran ellos dos. Si hubieran huido más, los habríamos visto.

—No importa —zanjó Rand—. Aginor y Balthamel están muertos, al igual que Shai…

—El Oscuro —lo atajó la Aes Sedai. Estuviera enferma o no, su voz era firme y su mirada autoritaria—. Es mejor que sigamos llamándolo el Oscuro. O Ba’alzemon al menos.

—Como queráis —repuso, y se encogió de hombros—. Pero está muerto. El Oscuro ha muerto. Yo lo he matado. Lo he quemado con…

Los recuerdos afluyeron a él y lo dejaron boquiabierto. «El Poder Único. He utilizado el Poder Único. Ningún hombre puede…» Se humedeció los labios, de pronto resecos. Una ráfaga de viento levantó un remolino de hojas caídas en torno a ellos, pero su gelidez no era mayor que la que imperaba en su corazón. Las tres mujeres lo miraban, lo observaban, sin siquiera pestañear. Alargó la mano hacia Egwene, y en esta ocasión no fue imaginario el retraimiento.

—Egwene…

La muchacha volvió el rostro y él dejó caer la mano. Pero de pronto Egwene se arrojó en sus brazos y hundió la cara en su pecho.

—Perdona, Rand. Lo siento. No me importa. De veras. —Sus hombros se agitaban, presumiblemente a causa de los sollozos. Rand dirigió la mirada a las otras dos mujeres por encima de su cabeza, mientras le acariciaba con torpeza el cabello.

—La Rueda gira según sus designios —dijo despacio Nynaeve—, y, sin embargo, tú todavía eres Rand al’Thor de Campo de Emond. Pero, que la Luz me asista, que la Luz nos asista a todos, eres demasiado peligroso, Rand. —Dio un respingo al percibir la tristeza, el pesar y la pérdida ya aceptada que reflejaban los ojos de la Zahorí.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Moraine—. ¡Cuéntamelo todo!

Apremiado por la fuerza de su mirada, comenzó a referir lo sucedido. Quería resumirlo, omitir detalles, pero los ojos de la Aes Sedai le sonsacaron todo. Su rostro se anegó de lágrimas cuando describió la escena en que apareció Kari al’Thor. Su madre.

—Tenía a mi madre. ¡Mi madre!

El semblante de Nynaeve expresaba compasión y dolor, pero los ojos de la Aes Sedai lo condujeron de modo insoslayable a explicar cómo había blandido la espada de la Luz, cortado la cuerda negra y provocado las llamas que habían consumido a Ba’alzemon. Egwene aumentó la presión de sus brazos sobre él, como si quisiera rescatarlo de lo acaecido.

—No he sido yo —concluyó Rand—. La Luz… me ha guiado. No era realmente yo. ¿No acarrea ello alguna diferencia?

—Lo sospeché desde un principio —afirmó Moraine—. No obstante, las sospechas no son pruebas de valor. Después de haberte dado el símbolo vinculante, la moneda, debieras haber demostrado mayor disposición a acatar mis deseos, pero te has resistido, los has cuestionado. Aquello me pareció significativo, pero no concluyente. La raza de Manetheren siempre ha sido obstinada y ello fue en aumento después de que pereciera Aemon y el corazón de Eldrene se rompiera en pedazos. Después estaba Bela.

—¿Bela? —se extrañó. «Nada acarreará ninguna diferencia».

—En la Colina del Vigía, Bela no precisó que yo la liberara de la fatiga; alguien lo había hecho ya. Habría podido tomarle la delantera a Mandarb aquella noche. Habría debido reflexionar acerca de quién era el jinete de Bela. Con los trollocs pisándonos los talones, un Draghkar que sobrevolaba el cielo y un Semihombre cuya ubicación sólo conocía la Luz, debiste temer que Egwene quedara rezagada. Tenías una necesidad más apremiante que las que habías experimentado en toda tu vida y acudiste a lo único que podía ayudarte: saidin.

Se estremeció. Tenía tanto frío que le dolían los dedos.

—Si no vuelvo a hacerlo, si nunca establezco contacto otra vez, no… —Fue incapaz de decirlo en voz alta. «Enloqueceré. Atraeré a la tierra y la gente que me rodea a una vorágine de locura. Moriré, descomponiéndome aún en vida».

—Tal vez —repuso Moraine—. Sería mucho más sencillo si hubiera alguien capaz de enseñarte, pero es factible, con un supremo esfuerzo de la voluntad.

—Vos podéis enseñarme. Sin duda, vos… —Se detuvo al ver que la Aes Sedai sacudía la cabeza.

—¿Es capaz un gato de dar clases a un perro sobre cómo hay que trepar a los árboles, Rand? ¿Puede un pez enseñar a nadar a un pájaro? Yo conozco el saidar, pero no me es posible instruirte en el saidin. Quienes habrían podido hacerlo yacen en sus tumbas desde hace tres milenios. Quizá seas lo bastante tenaz, sin embargo. Acaso tu voluntad disponga de la fuerza necesaria.

Egwene se incorporó y enjugó sus ojos enrojecidos con el dorso de la mano. Parecía que iba a decir algo, pero, cuando abrió la boca, no articuló ningún sonido. «Al menos no se aparta de mí. Al menos puede mirarme sin ponerse a gritar».

—¿Y los demás? —preguntó.

—Lan los ha llevado a la caverna —respondió Nynaeve—. El Ojo ha desaparecido, pero hay algo en el centro del estanque, una columna de cristal y unos escalones que llevan hasta ella. Mat y Perrin querían salir a buscarte, y Loial también, pero Moraine ha dicho… —Miró de soslayo a la Aes Sedai, azorada, y ésta le devolvió tranquilamente la mirada—. Ha dicho que no debíamos molestarte mientras estabas…

Se le atenazó la garganta hasta el punto de dificultarle la respiración. «¿Volverán la cara ante mí igual que lo ha hecho Egwene? ¿Se pondrán a gritar y a correr como si yo fuera un Fado?» Moraine tomó la palabra, como si no hubiera advertido la sangre que afluía a su rostro.

—Había una vasta acumulación de Poder Único en el Ojo. Aun en la Era de Leyenda, pocos habrían sido capaces de canalizar tamaña cantidad sin disponer de asistencia y no acabar destruidos. Muy pocos.

—¿Se lo habéis dicho? —inquirió con voz ronca—. Si todos lo saben…

—Únicamente Lan —lo apaciguó la Aes Sedai—. Él debe saberlo. Y Nynaeve y Egwene, teniendo en cuenta lo que son y lo que devendrán. Los demás no es necesario que lo sepan todavía.

—¿Por qué no? —La carraspera tornó áspera su voz—. Querréis amansarme, ¿verdad? ¿No es eso lo que hacen las Aes Sedai con los hombres capaces de usar el Poder? ¿Cambiarlos para que no puedan hacerlo? ¿Neutralizarlos? Thom dijo que los hombres que han sido amansados mueren porque pierden las ganas de vivir. ¿Por qué no me habláis de la perspectiva de llevarme a Tar Valon a que me domen?