—Podrías haber sido más cortés —le susurró Brian a Derek—. Por aquello de «se atraen más moscas con miel que con hiel».
—Estamos en guerra y luchamos por la supervivencia, nada menos —replicó Derek—. ¡Aunque nadie lo diría a juzgar por este sitio! Míralos, garabateando papeles, sin duda registrando el ciclo vital de la hormiga mientras que buenos hombres combaten y mueren.
—¿Y no es por eso por lo que luchamos y morimos? —preguntó Brian—. ¿Para que estas personas inocentes puedan seguir escribiendo sobre la hormiga en lugar de verse forzadas a extraer mineral en la mina de algún campamento de esclavos?
Si Derek lo oyó, no hizo ningún caso. Empezó a pasear de aquí para allí haciendo mucho ruido con las botas en el suelo de mármol. Varios Estetas levantaron la cabeza y le dirigieron una mirada irritada.
—¡Chitón! —dijo finalmente uno de ellos.
El conocido chancleteo de unas sandalias en el suelo de mármol anunció el regreso de Bertrem, que parecía molesto.
—Lo lamento, sir Derek, pero el Maestro está ocupado y no puede recibir a nadie.
—Mi tiempo es valioso —contestó Derek, impaciente—. ¿Cuánto más habré de esperar?
Bertrem se sonrojó.
—Me disculpo, sir Derek, por no saber explicarme. No es necesario esperar más. El Maestro no te recibirá.
El semblante del caballero enrojeció, frunció las cejas y tensó la mandíbula. Estaba acostumbrado a chasquear los dedos y que la gente reaccionara con atenta prontitud, pero últimamente no hacía más que chasquear los dedos con el único resultado de que las personas le dieran la espalda.
—¿Le has dicho quién soy? —preguntó, hirviendo de cólera—. ¿Le has transmitido mi mensaje?
—No hizo falta —fue la simple respuesta del Esteta—. El Maestro te conoce y sabe por qué has venido. No te recibirá. Sin embargo, me pidió que te diera esto.
Bertrem le tendió lo que parecía un mapa dibujado toscamente en un trozo de papel.
—¿Qué es? —inquirió Derek.
Bertrem bajó la vista hacia el papel y leyó en voz alta el título que lo encabezaba.
—Mapa de la Biblioteca de Khrystann.
—¡Eso ya lo veo! A lo que me refiero es para qué demonios necesito el mapa de una maldita biblioteca —estalló Derek.
—Lo ignoro, milord —contestó Bertrem, encogido ante la furia del caballero—. El Maestro no me hizo confidencias. Sólo dijo que tenía que dártelo.
—A lo mejor es allí donde encontrarás el Orbe de los Dragones —sugirió Brian.
—¡Bah! ¿En una biblioteca? —Derek llevó la mano a la bolsa del dinero—. ¿Cuánto dinero aceptaría Astinus por recibirme?
Bertrem se irguió cuanto le fue posible, con lo que casi llegó a la altura de la barbilla del caballero. El Esteta estaba profundamente ofendido.
—Guarda tu dinero, señor caballero. El Maestro no accede a verte y no hay más que hablar.
—¡Por la Medida que no consentiré que se me trate así! —Derek avanzó un paso—. Apártate, hermano, ¡no querría tener que herirte!
El Esteta plantó firmemente los pies en el suelo. Aunque era evidente que tenía miedo, Bertrem estaba decidido a resistir valerosamente para cerrarles el paso.
Brian sintió el repentino deseo de romper a reír al ver al erudito regordete y debilucho haciéndole frente al enfurecido caballero. Contuvo la hilaridad, que habría enfurecido aún más a Derek, y posó la mano en el brazo de su amigo.
—¡Piensa lo que haces! No puedes irrumpir a la fuerza para ver a ese hombre que se niega a recibirte. Incurrirías en un agravio. Si lo que buscas es información sobre el Orbe de los Dragones, entonces es posible que este hermano pueda ayudarte.
—Sí, naturalmente, señor caballero —afirmó Bertrem a la par que se secaba el sudor de la frente—. Me encantaría ayudar en todo cuanto pueda, a pesar de que la biblioteca está cerrada y habéis venido a una hora intempestiva.
Derek soltó el brazo de un tirón. Seguía furioso, pero se controló.
—Tendrás que guardar en secreto lo que voy a decirte.
—Por supuesto, señor caballero —contestó Bertrem—. Juro por Gilean que no hablaré de lo que me cuentes en secreto.
—¿Me pides que acepte el juramento por un dios del que se desconoce su paradero? —demandó Derek en tono mordaz.
El Esteta sonrió con aire complaciente y enlazó las manos sobre el rotundo estómago.
—El bendito Gilean está con nosotros, señor caballero. En cuanto a eso, puedes estar tranquilo.
Derek negó con la cabeza, pero no estaba dispuesto a que lo enredara en una discusión teológica.
—De acuerdo —accedió de mala gana—. Busco información sobre un artefacto conocido como «Orbe de los Dragones». ¿Qué puedes decirme de ese objeto?
Bertrem parpadeó mientras reflexionaba sobre ello.
—Me temo que no puedo decirte nada, milord. Es la primera vez que oigo hablar de ese artefacto. Sin embargo, puedo investigar el asunto. ¿Puedes explicar en qué contexto se lo menciona o dónde y cuándo has oído hablar de él? Esa información me ayudaría a saber dónde buscar.
—Sé muy poco —contestó Derek—. Me hablaron de él relacionado con un hechicero Túnica Negra...
—Ah, entonces se trata de un artefacto mágico. —El Esteta asintió con la cabeza en un gesto de reconocimiento—. Tenemos poca información sobre este tipo de cosas, sir Derek. Los hechiceros tienen la costumbre de guardar para sí todos sus conocimientos. Pero disponemos de algunas fuentes a las que puedo consultar. ¿Necesitas la información en seguida?
—Sí, hermano, por favor.
—Entonces, poneos cómodos, caballeros. Veré qué consigo encontrar. ¡Ah, y por favor, no hagáis ruido!
Bertrem se marchó en dirección a una amplia sección de estanterías, dio la vuelta por detrás y lo perdieron de vista. Se sentaron a una mesa y se dispusieron a esperar.
—Ésa es la razón por la que quería hablar con Astinus —susurró Derek—. Se dice que sabe al dedillo todo cuanto haya que saber de cualquier cosa. Me pregunto por qué no habrá querido recibirme.
—Por lo que tengo entendido, no recibe a nadie, nunca —comentó Brian—. Está sentado ante su escritorio día y noche registrando la historia de todos los seres vivos del mundo conforme va pasando ante sus ojos. Por eso sabía que estabas aquí.
Derek resopló con fuerza, despectivo. Se alzaron cabezas y las plumas dejaron de escribir. El caballero hizo un gesto de disculpa a los Estetas, que negaron con la cabeza y reanudaron su trabajo.
—Hay quien dice que es el dios Gilean —susurró Brian, inclinado sobre la mesa en actitud confidencial.
Derek le dirigió una mirada de menosprecio.
—¡Oh, vamos, tú también, no! Los monjes propician esas absurdas ideas para obtener más donaciones.
—Con todo, Astinus te dio ese mapa.
—¡El mapa de una biblioteca! ¿De qué sirve? Debe de tratarse de alguna clase de broma.
Derek sacó el pergamino que había comprado para releerlo. Brian guardó silencio, incluso con miedo de moverse para no atraer sobre ellos la ira de los estudiosos. Oyó al pregonero anunciar la hora en la calle y después, recostando la cabeza en el escritorio, se durmió.
Despertó cuando lo sacudió la mano de Derek y oyó el familiar chancleteo de sandalias; de dos pares de sandalias. Bertrem se acercaba a ellos con rasos presurosos acompañado por otro monje que llevaba un rollo de pergamino en las manos.
—Espero que no te importe, señor caballero, pero he consultado al hermano Bernabé, que es nuestro experto en artefactos mágicos. El hermano recordaba haber leído una referencia a un Orbe de los Dragones en un viejo manuscrito. Él os lo explicará.
El hermano Bernabé —una versión del hermano Bertrem, sólo que más alto, más delgado y más joven— desenrolló el legajo y lo colocó delante de Derek.